Me volvió a ofrecer su brazo mientras caminábamos entre aquellas personas dispuestas a dejarse llevar por el sonido de una música sin letra alguna, seguramente algunas de aquellas composiciones serían vals y todos esos bailes elegantes de los que tan solo había oído hablar en las películas basadas en otra época. No tenía ni la menor idea de como se bailaban, no sabía si iba a poder seguir un ritmo de un baile que no sabía si había escuchado alguna vez en mi vida o visto bailar dignamente. Las últimas bodas a las que recordaba haber ido ya ni tan siquiera usaban el vals, sino una canción que tuviese algo que ver con la pareja, por lo tanto, esos bailes para mí estaban más que obsoletos.
— ¿Desea algo de beber, señorita Mijáilova? —preguntó el profesor interrumpiendo mis pensamientos.
— Sí, por favor —podía sentir mi boca comenzando a resecarse y mis mejillas adquirieron un ligero rubor como si él pudiese saber absolutamente todo lo que pasaba por mi cabeza.
Se marchó para buscar las bebidas mientras yo me quedaba allí contemplando la maravillosa vista de cuerpos que parecían haberse hecho para bailar juntos deslizándose con una elegancia sobrehumana sobre la pista de baile tan brillante que reflejaba a la perfección la parte de abajo de las figuras moviéndose en un compás de cuatro por cuatro en el que los pies iban casi más deprisa que el resto del cuerpo y que tan solo los carísimos vestidos de las mujeres daban esa sensación de movimiento real, pues parecía como si flotasen.
El salón era algo repolludo para mi gusto. La decoración incluía muchas flores, luces y decoración innecesaria. Yo hubiese quitado todo lo excesivo, como por ejemplo, aquellas grandes lonas que estaban colgadas en el techo de forma que crease la ilusión de estar dentro de una tienda enorme. Puede que cualquiera con que comentase mis pensamientos me diría que no tenía ni un mínimo gusto, pero no siempre había que sobresaturarlo todo cuando el lugar estará lleno de personas. A mi parecer, para los ojos podía llegar a ser demasiada información que procesar y uno podría terminar con ansiedad sin tan siquiera haberse imaginado que algo así podría suceder.
Tenía mis manos sobre mi vientre rozando ligeramente el dibujo del tejido mientras mi cabeza se movía involuntariamente de un lado al otro regresando una vez más mi mirada a aquellas figuras que parecían sacadas de la antigüedad. Nadie pisaba a nadie, todos sabían hacia donde debían dirigirse y empecé a pensar si no eran bailarines profesionales con una gran coreografía estudiada que no tenían nada que ver con las dotes artísticamente bailarinas de todos los presentes. Me pregunté si William bailaba. Seguramente no era así. Tenía ese aspecto de hombre que no se movía si no era preciso y necesario, pero quizá estuviese confundida.
— Tenga —su voz en mi oído hizo que diese un pequeño respingo antes de girarme hacia la copa de champán que me había traído.
Champán... ¿con qué cara le decía a aquel hombre que no podía tomar ni una sola gota de alcohol? Ya no porque no me gustase ni lo más mínimo la sensación de aquellas horribles burbujas explotando en mi lengua y subiéndose por mi nariz, sino porque corría un gran riesgo por terminar allí teniendo algún tipo de ataque por la reacción química que se podía producir en mi interior por los medicamentos? Por algo, siempre se escuchaba el recordatorio de "no tomar bebidas alcohólicas" mientras se tuviese algo de medicación. Por lo que pudiese pasar básicamente.
No quería tener que confesarle a alguien que no sabía si volvería a ver todo lo que escondía mi sonrisa paciente y por ese motivo terminé por regalarle una sonrisa y un gracias sin añadir que no la probaría ni por todo el oro del mundo.
— Venga, me gustaría presentarle a alguien —me dijo tomándome del codo y dirigiéndome hacia un grupo de personas que había en un extremo de la sala pulcramente vestidas con la marca de sus prendas casi reflejándose en luces de neón. Se veía a la legua que estaban acostumbrados a la buena vida mientras que yo... desentonaba en todo este ambiente.
Mordí ligeramente mi labio inferior antes de escuchar al profesor presentarme a los allí presentes. Sus padres. Alcé mis cejas sorprendida porque no entendía qué hacía yo, que prácticamente no le conocía de nada, delante de sus padres. No obstante, no pude evitar fijarme en una peculiaridad considerable. Allí había tres personas, no solamente una pareja por lo que ¿tenía que deducir que era una pareja de homosexuales o una pareja heterosexual quienes eran sus padres? No se podía negar que donde había dinero no había habido tanta dificultad para tener hijos que fuesen adoptados.
Un adorable hombre de piel morena me cogió la mano y dio un beso en ella antes de que soltase una pequeña sonrisa por los nervios.
— Encantada de conocerle, señor...
— Nada de formalidades, querida. Llámame Peter y él es mi pareja, Roger —dijo señalando al hombre con algo más de barriga que estaba a su derecha con un traje negro y brillante.
— Encantada —repetí con una sonrisa antes de elevar mi mirada a William que se había retirado un poco junto a la mujer que antes estaba en el grupo.
Entrecerré mis ojos y después reí ligeramente pensando que era tonta por la pregunta que aún tenía en la cabeza.
— ¿Quién es la mujer con quién habla el profesor?
— ¡Oh, es su madre, Catherine! Seguro que habrás oído de hablar de ella. Es una de las catedráticas con más fama dentro de la psiquiatría.
Alcé mis cejas sorprendida puesto que no me sonaba ni lo más mínimo, pero lejos de su mirada severa parecía haber algo más, aunque ahora volvía a fallarme algo. ¿Cómo es que Catherine era su madre y uno de ambos era su padre si Peter y Roger eran pareja? ¿Habían sido pareja previamente? Bien, sí, parecía tonta, pero no me parecía algo que tuviese el derecho a preguntar y menos directamente a ellos, por lo que pensé en que tendría que pedirle a William, si es que nos volvíamos a encontrar, que me lo explicase más adelante.
El profesor se acercó con su madre y después esta me tendió una mano para estrecharla, algo que hice con amabilidad y cortesía.
— Esta es la señorita Mijáilova, Catherine. Es la joven de la que te hablé esta tarde, la psicóloga —mis ojos en ese momento volvieron a alzarse al literato que tenía la mirada puesta en mí de una forma que no lograba comprender.
Por un segundo me quedé completamente pálida. ¿Era tan obvio que necesitaba ayuda psicológica como para que hubiese hablado de mí con su madre? ¿En serio? Eso resultaba realmente insultante.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Kurgu OlmayanKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...