Capítulo 20

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A menudo la tristeza se conoce como un paso previo a aceptar la realidad y conocer la felicidad. El único problema es cuando uno realmente se enfrenta a la tristeza de cara, solo, sin armadura, atado de pies y manos y ella te golpea hasta dejarte inconsciente una y otra vez, sin permitirte descansar, pues incluso en tu inconsciencia se mete para dejarte pequeñas perlas transformadas en pesadillas que te destrozan y te revictimizan.

Aspirar hondo, secarte las lágrimas, soportar las pesadillas y fingir que nada sucede parecían la única opción viable. Si yo engañaba, si yo le ocultaba a todas aquellas personas lo que realmente pasaba por mi cabeza volvería a mi casa como en las veces anteriores. Antes o después, podría ver a mi familia, dormir en mi cama, abrazarme a mi almohada y recapitular en silencio cuáles serían mis siguientes pasos en mi evolución, porque ¡yo no estaba loca! Nunca había estado loca. Solamente no existía nadie que me comprendiese, que se pusiese en mi lugar. El mundo no era demasiado bueno para tener a alguien como yo allí y por eso siempre era yo la mala de la película.

Ahora me enfrentaba a una dura realidad. Tenía que aceptar que debían ayudarme, que tenían que ayudarme cuando yo no veía problema alguno a nada de todo lo que hacía. ¿Qué maldad tenía comportarse como yo lo hacía? No sabía hasta qué punto podía sentirme como pez fuera del agua o cómo podría soportar todo el tiempo que decían que debía estar allí encerrada.

Iba a una de las reuniones con uno de los hombres que menos soportaba del planeta y que parecía que se iba a hacer caso de todo mi tratamiento. ¿Y si aquello era como una secta y conseguían convencerme de lo que yo sabía que no me pasaba? Siendo realistas, ¿ellos lo veían? ¿Ellos podían ver que fuese diferente, extraña, deficiente...? Puede que lo único que tuviese que cambiar fuese mi visión negativa de las cosas o aquello que me hacía estar triste, pero ¿todo eso llevaría tanto tiempo y tener que abrirme en canal de cara a la mayoría de los allí presentes?

Bajé mi mirada hacia mis manos que permanecían sobre mi regazo. Tenía ira, mucha ira. ¿Cómo podía creerme que aquellas personas me iban a ayudar si ni tan siquiera en el hospital lo habían hecho dándose cuenta que no debía estar allí?

Sin embargo, una parte de mí no podía evitar pensar en que quizá yo tuviese algo tan grave que ni tan siquiera sabían tratarlo en un hospital psiquiátrico.

Comencé a juguetear con la pulsera del hospital al que tenía que regresar para poder dormir y me acordé del chico que acababa de ingresar hacia poco tiempo. Ese chico, era el único que me había dirigido una mirada, que había hablado conmigo y puede que hubiese algo más o tan solo era mi boba imaginación. ¿Quién se iba a fijar en una chica tan gorda como yo?

Justo entonces el coche que conducía mi padre paró frente a una casa. Dirigí mi mirada al edificio y temí lo peor. ¿Quién demonios mantenía en una casa a un montón de chicos? Sin embargo, mis padres, quienes parecían tranquilos me obligaron a salir y tuve que recordarme a mí misma que todo podía terminar en menos de seis meses si me las apañaba bien. Siempre que pudiese engañarles...

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora