Capítulo 16

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Un baile de máscaras. ¿Realmente se hacía eso? ¿Y qué se suponía que podía llevar a ese baile? La falta de asistencia a eventos semejantes provocaba que estuviese completamente desconcertada. Mi único recuerdo sobre los bailes de máscaras era aquellos que había visto en la televisión o en el cine. No sabía nada más acerca de ellos o su organización. De hecho, ¿había bailado alguna vez con un chico? Tan solo de pequeña había bailado con mi padre. Después no había tenido manera alguna de llevar compañía.

Había estado buscando muchísimas horas. Me había permitido a mí misma gastarme algo de dinero extra en un vestido que no pareciese que lo hubiese comprado en Primark, pero la mayoría de marcas con renombre tenían unos precios vertiginosos que no podía ni tan siquiera superar la belleza de sus vestidos y la maravilla de sus cortes. Seguramente me sentaría alguno de ellos como un guante, pero no me había permitido probarme ninguno para no encapricharme de algo completamente lejano a mis posibilidades.

Tras patearme las calles, nada mejor que un centro comercial me dio lo que buscaba. Algo más caro de mi intención inicial, pero al menos no tenía que hipotecarme para poder comprarlo.

No me convencía del todo el color. No sabía si luciría bien o no. Solamente esperaba que no destacase demasiado entre la pomposa gente que estaría allí acostumbrados a ese tipo de celebraciones y seguro que a calcular el dinero que se tenía por la ropa que se llevase puesta.

Aquel hilo de pensamientos no me hacía ni el más mínimo bien. Necesitaba respirar y ahora, enfundada en ese vestido no lo lograba hacer bien. La parte buena es que al menos había conseguido entrarme aunque ni tan siquiera hubiese podido cenar para estar lista a la hora acordada. Esperaba, en lo posible, que hubiese algo para picar que supiese de qué estaba hecho. Sí, era especialita para la comida y aún así, había engordado muchísimo en el pasado.

Me subí sobre los tacones y me di el último retoque a mi maquillaje en el minúsculo espejo que tenía en el baño. Antes de ese instante lo había agradecido sobre cualquier cosa, pero ahora necesitaba verme de cuerpo entero para ver si daba el pego.

Me puse el perfume, ese que siempre usaba dado que no tenía otro y el olor a vainilla llenó el baño. Me coloqué bien el tirante ancho de flores bordadas en ese magnífico negro en contraste con el blanco del vestido y salí de mi habitación con mi pequeño bolso de cóctel en la mano. En él llevaba lo indispensable, mi móvil arcaico, el pintalabios para retocarme y un pequeño paquete de pañuelos de papel, algo que casi siempre suele necesitarse.

Caminé por el pasillo hasta encontrarme en la recepción del hotel al profesor quien estaba inmensamente elegante con un chaqué más que a la altura de las circunstancias. Estaba conversando animadamente con la recepcionista quien era también la dueña del local y estaba clarísimamente coqueteando con él. Tuve que contener una carcajada porque era increíblemente indiscreta.

William miró por alguna razón hasta mi posición y su mirada se deslizó por toda mi anatomía con deliberada lentitud lo que me provocó un sonrojo más que inevitable en las mejillas. Fue un mísero momento, extraño, pero lo más cerca que había estado de la intimidad de alguna forma con alguien. Un momento que rápidamente fue interrumpido.

— No se olvide en venir a visitarme. Me debe un café —dijo la recepcionista mientras volvía a retirarme yo a segundo plano.

— Por supuesto, vendré a tomarme ese café —respondió el profesor con una sonrisa mucho más amplia de la que jamás me hubiese dedicado a mí.

Di entonces por supuesto que no era de su gusto, que esa mujer sí y preferí evitarme de toda forma posible sufrir innecesariamente por alguien que jamás sentiría nada por mí. Al fin y al cabo, yo no era nada, nunca era ni había sido nada. ¿Cómo pretendía serlo para un hombre hecho y derecho que seguramente habría tenido tantas amantes como le hubiese permitido la vida o sus propias ganas?

Caminé a su lado hacia el vehículo. La noche tenía ahora una tonalidad muy distinta para mí. Iría a un lugar a ver cómo los demás se divierten. Al menos, se escapaba de mi rutina habitual en la que tan solo miraba cómo el mundo seguía sus vidas y la mía pasaba tan deprisa que se escapaba entre mis dedos.

Suspiré profundamente antes de entrar en el vehículo. Me puse el cinturón de seguridad y ni tan siquiera entonces, que no había nadie con nosotros, recibí un cumplido sobre mi belleza o algo similar lo que me daba más alas a alimentar ese demonio que se había despertado con fuerza en mi interior.

El trayecto tan solo fue acompañado por una charla trivial sobre nuestras horas alejados el uno del otro. De haber sabido que la primera salida más oficial que tenía iba a ser así, había declinado la oferta, pero ahora me parecía muy irrespetuoso irme rápidamente dejándole con la palabra en la boca en mitad del pequeño atasco que se había formado frente al edificio donde se celebraba el baile.

Justo cuando estábamos bajo las escaleras de entrada, me percaté que no había traído mi máscara. ¡Diantres, Kyra! ¿Qué podía haber más obvio que una máscara para un baile de máscaras? Sin embargo, antes de que pudiese decir nada teníamos que salir del vehículo. Me temía que sería la única que no llevaría una máscara en todo el maldito baile lo cual no iba a lograr que el día fuese mucho mejor.

— Señorita Mijáilova... —dijo William antes de ofrecerme su brazo para que caminásemos hacia el lugar de esa forma que siempre me había parecido tan elegante.

Una sonrisa apareció en mis labios mientras me agarraba a su brazo notando la tela del traje e imaginando que la suavidad no era precisamente lo que premiaba en ese tipo de ropa salvo que fuesen de terciopelo.

Ascendimos las escaleras y después William me guió hacia un pasillo que dirigía al salón de baile. Antes de que pudiese mencionarle el asunto de las máscaras, él desapareció de mi lado lo suficiente para ponerme una máscara morada sobre el rostro con mucho cuidado. ¿Acaso leía mentes aquel hombre?

— ¿Cómo ha sabido...? —me giré para observarle, pero me quedé paralizada porque el azul de su mirada era mucho más intenso en medio del antifaz negro. Y sin poder evitarlo, la friki que existía en mí se imaginó que él era el caballero de la noche.

Estaba en serios problemas si me dejaba dominar por esa boba idea. Batman era lo único que siempre lograba hacerme sentir demasiado vulnerable. Cada uno tenía su mito erótico y el murciélago enmascarado era el mío.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora