Capítulo 93

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Durante mi vida había leído mucho. No recordaba momento alguno que no estuviese marcado por mis amigos los libros o la ausencia de ellos. Uno se da cuenta de lo mal que está cuando no puede realizar a gusto sus máximos placeres. La lectura era uno de los míos.

Estuve un tiempo, todo el que mi mente aguantó, sin una dosis de mundos creativos, pero el romance y poco a poco las historias plausibles, reales, de superación, fueron haciéndose hueco en mi biblioteca personal.

Leí Salvaje, de Cheryl Strayed. Me pregunté si todos mis problemas, si toda esa forma de pensar sobre mí misma no solucionarían también realizando algún tipo de aventura semejante. Luego, recapitulé: odiaba los bichos, ir a un lugar sin servicios no estaba dentro de las posibilidades que mi mente pudiese considerar factibles y no era necesario enumerar más. La sola idea de vivir sin un baño no me resultaba apetecible por muy "enriquecedora" que fuera. No dudaba que tendría muchísimas cosas buenas, pero sería inmensamente insoportable para mí. Las comodidades de la vida moderna o la simple cobardía justificada de esa forma, me habían llevado a no realizar un viaje espiritual de ese estilo.

Leyendo la obra había querido ponerme en la piel de esa mujer, pero se me hacía complicado extrapolar su problema al mío puesto que no tenían nada que ver. Su sensación de soledad se basaba básicamente en la pérdida de su madre, la mía, en su lugar, iba más allá. Era ese sentimiento de soledad que se tiene aunque estés rodeado de todos, aunque no te falte nadie, sigues sintiéndote solo, vacío, sin esperanzas. Un sentimiento que no tenía justificación plena comprensible para cualquiera con mi edad. La pérdida de una madre, en cambio, era algo que una persona podía llegar a imaginarse el sufrimiento que se tenía aunque no fuese ni una milésima parte de él.

Mis gustos habían vagado a múltiples temáticas y ahora estaba rodeada de libros de Psicología en los que no me tiraba de los pelos básicamente porque leerlos era mayor sufrimiento. Agradecía que no se tomasen muchas cosas a pies juntillas, porque algunos comentarios, ciertas maneras de describir determinadas situaciones estaban inmensamente marcadas por la sociedad tan escasamente libre que había entonces, además de por el mismo sujeto. Todas las teorías sexuales se me atragantaban en la garganta. Podía comprender que quizá algún caso, dos, podían dar como resultado semejante complejo sexual, pero... ¿absolutamente todos como si cada persona estuviese compuesta de sota, caballo y rey nada más? Si ni tan siquiera saliendo del mismo vientre de la madre salíamos copias exactas (excepto en el caso de los gemelos idénticos), ¿cómo podíamos asegurar que personas con vivencias diferentes, con familias diferentes, con formas de pensar diferentes debido al país en el que residían podían estar cortados por el mismo patrón psicológico? Ese era uno de los males del ser humano, la tendencia a la generalización injustificada aunque solamente se hubiesen conocido dos casos similares. No era muy diferente a cuando tras haber tenido un par de malas experiencias con los hombres, las mujeres clamábamos al cielo por su singularidad e incomprensión asegurando que ninguno merecía la pena. No obstante, no era algo exclusivo del sexo femenino, puesto que los hombres hacían tres cuartas de lo mismo con las mujeres asegurando que todas estábamos cortadas por el mismo patrón, que éramos malas, muy malas. Sin darnos cuenta en ninguno de los dos casos que nuestro predecesor del sexo opuesto y que podía estar escuchándonos con una mueca de preocupación o, incluso, del mismo sexo, también era parte de ese grupo en el que habíamos catalogado a los máximos bastardos de la humanidad.

Sin embargo, a mis manos habían llegado también obras que lograban sacarme del embotamiento en el que me sumían los densos textos psicológicos escritos hace tiempo o no hace tanto, puesto que dependía mucho de la forma en la que alguien fuese capaz de explicar sus teorías de una manera atractiva o usando tecnicismos odiosos que tan solo intentando recordar lo que significaba cada cosa, eras capaz de entender todo el condenado texto.

Me había leído los tres libros de la misma historia que había escrito Jojo Moyes. Y, quizá por razones del destino completamente desconocidas, pero me había emocionado tanto como si algo así debiese darse más a menudo. Me reservaría para mí las sensaciones de la continuación, sin embargo, Antes de ti... ¿no dejaba de ser un príncipe huraño a lo Bestia del cuento de la Bella y la Bestia, que iba dulcificando su carácter gracias a la chica inusual que le abría un mundo de posibilidades que él no esperaba descubrir? En este caso, de una manera mucho más cruel, Jojo nos arrastraba al mundo real donde no termina todo con fueron felices y comieron perdices.

Aquella historia me tocó en lo personal. ¿Por qué? ¿Porque no podría ser que una persona con problemas de Salud Mental sería capaz de tener uno de esos finales felices en los que siempre se les había excluido o ellos mismos se habían excluido por no ser catalogados teóricamente como "normales"?

Fue en ese momento en que me paré a pensar. Pensé qué tipos de historias podían darse en el mundo real. Medité sobre finales felices y me percaté que esa búsqueda de la historia perfecta debería ser eterna y jamás sabíamos qué pasaba treinta años después del final del libro, o quizá nos era más cómodo pensar que los finales felices dejaban un gran sabor de boca y puede, solamente puede que me hubiese dado cuenta que los finales solamente están en las historias y que aún yo estaba escribiendo la mía propia cada día y que no tenía que encontrar el final feliz, sino abrazarme a las páginas del libro, mientras durase, para vivir mi propia aventura, mi propio sueño, darle un buen arco argumental a la protagonista y solamente ella tendría la potestad de escoger qué tipo de historia quería escribir.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora