Capítulo 71

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En cuanto pisé mi casa, me tiré en el sofá por instinto. Necesitaba relajarme, respirar tranquila, poder quitar de mi cabeza todos los problemas de mis pacientes para que no me calasen de forma en la que perdiese completamente una perspectiva lo más imparcial posible. Si dejaba que mis propios sentimientos reinasen en aquella circunstancia sería complicado encontrar algo de claridad en todo el asunto. Sabía que yo no tenía que darles soluciones, pero de poco serviría mi ayuda si no tenía las ideas claras.

Me quité los zapatos y maldije a aquel que había inventado los tacones o que se los había quitado a los hombres. Antes, siglos atrás, los hombres llevaban tacones porque era parte de la moda. Los de los hombres habían prácticamente desaparecido de sus calzados, en cambio, los de las mujeres se habían vuelto mucho más difíciles de llevar. Finos y matapies. En eso se habían convertido.

Estiré mis dedos escuchando las vibraciones de mi teléfono móvil. Tenía que tener miles de correos, notificaciones y lo que fuese entrando a mi teléfono, pero no había muchas ganas de leerlos. Ahora entendía cuando decían que vivíamos permanentemente enganchados a las máquinas, así era. No se confundían ni lo más mínimo. Terminaríamos como en la película de animación, viviendo rodeados de máquinas que nos harían la vida más sencilla, sí, pero engordaríamos, viviríamos viendo tan solo pantallas de ordenador o teléfono y jamás volveríamos a ser nosotros mismos. A veces, un universo tan amplio como internet no era más que una trampa mortal y como adicta, caía una y otra vez.

Cogí el teléfono para ver cuántas notificaciones tenía. Había recibido un mensaje, algo poco usual, por lo que debía ser de mi madre, nadie más me mandaba mensajes, siempre se dirigían a mí por whatsapp. Me pedía que la llamase en cuanto tuviese un hueco. Lo haría, pero ahora no, ahora quería descansar.

Me acurruqué en el sofá sin haberme quitado la ropa y cerré mis ojos permitiéndome un momento de relax. Vacié mi cabeza de todo pensamiento, respiré varias veces de manera profunda y caí dormida en menos de lo que pensaba que sucedería.

En sueños, apareció él. Podía ver la escena del aeropuerto como si hubiese sido otra persona, ajena a mí misma. Allí, a unos metros, William había aparecido y su rostro se había tornado en una mueca de decepción cuando me encontró entre los brazos de Gustav. Me quedé mirándole, no podía ver dolor, no, era algo diferente. ¿Por qué me costaba tantísimo leer sus emociones? Era igual que si tuviese una máscara. Él hombre que más deseaba conocer y que se convertía en todo un enigma para mí. Me gustaría saber si era siempre así con todo el mundo. Si todos los que amaban no sabían leer a la otra persona, no podían saber qué era lo que les pasaba por la cabeza.

Me desperté con la intensa mirada de William quemándome en las retinas. Era doloroso, demasiado doloroso. No podía respirar sin sentir que todo aquello había sido mi culpa. No obstante, el mal humor no había desaparecido de mi interior. Estaba molesta porque pensase que yo estaba con cualquier chico que me encontrase, pero suponía que debía terminar respondiéndole esa carta aunque fuese con un "gracias por el vestido".

Me estiré para luego sentarme en el sofá. Me apoyé en el respaldo con el portátil sobre mis piernas. Abrí la aplicación whatsapp en la web y finalmente esperé pacientemente a que se cargase la interfaz. Luego, comencé a teclear un "gracias por devolverme el vestido". Al ver solamente esa frase en la pantalla me dije a mí misma que no podía mandar tan solo eso, así que, como si tuviese una sorprendente inspiración tecleé hasta que me hube quedado satisfecha.

Buenos días, señor Verdoux.

Me alegra comprobar que al menos está vivo y se acuerda de mí. Lamento que sea en estas circunstancias en las que es más que evidente que ninguno de los dos desearíamos que así fuese.

Hoy me ha llegado el paquete con el vestido rosa que me dejé en Nueva York. ¿Siendo sincera? Pensaba que ni tan siquiera había ido a recogerlo o se había dado cuenta de que me había marchado de la ciudad. No obstante, no me queda otra cosa que hacer que sacarle de su error.

Ese mensaje era para usted, evidentemente. Ni tan siquiera sabía que me encontraría con Gustav en el aeropuerto. Es un amigo, aunque no debería darle explicaciones de ninguna clase porque no soy su propiedad ni tampoco llevábamos una relación etiquetada de ninguna clase. ¿Fallo mío por no saber leerle entrelíneas? Quizá, pero aún así, no soy una mentirosa y bien pudo comprobar entre sus brazos mi propia inexperiencia.

Le agradecería de ahora en adelante, que por favor, no ensucie mi reputación sea buena o mala con sus dudas acerca de mi honestidad. No tengo porqué mentirle ni tampoco me gusta hacerlo.

Gracias por haberme devuelto el vestido, después de todo. Será un bonito recuerdo para mí.

Tras responderle a la carta que me había mandado fui a cerrar el portátil, pero su estado cambió a conectado, como si estuviese leyéndolo en ese mismo momento. Unos segundos sin ningún tipo de cambio para transformarse su estado en un "escribiendo" que esperaba que no fuese excesivamente largo o me daría un soponcio allí mismo.

No me gustan las mentiras ni tampoco que se aprovechen de mí como no quiero aprovecharme de nadie. Si me asegura que lo malinterpreté entonces lamento que así fuese, pero no sería la primera vez que dicen sentir algo y no lo sienten. Discúlpeme por eso.

Mordí mi labio inferior debatiéndome si responderle en ese mismo momento o no, pero mis dedos tomaron la iniciativa como si respondiesen a otra cabeza que tuviese sus intenciones mucho más claras.

Yo no soy como todas las demás, no puede incluirme en el mismo saco de las personas que conoció antes y por ellas medirme con la misma vara.

Su estado volvió a cambiar y recibí la respuesta rápidamente.

Lo sé. Usted es diferente...

Me quedé mirando esa última palabra pensando si me gustaba o no. Diferente podía ser bueno, pero también podía ser malo, podía ser un halago como usado como insulto en otro contexto. Y ya estaba de nuevo, encerrada en su enigma.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora