Servida la cena y decidida a realizar ese trabajo aunque el horario fuese demoledor, comenzamos a hablar en términos más amistosos y personales. Me gustaba la idea de llevarme bien con mi jefa porque pasaría muchas horas entre fogones y sobre todo porque quizá tuviese más paciencia conmigo de esa manera. Había días en que mi mente no era un desastre y cogía las cosas con rapidez, pero había otros momentos en los que estaba muy espasa y ni repitiéndome mil veces las cosas conseguía quedarme con ellas. Era como si tuviese en esos momentos solamente medio cerebro conectado y aquel que tenía que recibir la información y procesarla aún seguía en un estado de hibernación o huelga temporal.
La comida estaba deliciosa. Desconocía qué eran esos platos, pero quizá sería mejor así. Además, agradecía no tener que comer sota, caballo y rey, los tres platos que sabía cocinar día sí y día también. Cuando tenía ánimos probaba a hacer algún plato que había conseguido sonsacarle a mi madre la receta en alguna conversación telefónica y no me había olvidado de traspasarla de mi cabeza al papel antes de que se me olvidase.
— Así que viniste a Belfast para vivir con tu novio, Gustav, pero ¿dónde vivías antes?
— En Evesham, un pueblo de Inglaterra —comenté antes de meterme un poco más de comida en la boca y cuando terminé de masticar continué con mi respuesta—, antes vivía en Moscú, con mi familia.
— ¿Rusia? ¿Eres rusa? —sus ojos se abrieron como platos.
— Sí, ¿por qué?
— Bueno, porque las rusas tienen fama de ser como las nórdicas si no me equivoco, rubias, altas, de ojos azules... —rió como si aquello le divirtiese aunque yo no entendía el chiste.
— Que sea más fácil que haya rubias naturales, no lo niego, vendrá en la genética, pero hay de todo como en todas partes. No es un país de mujeres perfectas ni hombres perfectos, bueno, creo que lo de los hombres está bastante claro teniendo en cuenta la imagen que se tiene, ¿no?
Entrecerré mis ojos unos instantes pensando realmente en esa peculiaridad de la que no me había dado cuenta, pero quizá el hecho de que ninguno de los miembros de mi familia procediese de una familia de generaciones únicamente rusas había llevado a una mezcla en la genética que había dado finalmente la evolución de dos hermanos con el pelo oscuro y una hermana con el pelo tan rubio que parecía teñido. Los caprichos de la genética.
— ¿Tú eres de aquí?
Negó inmediatamente y esperé con paciencia a que terminase de comerse lo que tenía en la boca.
— Soy francesa, mis padres eran ingleses y se mudaron a Francia. Allí nací y luego mi madre se mudó a Belfast cuando se separó de mi padre. Desde entonces vivo aquí con ella y viajo de vez en cuando a ver a mi padre allí, en Toulouse. No es que lo pase de maravilla, pero no tengo más remedio que ir a verle —comentó con pena mientras hacía lo posible porque en su rostro no se demostrase el asco más absoluto.
Pensé en la posibilidad de que estuviese recordando bastantes momentos horribles vividos en su compañía, por eso comprendía que no fuese una visita muy agradable.
— ¿Tu novio suele ir contigo a ver a tu padre?
Negó con una sonrisa.
— La verdad es que no siempre. Depende de su trabajo que pueda acompañarme o no. Ya sabes cómo son los militares... ¿o no?
Intenté recordar si por casualidad conocía algún militar o su rutina, pero era algo que me quedaba bastante lejos. El marido de una tía de mi madre si lo había sido y alguno de sus primos, por consiguiente al tener a su padre militar como ejemplo, pero no, yo no sabía su ritmo de vida, lo único que conocía es que para entrar en los espacios destinados para ellos, academias o algún que otro conjunto de edificios, había que tener invitación expresa y alguien dentro de ese mundo era quien respondía por los civiles que entraban allí con él.
— No, pero supongo que tienen normas más estrictas que en otros trabajos o que van por libre, algo así —arrugué mi nariz sin saber si realmente era así o estaba equivocada en mis pensamientos.
— Sí, algo así... pero me acompaña siempre que puede —se apresuró a añadir.
Me pregunté si se había arrepentido de decir algo que no fuese realmente bueno sobre su pareja, al menos, no bueno del todo. Sin embargo, cuando iba a preguntarle, la puerta se abrió sin que sonase el timbre, por lo que debía ser el otro residente en aquella casa.
Me giré para ver a Michael y éste se quedó sorprendido como si no me esperase, sin embargo, unos segundos después su rostro recobró la compostura igual que cuando te vuelve el recuerdo inmediato de algo que se te había ido de la cabeza hasta encontrarte con el pastel delante de tus narices.
— Buenas noches.
Dejó sus cosas y a la primera que se acercó fue a Chloe para dejar un beso en sus labios, después se presentó y me dio la mano de manera muy educada.
— Encantada —dije tras la presentación que amablemente me hizo mi futura jefa.
Tras unos minutos regresó con un plato repleto del primero que habíamos comido y se sentó al lado de su chica. Me fijé mejor en él. Era evidentemente más alto de Chloe. Tenía una sonrisa amplia, agradable. Pero podía verse a la perfección que no tenía ojos nada más que para la chica de sus sueños y eso hacía que me acordase involuntariamente de Gustav y de la manera en la que me miraba. Esa era la misma mirada que me dirigió todos los días desde que pareció sentir algo por mí, una mirada que no había notado cómo había cambiado con el paso del tiempo y que echaba tan horriblemente de menos que la congoja se abrazaba con fuerza a mi pecho haciéndome mucho daño.
Michael resultó ser un chico muy agradable. Por lo que Chloe me había contado de su cuñada y de su suegra pensaba que mucho tenía que cambiar él en comparación, porque sino sería más que insoportable, y no me había confundido. Seguramente tendría sus cosas, como todos, pero parecía comportarse, al menos delante de mí, tal y como mi futura jefa se merecía.
— ¿Quieres postre, un café o algún licor?
La voz de Chloe me sacó de mi ensimismamiento y negué. Estaba completamente llena.
— Oh, no... si como algo más o bebo, explotaré —solté una carcajada seguida de las suyas.
Tuvimos una pequeña sobremesa y finalmente me rehusé a que ninguno de los dos me acompañase a casa por lo cerca que estaba. Ninguno se quedó conforme, pero no nos conocíamos lo suficiente como para que me tomasen por el pito del sereno e hiciesen lo que a ellos les viniese en gana, por eso pude salirme con la mía y recogiendo a Rochester que ya había comido gracias a la amabilidad de Chloe, nos fuimos a bajar la cena, pero el pequeño no parecía tener gana alguna de dar muchos pasos, por lo que tuve que cogerle en brazos, una tarea que no comenzaba a ser sencilla. Crecía a un ritmo exponencial.
— Señorita Mijáilova...
Su voz me heló la sangre. ¿Llevaba allí todas esas horas? Mis ojos se encontraron con su figura y perdí todo el color de mi rostro. William Verdoux, de nuevo.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
NonfiksiKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...