Capítulo 49

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Fuimos hasta el hotel. Tenía que cambiarme de ropa. Entré tan deprisa como pude mientras William esperaba en el coche. Me cambié tan rápido como pude. Una camiseta y una falda a juego con el mismo diseño en tonos rojo y blanco. Me puse los tacones a juego y después recogí mis cosas dado que no tendría demasiado tiempo para poder hacerlo dado que el vuelo salía a las cuatro de la tarde. Al menos, eso pensaba.

Salí después de tener todo listo y me fui hasta el coche en donde William me esperaba mientras una sonrisa se deslizaba por mis labios. Entré en el vehículo y me puse el cinturón justo antes de escuchar su voz grave darme una orden sorprendente.

— Quítese las bragas.

Elevé mi mirada para encontrarme con sus ojos que tenían un sorprendente brillo malicioso. ¿Qué estaba pasando allí? Mis cejas se elevaron sin poder reaccionar aún y sin entender qué era lo que pretendía con que me quitase las bragas. ¡En la vida había ido sin ropa interior y no iba a empezar ahora!

Se inclinó hacia mí y besó mis labios de una forma que estuvo a punto de dejarme sin aliento antes de susurrar contra mi boca su petición nuevamente.

— Quítese las bragas.

Miré a todos lados y quizá por una extraña excitación prohibida y los deseos de probar cosas nuevas terminé aceptando y metiendo mis manos bajo mi falda para quitarme las bragas de encaje azul marino que llevaba en ese momento. William me las arrebató en cuanto me las hube quitado y tras olerlas se metió la prenda en el bolsillo de la chaqueta de su traje que le quedaba condenadamente bien.

Sonrojada desvié la mirada hasta el frente antes de escuchar el ronroneo del motor indicando que íbamos de camino hacia la Universidad para que William diese su cátedra. No podía creerme aún que estuviese dentro de su coche sin la parte baja de mi ropa interior. Era extraño, muy extraño. Me sentía casi desnuda en todos los aspectos cuando nadie tenía porqué saber que debajo de mi falda no había nada.

— Esto me recuerda a una escena de uno de los best-sellers que hubo hace poco —musité.

Le miré comprobando su incomprensión.

— Sí, verá, me confieso culpable, pero por todo ese boom que hubo leí la trilogía de Cincuenta sombras. Y en el segundo libro, bueno, hay una escena en la que Grey le pide a Anastasia que se quite las bragas en un local público —reí un poco.

— ¿En serio ha leído esos libros, señorita Mijáilova? La hacía más inocente —comentó con diversión antes de acariciar una de mis piernas durante un segundo pues debía volver a colocar su mano en el volante.

— Me gusta tener mi propia opinión sobre aquello de lo que habla todo el mundo. Si no lo he leído no puedo saber si me gusta o no y tampoco los por menores de una conversación trivial en la calle —expliqué encogiéndome de hombros casi como disculpándome por lo que hacía.

— Le gusta intentar encajar en la sociedad, presupongo...

Arrugué mi nariz pensando en su afirmación y finalmente tuve que soltar un suspiro admitiendo mi derrota.

— Sí, creo que en cierta forma sí deseo encajar en la sociedad. He pasado demasiados periodos de mi vida sufriendo rechazo tras rechazo del mundo exterior y no es agradable.

Su ceño se frunció ligeramente mientras una sonrisa aparecía en sus labios.

— Pero en la normalidad está lo común, lo cotidiano. No existen las emociones fuertes. Por ejemplo, si siguiese en su normalidad, "encajando con la sociedad", ahora mismo tendría las bragas puestas. Una persona como usted sobresale, solamente no sabe darse cuenta de ello —dijo antes de girar para entrar al aparcamiento donde él podría dejar su vehículo en su plaza—. Piénselo de ese modo. Lo normal es tedioso con el paso del tiempo, lo distinto marca la diferencia.

Se bajó del coche y me quedé pensando unos segundos en lo que acababa de decir. Tenía razón. Solamente las personas que se salían de lo común eran realmente recordadas, imitadas y se comían el mundo. Aquellos, en cambio, que seguían la corriente eran una oveja más dentro del rebaño.

Abrió mi puerta y bajé con cuidado de que no se viese nada. Pude ver en un par de ocasiones una sonrisa intentando escaparse por la comisura de los labios de William por lo pudorosa que era y mi timidez extrema en esos momentos.

Caminé a su lado, esperando tener suerte y que todo fuese de maravilla. Sin embargo, algo surgió en mi interior, algo que había sentido solamente encerrada en mi habitación, detrás de una pantalla de ordenador y sin nadie que me leyese la expresión del rostro que tomaba esa forma de asesina en serie incontrolable. Según mi hermana, cuando ponía esa cara, daba verdadero miedo y podía llegar a matar con la mirada si no fuese algo imposible.

Todas las jóvenes que estaban inscritas a la cátedra eran mujeres. Alumnas que le miraban con ese deseo que seguramente se había leído en mis ojos la noche anterior. Él las sonreía y aceptaba sus miradas coquetas, sus sonrisas petulantes y esas caídas de ojos que resultaban patéticas con sus edades.

Sin embargo, no solamente se había despertado el demonio de los celos en mi interior, sino ese mismo demonio que me recordaba todo el tiempo que yo no tenía nada que hacer en contra de ninguna de ellas. No era más que la menos bonita, inteligente y la más vieja. La sola idea de pensar que William podría haber estado con alguna de esas chicas me resultaba casi insoportable. ¿Por qué era tan condenadamente intensa en estas situaciones?

El profesor no se percató de mi malestar o eso quise creer. Entró en su aula y me invitó a sentarme a su lado tras poner otra silla al otro lado del escritorio. Eso fue igual que lanzar un jarrón de agua fría en las llamas que aunque aún seguían teniendo las ascuas bien vivas, la diferencia de temperatura en mi mal humor era considerable.

Me senté a su lado y saludé a todas las presentes con una sonrisa antes de que comenzase la clase. William, se sentó a mi lado y comenzó a hablar, pero una de sus manos comenzó a aventurarse por debajo de mi falda.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora