Capítulo 111

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¿Qué era agarrarse a un clavo ardiendo? Lo que yo acababa de hacer. ¿Qué era sentirse miserable? La manera en la que me sentía. Solamente había encontrado satisfacción sexual y la respuesta a qué era lo que había existido siempre entre el profesor y yo. No había ningún sentimiento, éramos tan solo autómatas queriendo satisfacer sus deseos más primitivos cuando estaban delante del otro mandando al inconsciente a la consciencia si es que él la tenía, que nos avisaba que terminaríamos quemados, doloridos, sofocados y la satisfacción sería simplemente momentánea, una forma de romper el ir y venir de todas las emociones y tensiones, pero no era la solución. Nunca era la solución.

Sabía que Gustav no lo haría. Sabía que él jamás hubiese profanado otra cama mientras el recuerdo de mi cuerpo siguiese caliente en su memoria. Me daba asco a mí misma hasta límites insospechados y aun así una parte de mí se negaba a pensar, gritándome si lo hacía, obligándome a regresar al momento y ver dónde estaba, allí donde había deseado estar durante muchos meses hasta que Gustav me demostró que había un lugar mucho mejor para mí.

Los dedos de William recorrían mi espalda con suavidad mientras su mirada estaba fija en mi rostro. Hubiese dado cualquier cosa para saber qué era lo que pasaba por su cabeza, pero que jamás supiese lo que pasaba por la mía.

— ¿Está bien?

Asentí como respuesta porque sabía que si hablaba se notaría en mi tono hasta qué punto me despreciaba y lo despreciaba a él por haberme hecho regresar a sus brazos. Él tenía poder sobre mí, demasiado, cuando estaba rota y ahora lo estaba, aún más por haberle permitido llegar como un tornado para volver inservibles los restos de lo que alguna vez fue felicidad.

Sus dedos tomaron mi mentón y elevaron mi mirada para que volviesen a encontrarse como si echase de menos a mis ojos de gata. Rozó mi labio inferior con su pulgar y dejó un beso en mis labios que en otras ocasiones le hubiesen reclamado como mío.

— ¿Le veré mañana?

¿Por qué le había preguntado eso? Quizá, por un intento por encontrar explicación a toda esa sin razón o para salvaguardarme a mí misma de él, saber que estaría merodeando para no permitirle pasar.

— Mañana me marcho.

Su respuesta me dejó helada. ¡Tenía toda la razón! Había caído otra vez en su estúpido juego, había traicionado mis principios, había catapultado al infierno a mi propia existencia espiritual hasta que finalmente él había mostrado sus cartas indicándome que había sido para nada.

Quise reír, pero la risa se quedó en mi garganta. Quise llorar, pero no me lo merecía. Todo esto no había sido nada más que culpa mía. Había sido yo quien le había permitido hablarme, regresar y arrasar con lo que encontrase. Era idiota y me merecía mi propio sufrimiento precisamente por ello.

— Entiendo —asentí y me levanté de la cama antes de comenzar a vestirme.

El profesor se quedó mirándome. Me daba igual si entendía mi reacción o no. Me importaba un comino si le dolía mínimamente o no. ¿Qué podía significar un poco de daño comparado a los latigazos que él me lanzaba y me dejaban la piel en carne viva? Era mi demonio personal. El hombre dispuesto para mí solamente para hacerme enloquecer hasta límites insospechados.

Respiré profundamente antes de recogerme el pelo en una coleta. Si había algo que no me gustaba era deber nada a nadie, por lo que sabía que podría buscarme si se quedaba la posibilidad abierta de una consulta entre ambos. Por supuesto, no debería acostarme con mi paciente, pero ¿cuántas reglas morales y éticas había roto ya? ¿Importaba alguna más?

— ¿Qué era lo que me quería comentar sobre la terapia?

— Pensaba en una conversación profunda, pero temo que no tenemos tiempo para eso si tiene tanta prisa para irse.

Mis ojos se fijaron nuevamente en los suyos y mantuve las distancias tan solo sentándome a los pies de la cama esperando que comenzase, indicándole con ese gesto que le ayudaría en lo que pudiese o supiese.

— ¿Cómo se califica a sí misma, señorita Mijáilova?

— Soy un alma atormentada que ha logrado ayudar a otros a ver algo de luz aunque yo termine el resto de mi vida sumida entre las sombras —expliqué tras unos segundos de reflexión.

— ¿Y cree que dos almas sumergidas en la oscuridad pueden estar destinadas a vivir y admirar la oscuridad juntos?

El romanticismo entreverado en aquella pregunta me hizo darme cuenta que aquel hombre estaba enamorado de alguien aunque tuviese miedo a decirlo. Sin embargo, ese alguien no podía ser yo, me negaba a ser yo. Por ese motivo, dije las palabras que consideré que hubiese dicho cualquier profesional alejado del problema en cuestión.

— Creo que tan solo una luz podría ayudarle a salir de las sombras, señor Verdoux. Si se une a otra alma torturada como la suya, lo más probable es que vivan un romance lleno de dolor, luchas por el control, locura y búsqueda de la sumisión del otro. Amar no lo soluciona todo, y no siempre alguien que esté tan podrido como nosotros internamente es quien mejor nos conviene. Usted necesita algo radicalmente opuesto, algo que le dé paz, que le dé vida —concluí siendo yo en esta ocasión quien tenía una expresión de póker en mi rostro completamente indescifrable.

Aquellas palabras no sabía si le hicieron la más mínima gracia o no, pero ese ya era su problema. En el caso de que se refiriese a mí, sabía que no podía mantener una vida satisfactoria a su lado. Ni tan siquiera debía permitirme amar aún. No me había encontrado a mí misma, era una dependiente emocional y eso lleva a tantos y tantos fallos como ese mismo. El profesor era ese fallo que siempre cometería mientras no me alejase de él.

Frunció su ceño y disfrutó de un cigarrillo lo que yo aproveché para despedirme de él con la excusa de tener que vigilar qué tal estaba mi perro Rochester.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora