Capítulo 23

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2000

Me habían designado un grupo. Había tenido que aceptar la idea de pasar allí dos años de mi vida. Dos inmensos años. ¿Cómo podría hacerlo si deseaba gritarles y hacerles entender por la fuerza que yo no era como esos seres que estaban delante de mí? Todas las chicas parecían hablar de problemas de alimentación. Me preguntaba si todas salvo aquella que se había jactado de su psicopatía estaban allí por los alimentos. ¿Cómo me ayudaría eso a mí? Si bajaba la mirada era más que evidente que yo no vomitaba ni dejaba de comer, yo me comía todo lo que pudiese para satisfacer una parte de mi ser que me lo suplicaba como si hubiese pasado siglos alimentándome del aire. Engordar parecía mi propósito en la vida. Había hecho tantas veces dietas que ni tan siquiera lo recordaba y en el hospital me obligaban a mantenerla. Una en la que también incluían fibra.

Me estremecí tan solo pensando en esos biscotes integrales, sosos, sin sustancia. Parecía que también estaba la dieta de las calorías que me hubiesen puesto, reñida con la sal. ¿Qué más daría que estuviesen algo más sabrosos los platos? Puede que si estaban sabrosos alguien consiguiese comérselos sin tener que encomendarse a todos los santos del cielo. La gente se quejaba de la comida de los hospitales, con conocimiento de causa podía decir que la comida de dieta era aún peor que la normal que había tenido en mi primer ingreso.

Observé a mis compañeros. Había vuelto a perderme en mis pensamientos recordando el desayuno de aquella mañana. Ni tan siquiera sabía cómo no vomitaba cuando llegaba allí. Puede que fuese porque mis padres eran los que me llevaban y recogían, los que tenían un rato para estar conmigo, los que me abrazaban cuando salía encontrándome al borde del llanto por tener que escuchar demasiadas cosas a mi disgusto.

Había tenido que aprenderme un horario. Tenía varias terapias separada del resto de los grupos y una terapia grupal en la que podías recibir hasta en lo indecible. En aquella que había hecho el ridículo buscando que aceptasen que yo no era como los demás. ¿Por qué no ver, oír y callar? ¿Por qué no había aprendido de mi vida anterior? ¿No era mejor ser invisible? ¿No era mejor colocarse de alguna forma sobre el bien y el mal para evitar sufrir de cara a los demás aunque las noches se llenasen de las lágrimas que no se habían podido derramar durante el día o, en su defecto, transformarse en veneno ponzoñoso que lanzarles con la mirada o con algún comentario mordaz que, a menudo, se quedaban en petit comité. Yo conmigo misma.

En ese momento estaba en terapia escrita. Nos habían mandado escribir algo más artístico, al menos, a mi parecer. Por primera vez en semanas había cogido el bolígrafo con una sonrisa intentando escapar de mi comisura y me había puesto a redactar como una loca. Sin descanso. Un paseo en el parque...

"Me había perdido. Había desaparecido mi camino en algún momento en que seguramente había terminado por distraerme con alguna flor o un bicho de aquellos que esperas que no se pongan sobre ninguna parte de tu cuerpo.

El cielo había comenzado a oscurecerse. Las nubes negras amenazaban tormenta. La oscuridad parecía cubrirme por completo mientras una parte de mi ser clamaba por un refugio. Entonces, entre los árboles, pude ver una casa.

No lo pensé demasiado cuando decidí ir hasta ella. A medida que me acercaba se podía ver con mayor claridad que aquella casa estaba abandonada, vieja. Todo era suciedad y oscuridad en su interior, pero parecía haber algo. Era un brillo, un brillo que me llamaba como si fuese una polilla acercándose a la luz. Y mi malsana curiosidad no se sanaba con conjeturas sino con certezas plenas. Era o blanco o negro, no había ninguna escala de grises.

Abrí la verja y el chirrido del metal hizo que me estremeciese. Parecía una casa encantada. En algún momento vería un fantasma o quizá algo peor. Pero a pesar de los nervios que se agarraban con fuerza a mi estómago, mis pasos estaban decididos a descubrir qué era lo que me reclamaba cual canto de sirena.

Me metí dentro de la casa por una de las ventanas. El acceso no era fácil, pero la ventana estaba rota, así que la vía estaba libre.

Una vez allí miré el interior. Había telarañas, todo eran muebles comidos por las termitas. Seguramente había sido hermosa en su momento. Las contraventanas golpeaban con fuerza por el viento mientras el suelo se quejaba a cada paso que daba para integrarme en el lugar. Los libros de la vieja estantería parecían a punto de caerse y sin embargo, mi mano se acercó a algo brillante colgado en una de las paredes. Quité la capa de polvo al darme cuenta que era un espejo y el reflejo del interior de la casa logró hacerme llorar. Podía ver la hermosura de antaño, la luz perdida, su resplandor inusitado y su belleza antes admirada y terminada por abandonarse a su suerte."

Al dejar el bolígrafo estaba satisfecha. De una manera incomprensible para mí. Años más tarde sabría lo que había hecho. Había descubierto la verdadera pasión de encontrar en las letras la forma de descargar un alma soñadora y cargada de sufrimiento.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora