Querida Livia.
No hay nada en este mundo que pudiese describir mejor el sufrimiento de una persona que ese miedo indiscriminado, esa ansiedad y esa incomprensión de lo que pasa, del temor y la respuesta física a la sola idea de tener que estar en clase. ¿No te parece motivo suficiente?
Fíjate. Tuviste que poner candado a tu mochila. Se reían de tus fallos como si fuese algo malo fallar cuando nadie nace sabiendo. ¿Crees que toda esa situación era normal? ¿Crees que tú eras el problema en toda esa ecuación? ¿Por qué? ¿Les habías hecho a los demás algo salvo intentar su aceptación o ser tu misma?
La crueldad de la sociedad puede tomar muchas formas y no solamente la violencia física. ¿No crees que es violencia que tuvieses miedo de poder equivocarte por la reacción de todos tus compañeros?
Una de las definiciones del diccionario es: Acción violenta o contra el natural modo de proceder. ¿No crees que el modo natural de comportarse debería ser el respeto y no esa forma casi insana de destrozarte a ti? ¿Hacían lo mismo entre ellos? Estoy convencida que eran amiguísimos y no se trataban a patadas, corrígeme si me equivoco.
No hay nada raro en ti, Livia. Tú no eres la culpable. Simplemente naciste como una flor entre un montón de cardos borriqueros.
Ahora mismo no puedo seguir respondiéndote. Tengo que irme a trabajar, pero cuando pueda continuaré.
Mándame todos los correos que necesites para desahogarte. Estaré encantada de leerlos.
El resto de días que me quedaban antes de las vacaciones ni tan siquiera pensé. Trabajé, trabajé y trabajé. Cuidé de Rochester, mantuve la casa lo más impoluta posible e hice hasta lo imposible por encontrar otro trabajo que no me hiciese tener que despertarme a esas horas intempestivas. El único problema es que no encontraba nada en Belfast, todo lo que encontraba era en otros países. ¿Debería volver a intentar empezar de cero? ¿Podría encontrar mi sitio en alguna parte del planeta o terminaría regresando con el rabio entre las piernas a Moscú para que mi madre y mi padre volviesen a cuidar de mí?
Había hecho las maletas. No sabía qué iba a pasar en esas fiestas, pero no tenía buenas sensaciones. Desde hacía años lo celebrábamos en casa de una de mis tías porque mi primo autista estaba más cómodo en su hogar que teniendo que ir a las casas de otros. Años atrás me había molestado muchísimo. Ahora que era yo quien regresaba al país natal, ni tan siquiera me parecía un hecho demasiado relevante. Una casa, otra... fuera donde fuere estaría la misma gente, las mismas voces, los mismos gritos.
Llevaba un tiempo en el aeropuerto, con la esperanza de ocurriese algo, lo que fuese, que no me hiciese subir a ese avión, sin embargo, no tuve suerte. Me puse a la cola, me metí en el avión y tuve en mi pecho la congoja de quien va al patíbulo, pero suponía que no tenía nada que ver con mi familia, que todo eso era por mí, por esa explosión incontrolable que no sabía si podría evitar. Llevaba demasiado tiempo recluida en mí misma, sin hablar con nadie salvo en el trabajo y no había podido desahogar mi alma.
Me centré en mi libro, aquel que me había llevado para no pensar, para obligarme a estar lo más tranquila posible. Me acurruqué en el asiento y no hice caso a nadie de todas las personas que estaban cerca de mí. Unos auriculares me daban la excusa perfecta.
Tenía que hacer transbordo. Debía ir a Londres primero y después a Moscú. Tan solo tenía que pasar un par de horas en Londres. Comería algo que seguramente me saldría más barato que en el avión y luego entraría en el avión. Eso hice. Me dio tiempo a terminarme el libro antes de tan siquiera haber podido llegar a mi ciudad natal.
El frío de Moscú me dio en el rostro como una bofetada. Mi teléfono comenzó a sonar indicándome que me había llegado un mensaje de mi madre. Ya estaban en el aeropuerto. Tenía un nudo en la garganta, una sensación de haberles terminado de defraudar. ¿Cómo podía enfrentarme a sus miradas y su curiosidad sin terminar derrumbándome?
Seguí a todos los pasajeros para coger finalmente mi maleta y cuando la tuve en mi poder fui hacia la puerta donde esperaba encontrarme a las primeras personas que me habían visto cuando había llegado a ese mundo.
Y allí, al otro lado de la puerta, mi madre con sus gafas bifocales de pasta y mi padre con todo su cabello blanco me recibieron con esa amplia sonrisa que hace que el corazón se acongoje aún más recordando lo muchísimo que les había echado de menos.
Me sequé las lágrimas que habían escapado de mis mejillas sin mi permiso y me abracé a ambos escondiéndome contra sus hombros esperando que comprendiesen que mi emoción era solamente por el reencuentro y nada más. No obstante, mi madre parecía tener poderes porque enseguida susurró en mi oído si estaba bien. Mi respuesta fue un asentimiento y me quedé más tiempo del que jamás había dedicado a darles un abrazo en toda mi vida aferrada a ellos dejando que todo el dolor de esos meses pudiese escapar de mi cuerpo.
Me negué a que mi padre me cogiese la maleta y las llevé yo observando como él parecía haber recuperado todo el peso perdido tiempo atrás. Mi madre, en cambio, había adelgazado hasta el punto de que me preguntaba si realmente había dejado de trabajar para cuidar a mi padre.
Sus preguntas fueron constantes. Intentaron saber todo lo posible y les dí tan solo los detalles de los que tenía fuerzas. No podía hablar demasiado aún pues seguía teniendo un nudo en mi garganta. Pregunté si el resto de la familia había llegado ya a la ciudad y me dieron todos los por menos y novedades de la familia, consiguiendo sin pretenderlo, quitar de mí el centro de atención.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
No FicciónKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...