Estaba nerviosa, debía reconocérmelo a mí misma. Había estado dando vueltas casi toda la noche. Él había aparecido en mi mente casi todo el tiempo y no paraba de preguntarme qué se suponía que debía hacer cuando le saludase. ¿Un beso? ¿Dos besos? ¿Darle un beso en los labios? Era lo más cercano a una relación que mantuviese el físico también en la ecuación por lo que estaba completamente perdida. Era más sencillo dejarse llevar por las inhibiciones detrás de la pantalla del ordenador, pero parte de mi cabeza pensaba en todo aquello acontecido el día anterior y cómo había llegado a pensar que William no sentía absolutamente nada por mí.
¿La inseguridad extrema era parte de la primera vez en todas las relaciones amorosas o tan solo era por mis propios problemas personales? Ya ni tan siquiera era capaz de recordar las enseñanzas. Los nervios me consumían de todas las formas posibles y tenía el estómago tan cerrado como también deseaba llenarlo de comida para, en lo posible, controlar la ansiedad que me estaba consumiendo.
Me arreglé. No me puse de punta en blanco, pero sí disfruté de la idea de estar algo mona para encontrarme yo más segura. Zapatos de tacón que destrozaban los pies no podían faltar en el modelito. Por suerte para mí había bajado tantos kilos que aunque eran incómodos no me molestaban ni la mitad de lo que me molestaban antes.
Me lavé los dientes, al menos, un par de ocasiones. Me perfumé otras tantas y después cogí el libro para acudir al lugar que me había mandado. Me había dicho que me estaría esperando allí. Esperaba que no fuese un sitio con demasiada gente. Sin embargo, cuando salí de mi habitación allí estaba William, con ese aire enigmático y bohemio que le caracterizaba. Mordí mi labio inferior por instinto y no fui capaz de moverme de mi sitio.
— Buenos días, señorita Mijáilova —comentó antes de ofrecerme su brazo—. Recordé que en nuestra charla me había comentado que era esta su primera visita a la ciudad, así que pensé que sería mejor que fuese yo quien me acercase para llevarle entre el tráfico de Manhattan hasta nuestro destino.
Sonreí sonrojándome como una adolescente y cerré la puerta detrás de mí antes de agarrarme al brazo que mantenía esperando por sentir mi agarre.
— Buenos días, señor Verdoux. Me parece una idea maravillosa, porque, para ser realista, creo que me hubiese perdido demasiadas veces en el metro de la ciudad —comenté mientras caminábamos hacia la salida del hotel—. Dígame, ¿ha terminado de engatusar a la dueña? No ha parado de preguntarme por usted cada vez que me ha visto y sé, sin duda, que está loca por sus huesos.
Me miró de reojo. Tan solo había bromeado, pero me había dado la sensación que no le había hecho ni la más mínima gracia mi broma y no entendía porqué.
— Se ha limitado a dejarme pasar —comentó con un deje brusco en su voz—. Dígame, me ha comentado que ha terminado el libro. ¿Es eso cierto?
— Así es, me he terminado su libro. De hecho, traigo conmigo el tomo, puesto que pensaba devolvérselo —respondí con una sonrisa esperando no haber metido demasiado la pata antes.
Sus cejas se alzaron imperceptiblemente cuando vio que efectivamente no le mentía. ¿Era tan rápida leyendo o es que las personas realmente se asombraban de que yo pudiese terminarme una novela? Para su información les podía hacer partícipe de una larguísima lista de ejemplares que me había leído, algunos que incluían conocidos best-sellers, excepto los libros de Dan Brown. No sabía porqué pero quizá había sido el momento de mi vida en que había decidido leerlos. Sea como fuere El código Da Vinci se quedó en la estantería acumulando polvo desde que no lo tocaba.
Habíamos salido fuera del hotel y caminábamos hacia su coche. ¿Modelo? Seguramente mi padre me lo preguntaría, pero ese tipo de cosas a mí me parecían sumamente impropias. No me interesaban ni lo más mínimo así que, ¿por qué preguntar algo que tan solo le interesaría a una persona ajena a ese momento que estaba viviendo? Podría darle una imagen equivocada, como si fuese una entusiasta del motor y había tenido que ver tanto deporte a lo largo de mi vida que había tenido dosis para el resto de ella.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Non-FictionKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...