Capítulo 91

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Kyra.

Me ha sorprendido mucho la respuesta que me diste. He estado reflexionando. ¿Realmente alguien que ha pasado por lo mismo puede ayudarme? Me da la sensación de que sí, es cierto, podrías comprenderme mejor, pero también me asegura que se puede seguir adelante. El único problema está en si yo quiero seguir adelante o no...

No pude responder en ese momento porque Gustav me había dicho que íbamos a salir, o a hacer lo que fuese. Y el e-mail de respuesta me iba a llevar mucho tiempo. ¿Cómo explicar tan solo en unos minutos lo que yo sentía y cómo aprendí a ver que hay algo más allá? Sin referirme a la religión, ni mucho menos. Hay momentos en que todos nuestros problemas nos abruman de una forma que solamente encontramos salida en acabar con todo aunque no sea precisamente lo que deseamos. Cuando buscamos ayuda es que queremos otra solución, que nos guíen hacia ella, puede que por el instinto de supervivencia humano, o por el mismo miedo a la muerte, pero no aceptamos tan fácilmente una derrota.

Mi cabeza ya había comenzado a maquinar cómo podía responderle. Las frases iban saliendo solas, pero no podía pararme ahora a ello. Quizá sí hubiese terminado en un par de minutos o me hubiese quedado atascada en una frase sin saber cómo continuar.

Miré la ropa que me había traído y las pocas indicaciones que me había dado no me ayudaban a saber qué podía ponerme y qué no. Terminé poniéndome un conjunto que me permitía aún el tiempo. Un top que parecía más un sujetador deportivo de colores llamativos y finalmente una falda tubo que no me permitiría hacer muchas cosas de agilidad, pero que aquel estampado azul eléctrico y amarillo como si fuesen manchas de pintura daba un aspecto relajado a mi atuendo. Además, tapaba lo que no quería que se viese y dejaba al aire de lo que no me importaba presumir un poquito más. Tenía el pecho grande, era tontería negarlo, así que ¿por qué no empezar a disfrutarlo un poco? Quizá fuese lo único bonito de toda mi anatomía. Eso sí, no me apetecía parecer que iba pidiendo "guerra" a todo el que se me acercase, así que agradecía que Gustav fuese conmigo allá donde quisiese llevarme.

Arreglarse, peinarse, maquillarse... Todo debía hacerlo en tiempo récord. Normalmente no tardaba mucho aunque para las bodas todo era otro cantar.

Terminé pronto, me perfumé con mi esencia favorita de vainilla y vi a Gustav esperándome en el salón vestido bastante informal así que no iba desentonada con él.

— Primero que nada... feliz cumpleaños —dijo con una sonrisa antes de dejar un beso en mi frente para posteriormente apretar mi cuerpo contra el suyo. Siempre hacía eso y debía reconocer que me encantaba.

— Gracias —musité apoyando mi mentón en su pecho regalándole una sonrisa.

— Iba a llevarte a un sitio, pero recordé que tenemos a nuestro amiguito nuevo con nosotros y no podemos dejarle solo, así que... espero que no te importe cenar en la terraza —preguntó encogiéndose ligeramente de hombros a modo de disculpa.

Me giré para ver la terraza que estaba abierta. Había colocado algo que evitaba que si Rochester salía pudiese caerse al vacío. Todo estaba iluminado con velas, con luces como de navidad y tenía un aspecto maravilloso. Jamás nadie había hecho algo así por mí.

Olí entonces a algo más que a la fragancia de Gustav. Él había preparado la cena. Pero en el momento que me percaté del olor solté una pequeña risa.

— Una forma muy fina de comer pizza, sí señor —reí de nuevo provocando la suya propia—. Gracias, Gustav. Jamás me habían preparado algo semejante.

Caminé hasta la mesa y él me ayudó a sentarme de forma caballerosa. Después, cogí a Rochester en brazos que me había seguido hasta allí y esperé de esa forma que no se me escapase para evitar la improbable, pero de alguna forma factible caía de mi cachorro. Le acomodé en mi regazo y después jugué con él antes de que Gustav trajese la pizza que había preparado. Era casera.

Tomé una porción y comenzamos a hablar. Era realmente adorable ver como intentaba lograr que mi cumpleaños fuese mejor que todos los que hubiese vivido en toda mi vida a pesar de no tener allí a mi familia a mi lado. Le conté todo lo que recordaba de otros cumpleaños míos. Preferí centrarme en las anécdotas graciosas familiares que pudiesen resultarle graciosas. No quería estropear el buen clima que él había intentado organizar de una manera tan cuidada.

— Así que, Rochester es tu primer regalo en... ¿seis años? —preguntó sorprendido.

Asentí terminándome la porción de pizza que había dejado sin acabar en el plato.

— En mi familia dejamos de regalarnos cosas entre nosotros por alguna razón desconocida. Fue antes de que mi abuela materna falleciese, pero nos acostumbramos a eso y bueno... solamente si he recibido algún regalo ha sido siempre exterior a mis familiares y casi nunca en mi cumpleaños —negué mirándole.

— ¿Y Navidades y esas cosas?

— ¿Navidades? Las usaba para cambiar algo más caro que me hiciese falta: el móvil, las gafas... ese tipo de cosas. A veces juntaba varios regalos de un año si se iba mucho de presupuesto. Tengo tanta miopía que si no me reducen el cristal se salen de las monturas, así que... —sonreí y le miré haciéndole ver que para mí no era tan terrible, bueno, por lo menos no lo era ahora, antes lo había vivido como una verdadera catástrofe si me paraba a compararme con otras personas de mi edad con más poder adquisitivo.

Hay en edades que eso de "mal de muchos consuelo de tontos" no sirve. Porque cuando intentaba hacer a mi madre razonar sobre ese tema para que lo viese como yo lo había visto en la adolescencia siempre me decía: "¿y de qué le servían todos sus cachivaches si mentalmente estaban igual de enfermos que tú?". Pero mi madre no lo entendía. Ese razonamiento podía valer con cincuenta años, pero no busques hacer razonar a un adolescente que solamente busca un lugar donde encajar porque se ha pasado la vida teniendo que aceptar el lugar que se le permitía tener, sin cariño, sin respeto, sin verdaderas amistades.

Tras unos segundos, Gustav se levantó y fue a por nuestro postre. Había helado así que lo había puesto en dos cuencos y finalmente me había puesto una vela en el mío con cuidado de que no se derritiese demasiado el helado. Reí un poco al verlo por la vergüenza que siempre me daba y dejé a Rochester correr hacia el interior de la casa donde le esperaba su bol de agua recién lleno.

— Yo... no puedo regalarte gran cosa, pero... bueno... felicidades, Kyra —comentó dándome un pequeño paquete.

Al abrirlo vi un peluche adorable con ojos enormes que había visto en una tienda unas pocas semanas antes y le había comentado a Gustav lo mucho que me gustaba.

— ¿Fuiste a buscarlo? —pregunté sorprendida.

— Lo compré al día siguiente. Lleva tiempo esperando estar en tu poder.

Negué con diversión acariciando el pelito del peluche y después dejé un beso en la punta de la nariz de Gustav antes de soplar la vela sin pedir ningún deseo porque ya tenía todo lo que necesitaba en ese momento.

— La chica que te guste debería quitarse la venda de los ojos, porque debes ser el mejor novio de la historia.

Gustav comenzó a comer el postre sin decir nada. Simplemente se quedó ahí, mirándome entre cucharada y cucharada. No sabía qué había dicho mal.

— ¿Qué ocurre? —fui capaz de preguntar una vez terminado el helado.

Sus labios se acercaron a los míos y me robaron un suave beso que paré rápidamente.

— ¿Qué haces?

— Tú eres la chica que me gusta, Kyra —dijo tras contener el aire—. Sé que te gusta ese idiota de William, pero tú no te mereces que te traten así. No lo mereces.

Sorprendida me quedé mirando el rostro de mi amigo, aquel que había hecho tantas cosas por mí y con el corazón a mil por hora, quizá presa de su dulzura, de aquella noche, de sus palabras o de que yo también había empezado a sentir algo, tomé su rostro y besé sus labios durante unos segundos.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora