Una vez en el restaurante, nos habíamos sentado en una de las mesas que no tuvo para nada a mi gusto a aquel baile. Era un lugar pequeño, acogedor para mí, aunque imaginaba que él seguramente no vería que fuese gran cosa salvo austeridad. La modestia, a menudo, no suele ser bien llevada por las personas que se pasan la vida entre lujos y reglas que a muchos de nosotros se nos escapan.
El camarero llegó y amablemente le pedimos lo que deseábamos. Pero cuando escuché el pedido del profesor casi llega mi mandíbula a la mesa que tenía debajo. ¿Un filete y patatas? ¿En serio pedía algo tan sencillo?
Esas preguntas me hicieron pararme a pensar un momento y decirme a mí misma si estaba dejándome llevar por los prejuicios y los estereotipos otra vez.
Sus ojos se posaron sobre mí y rápidamente me sonrojé por instinto, temiendo que pudiese leer en mi rostro todos los pensamientos que estaban surcando mi mente en ese momento. Era imposible imaginar que así era. Había algo en él, como extraordinario, que parecía saber todo lo que yo iba a hacer, aunque era una situación que había vivido en varias ocasiones con profesionales de la Salud Mental y no había sido precisamente por la facilidad para leer mis movimientos, sino por sus conocimientos previos de la materia. Intenté rápidamente desechar la idea de que pudiese leer la mente. Él era literato, no vidente.
— Debo reconocer que no puedo pedir otra cosa en los restaurantes que no conozco, puesto que no sé si sabrán hacerlo bien, pero un filete con patatas rara vez se puede destrozar —rió mientras su mano colocaba el tenedor completamente recto al lado del plato.
Mis ojos se fijaron en ese sutil movimiento y no pude evitar acordarme de mi abuela quien siempre movía todo de sitio para que estuviese en su lugar y jamás demasiado cerca del borde de los muebles pues sino podía caerse. Algo que nadie deseaba es que un vaso se rompiese y menos en una casa con niños pequeños que no tienen ni el más mínimo miedo cuando ven cristales en el suelo, aunque los más peligrosos son los cristales que no se ven con tanta facilidad, esos que siempre terminan clavándose en las plantas inmaculadas y rollizas de dedos minúsculos que, con más frecuencia que los adultos, suelen ir descalzos en casas que no son la suya.
El recuerdo de mi abuela hizo que una pequeña congoja se acoplase en mi pecho. Aún no había podido perdonarme algo que no había estado en mi mano y tampoco le había podido perdonar a ella que, a pesar de haberle pedido que no me dejase nunca, lo hubiese hecho sin tan siquiera disculparse por haberme dejado sola.
Tuve que quitar de mi mente rápidamente el recuerdo de su cuerpo dormido sobre la cama del hospital debido a los paliativos que estaba recibiendo para hacer más tranquilo lo inevitable, evitarle sufrimiento que nadie le deseaba. La idea de poco a poco ir perdiendo la capacidad pulmonar, de sentirse ahogado, tenía que ser la peor de las torturas, porque no había escapatoria, no había posibilidad alguna de nadar y volver a llenar los pulmones de oxígeno.
— No es fácil que lo hagan como uno desea —comenté finalmente cuando me recordé a mí misma que estaba acompañada, no en la soledad de mi habitación o mi hogar.
— ¿Le ocurre algo, señorita Mijáilova? La noto asunte —comentó mientras inclinaba ligeramente su cuerpo hacia delante.
— No, no me ocurre nada. Me preguntaba de qué podíamos hablar. Considero que es importante que nos conozcamos mejor —mentí lo más creiblemente posible. La parte buena para mí era que solía desviar la mirada cuando hablaba, por lo que ese falso signo de "mentir" no entraba dentro del baremo que pudiesen incluir en mi comportamiento anormal fuera de mi ser habitual.
Él asintió y tras observar que el camarero rápidamente nos traía nuestro pedido puesto que no había demasiadas personas en el lugar, esperó a que nos sirviesen para luego comenzar la conversación.
— Cuénteme sobre usted, sobre su familia —pidió mientras tomaba el cuchillo y el tenedor entre sus dedos para hacer un corte limpio en el filete suculento.
Miré mi propio plato y cogí el tenedor jugando ligeramente con el interior del plato antes de decidir que era mucho mejor contarle la verdad. ¿De qué serviría mentir todo el tiempo? Además, no quería que se me aceptase por como no era.
— Bueno, soy rusa. Mis padres residen aún en Moscú. Tengo un hermano mayor y una hermana más pequeña. Mi hermano es abogado y está casado. De hecho, ahora mismo están esperando a su primer hijo. Mi hermana, en cambio, es un espíritu más libre. Se pasa el tiempo viajando por el mundo yendo a diferentes yacimientos. Estudió historia y aunque su papel no es desenterrar nada, sí lo es tasar, identificar objetos de distintas civilizaciones, así que... ¡imagínese! Es realmente maravilloso todo lo que hace —sonreí con orgullo puesto que mis hermanos, además de inteligentes, eran muy buenos en su trabajo; no obstante, también estaba ese orgullo que no podía evitar sentir como hermana mayor con respecto a mi hermana pequeña, alguien que había estado muy marcada por mi culpa, pero que sabía cómo comerse el mundo.
— ¿Y sus padres a qué se dedican? —preguntó observándome con atención llevándose un trozo de filete a la boca.
— Mis padres están desempleados, ambos. Mi padre era mecánico, sin embargo, tuvo que jubilarse antes de tiempo por motivos de salud y mi madre, aunque cose de vez en cuando, no tiene un trabajo remunerado debidamente. Ella es ama de casa y cuida de mi padre —hice una ligera mueca antes de continuar—, suficiente trabajo, ¿no cree?
Asintió dándome la razón y llevé una pinchada de pasta a mi boca para de esa forma tener una razón para evitarme tener que hablar todo el tiempo como si fuese un muñeco al que hubiesen dado cuerda.
— ¿Y su familia? —pregunté finalmente al ver que él no había comprendido la indirecta que solía indicar socialmente que uno debía responder la misma pregunta que había hecho aunque no le fuese específicamente hecha.
— Ya los ha conocido —dijo con cierto aire misterioso mientras se tensaba poco a poco.
— ¿No tiene más familia? —pregunté intentando que no sonase demasiado invasivo.
— ¿Por qué me da la impresión de que tiene una pregunta circulando por esa cabeza suya? —respondió con otra pregunta a la mía.
Me sonrojé ligeramente y me encogí de hombros.
— Porque la tengo, supongo.
— Entonces, hágala.
— ¿Es usted adoptado? —dije tras pasarme unos segundos conteniendo la respiración.
Sus ojos azules me contemplaron durante unos segundos y después sonrió ligeramente antes de asentir.
— Por lo que veo es inteligente como la que más. Sí, soy adoptado. E imagino que querrá saber toda mi historia —concluyó.
Asentí mordiendo ligeramente mi labio inferior y llevándome otro poco de mi cena a la boca antes de comprobar cómo nuevamente todo su cuerpo se tensaba como si le estuviese obligando a hacer algo que jamás hacía. Finalmente, cuando volvió a alzar la mirada que había bajado a su plato de comida para llevarse una pinchada de patatas a la boca, masticó tranquilamente, pero me indicó que lo haría, que me contaría uno de los que parecían ser sus cien misterios.
ESTÁS LEYENDO
Simplemente Kyra (Parte 1)
Non-FictionKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...