Querida Livia.
Mis palabras quizá te suenen fuertes, pero desde ahora mismo quiero decirte que mi intención no es herirte ni dejar de ayudarte, solamente hacerte pensar.
Si no quieres continuar, si no quieres luchar, si no quieres seguir adelante... ¿por qué me escribirías? ¿Por qué buscarías ayuda? ¿Por qué tendrías en la cabeza que mereces algo diferente?
Piénsalo.
Un abrazo.
Había escrito aquel e-mail y no estaba segura de que la respuesta fuese favorable. Pero había aprendido algo en mi propia reflexión. ¿Serviría de algo que le señale yo todos los porqués por los que debería seguir luchando si ella jamás se daba cuenta de ellos? A veces, los bofetones, por muy amables que fuesen resultaban mucho más dolorosos y violentos, y con ello terminabas dándote cuenta de la verdad que no habías sido capaz de ver en otro momento. Si uno mismo no veía la salida era igual que permanecer toda la vida ciegos por mucho que nos arrastrasen hasta el exterior. Para nosotros la oscuridad seguiría siendo la misma.
Sin embargo, no pude evitar estar pendiente del teléfono a cada instante para ver si había suerte y tenía algún tipo de notificación de ella. Quería hacerle ver lo que estaba haciendo sin darse cuenta, darle valía a aquello que ella se limitaba a obviar.
No había demasiado que nos separase. Durante mucho tiempo habían tenido que ser otros ojos los que se percatasen de mis valías. Por ese motivo me escamaba la idea de no tener posibilidad de ponerle cara a esa otra persona, algo que casi siempre me había pasado en internet cuando se había negado, después de un tiempo, a saber cómo era la persona al otro lado. Y con un tiempo hablaba de un año, dos...
Me preguntaba cuantas personas a lo largo de la historia podían haber pasado por una situación similar a la mía. Seguramente había podido haber tantas posibilidades como tantas personas hubiesen padecido algo parecido. Ni tan siquiera me había planteado que mis circunstancias hubiesen sido las peores, no al menos desde hace muchos años, pero no dejaban de haber sido fastidiosas y haberme condenado una vida que seguía yo manteniendo condenada por culpa de hacer caso a mi mente a quien le había dado el título de dueña y señora de todo mi universo.
Hubiese pasado lo que hubiese pasado Livia no se merecía seguir caminando por un terreno tan pedregoso sin tener alguien que pudiese ayudarle de la mano.
— ¿Qué haces?
La voz de Gustav me sorprendió cuando dejó un beso en mi cuello en el momento que llegó al salón y yo aún estaba dándole vueltas al e-mail que había mandado veinte minutos antes.
Desde aquel beso no habíamos hablado sobre nada amoroso. No sabía si había cosas que se daban por entendidas o no. Tenía esa sensación de que ambos teníamos miedo de decir lo que realmente estaba pasando por si el otro resultaba herido de alguna forma. Gustav en lo emocional. Yo podía terminar herida a los ojos de él, ¿de qué manera? ¿Quizá por sentir lástima cuando le rechazase? Si él tuviese claro que no lo haría se hubiese lanzado antes, pero había soportado todo aquello, aguantaba los pelos de Rochester en lo posible mientras le educaba y lo único que hacía, en cambio, era regalarme un hogar y una sonrisa cada día. No le importaba ser el único que trabajaba si necesitaba tomarme un descanso, solamente... era todo lo que cualquier persona hubiese podido desear.
— Estaba pensando —musité observándole sentarse a mi lado.
— Tú y el verbo pensar no deberíais estar nunca juntos en la misma frase —bromeó antes de quitarme un mechón de mi cabello retirándolo a mi oreja.
— Sabes que eso es casi como pedir que vuelvan a existir los dinosaurios —continué su broma antes de reír un poco cerrando el portátil y colocándolo sobre la mesita de café.
— ¿Qué te aflige? —preguntó mientras me acomodaba nuevamente en el sofá.
— No sé si escogí bien mi profesión si yo puedo ayudar a la gente de la manera que pensaba que podía hacerlo. Es importante la distancia entre el paciente y el profesional, según muchos estudios, pero... no dejo de pensar en ellos como si fuese yo misma, como si eso que les digo es lo que yo hubiese necesitado en ese momento o no —suspiré antes de apoyar mi cabeza en su hombro—. Me dejo comer por las dudas de mis propias inseguridades. Sé que no debo hacerlo, pero es un comportamiento automático en mí y es precisamente por eso por lo que creo que quizá no esté ayudando adecuadamente a la gente, que no lo haya hecho en todo este tiempo.
Soltó un suspiro antes de apoyar su cabeza sobre la mía.
— ¿Sabes la cantidad de veces que yo mismo me he preguntado si no me equivoqué escogiendo la carrera? Demasiadas, Kyra. Pero la razón no es que al final nos damos cuenta que nos hemos confundido, sino ¿estamos haciendo bien dejándolo escapar? Si esa es nuestra pasión, si ese es nuestro deseo, por mucho que cueste, por mucho que haya que luchar contra esa voz que nos dice que no estamos hechos para esto, no significa que debamos claudicar —di un beso sobre mi pelo y luego hice una mueca.
— Lo sé. Eres igual que mi razonamiento más lógico. No sé cómo mandarla callar a esa chismosa que sigue susurrándome maldades al oído.
— No podrás seguramente...
Asentí pues sabía que así era. Tendría que vivir escuchándola, pero no todo lo que se escucha es lo que se termina haciendo y ahí estaba la clave de todo. Pensamientos versus hechos, una lucha encarnizada para intentar convencer a mi mente soñadora con las estadísticas.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Non-FictionKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...