Gracias a quien sea que esté en el cielo, finalmente terminamos en una cafetería. Era bastante más lujosa de las que yo estaba acostumbrada y sabía que si aquel hombre se acercaba al pequeño hotel en el que había conseguido alojarme le iba a dar un patatús por su sencillez. ¿Era hijo de millonarios o es que el sueldo de profesor en Estados Unidos daba para muchísimas cosas? Quizá debiera informarme para ver si la docencia en la Universidad también era lo mío. Inmediatamente me reprendí internamente a mí misma llamándome pesetera.
¿El nombre de la cafetería? A saber. Ni tan siquiera podía creerme que estaba en un sitio tan grande y tan limpio. Los lugares más parecidos a los que yo había ido no habían sido cafeterías, no, sino bares. Bares ruidosos, pequeños, con tragaperras por todas partes para incitar al juego a todos aquellos que se dejan el sueldo en una cerveza tras otra.
Ni tan siquiera me pidió opinión sobre la mesa en la que podíamos sentarnos y a pesar de que siempre buscaba un lugar donde esconderme, en esta ocasión no estaría sola por lo que nadie tenía porqué fijarse en el alma solitaria y ermitaña aferrada a uno de sus libros favoritos para evitar cruzar mirada alguna con cualquier comensal que entrase.
Me senté en una de las sillas y él hizo lo propio sentándose en frente, escudriñándome unos segundos con la mirada.
— ¿Qué desea pedir?
Bajé mi mirada sintiéndome vulnerable puesto que no solía tener que decir en voz alta que detestaba el café. Debía ser una de las pocas personas que no subsistía a base de cafés.
— Preferiría tomar un chocolate caliente, por favor —pedí sin mirarle a la cara nada más que un segundo y cuando lo hice observé que la sonrisa parecía estar intentando escapar de sus labios.
Se giró hacia la camarera para hacer el pedido. Él tomó un té y por alguna extraña razón incomprensible para mí eso provocó que no me sintiese tan extraña.
Por primera vez me percaté en la forma marcada de su mandíbula recubierta de una barba pelirroja. No era físicamente atractivo, no al menos para mí y mis gustos raros, pero... tenía algo que atraía como la luz a los mosquitos.
Nuestros ojos volvieron a encontrarse y mientras pasaba sus dedos por su barba pareció esperar a que comenzase la conversación.
— Es profesor en la Universidad, pero... ¿es de aquí?
Negó inmediatamente.
— Soy medio alemán y medio irlandés, pero respondiendo a su pregunta, no provengo de esta ciudad. No nací en Nueva York aunque ahora sí resida en ella —contestó mientras inclinaba su cuerpo hacia delante apoyando sus antebrazos en el borde de la mesa—. ¿Qué le ha traído aquí, señorita Mijáilova? ¿Tan solo la conferencia?
Parecía realmente dispuesto a escucharme sin remilgos, así que intenté tomarme aquello como una prueba más del destino. Debía enfrentarme a conversaciones con hombres, amables o no, al igual que con mujeres y aprender a usar mis estrategias. Las tenía, lo sabía, pero necesitaba aún mucho rodaje en ellas. Dicen que la práctica hace al maestro y eso era lo que yo necesitaba: práctica.
— En realidad siempre adoré esta ciudad. Quise venir tantas veces de adolescente, pero me fue imposible. Me prometí a mí misma que terminaría logrando estar aquí aunque fuese una minúscula temporada —reí ligeramente encogiéndome de hombros antes de intentar mantener los ojos fijos en mi interlocutor, algo que me costaba horrores.
— Ha sido una suerte entonces haber coincidido en el tiempo, imagino —añadió la última palabra sin estar demasiado convencido de ello.
— Imagino —repetí antes de alzar mi mirada hacia la camarera que acababa de llegar en ese mismo momento.
Se apresuró a dejar mi chocolate delante de mí sin tan siquiera dirigirme una mirada y luego se giró como si fuese otra mujer completamente diferente, para atender al profesor, quien tenía sus ojos puestos en mí haciendo caso omiso al canalillo que mostraba la joven. No pude evitar una de mis bobas costumbres. Comparé mis pequeños con los suyos y me agradó comprobar que yo ganaba en tamaño, al menos por una milésima de segundo.
Una nueva competición. Una victoria conseguida de cualquier forma. Un sentimiento instantáneo de culpa intentando gobernarme e igual que si me sintiese señaladas por un letrero de neón, tuve que recordarme que nadie podía leerme la mente.
El chocolate humeante me invitaba a perderme en su sabor, a recordar la forma en que el dulzor lograba calmar mi ansiedad, esa ansiedad que esa niña gorda aún necesitaba calmar con un buen chute de bollería industrial. ¿Por qué? Aún no sabía cómo había optado por tener esa vía de escape. Quizá fuese porque eso significaba que podía sentirme peor luego, tras haber intentado calmar esa ansiedad. Sí, mi mente era complicada, todas las mentes en realidad, pero yo era de las pocas personas que descubría los caminos que tenía mi mente para siempre hacerme sentir inferior a todo ser que existiese sobre la Tierra.
Vi cómo daba vueltas al contenido de su taza antes de llevarse ésta a los labios dándole un sorbo. Su mirada ya no se dirigía siempre a mí, lo cuál agradecía, pero cuando sus ojos me pillaron mirándole enrojecí y decidí comenzar una nueva conversación.
— Antes ha discutido con mucha ligereza mi gusto en la literatura. Entiendo que tenga esa opinión sobre Elizabeth, pero es mi personaje favorito. Desde que leí la historia siempre quise ser ella y tener un Mr. Darcy —reí bajo volviendo a sonrojarme por lo infantil y soñadora que parecía la idea.
— ¿Nunca soñó con otros personajes? —cuestionó como si estuviese curioso.
— ¡Por supuesto que sí! Me he enamorado de tantos y tantos personajes. Todos y cada uno muy dispares con respecto a los demás —me encogí ligeramente de hombros como si tuviese que excusarme por haber adorado a un personaje.
— Déjeme adivinar... Edward Cullen, Christian Grey... todos los hombres perfectos en todos los aspectos para la protagonista de esas seudo novelas de amor —enarcó una de sus cejas mientras sus dedos jugaban con el sobrecito de azúcar que ni tan siquiera había abierto.
— Bueno, reconozco que sí, he leído esos libros y me han gustado los personajes...
— ... y ha deseado ese mismo amor posesivo, o pasteloso dependiendo de la novela.
— En algunos casos sí. Pero se equivoca en algo. Yo no adoré a Christian Grey por su posesividad, ni por lo teóricamente guapo e impresionante que era. Para mí, el verdadero atractivo de Grey estaba en su mente. En la oscuridad que lo envolvía. En su misterio, en sus sombras... —mantuve la frase en suspenso porque no sabía de qué más forma definir lo que me atraía de ese multimillonario.
— La oscuridad es peligrosa, señorita Mijáilova —dijo completamente serio pero observándome con gran intensidad.
— Y eso mismo es lo que la hace fascinante —susurré percatándome que había estado conteniendo el aliento tras ver esa mirada.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Não FicçãoKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...