Después de la cena, ambos nos habíamos quedado viendo una película. Era de esas películas de miedo que en teoría no deben dar demasiado, pero por alguna razón mi temor se había despertado como si fuese la primera película de ese género que veía y aunque no era así del todo, sí era la primera que veía en mucho tiempo. El cine de terror había avanzado muchísimo. Todo era tan asqueroso como terrorífico. Los efectos especiales daban la sensación de estar viendo cadáveres reales y el miedo psicológico no se quedaba atrás en esta película.
A mitad del largometraje me negué completamente a seguir mirando así que me fui a mi habitación para cambiarme de ropa entre las risas de Gustav quien había decidido quitar la televisión ahora que yo no la veía. Suponía que resultaba demasiado aburrido no tenerme a mí a su lado dando gritos o tapándome en su hombro o pecho a cada rato.
Me lavé los dientes, me recogí el cabello en una coleta y después me metí en la cama. Rochester tenía su propia camita a los pies de la mía, a la altura del suelo para evitar que se cayese aunque en tan pocas semanas había crecido muchísimo.
Esa noche di vueltas, vueltas y vueltas y no solamente por la película, pero tenía miedo, así que con esa excusa de mi parte, fui hasta su habitación. Di pequeños golpes en la puerta con mis nudillos y me encontré su cuerpo sin camiseta metido entre las sábanas. El pequeño pijama que yo llevaba tampoco es que ayudase en mucho a que su mirada no se deslizase por toda mi piel expuesta. Ni tan siquiera el dibujo de la muñequita en la camiseta le paró en su descubrimiento de mi anatomía con bastante menos ropa de lo usual.
— ¿Puedo dormir contigo? —pregunté haciendo una ligera mueca pues me sentía como una niña pequeña.
— Tú sí, pero sabes que Rochester no —admitió antes de levantarse de su propia cama buscando una camiseta que ponerse en deferencia a mí.
Ambos no parecíamos notar las temperaturas del principio del mes de diciembre y ahora, era yo quien no podía evitar mirar cada parte de su anatomía mientras él tardaba lo que parecía un mundo en encontrar una camiseta.
— Puedes dormir sin ella si quieres —me encogí de hombros antes de sentarme en la cama.
Él me miró unos segundos y luego negó conteniendo una pequeña risa. Miré si había alguna foto de su familia allí, pero como las veces que había estado antes para dormir al principio de nuestra relación de compañeros de piso, no había ninguna, por lo que no las escondía si sabía que yo iba a estar allí.
— Acuéstate —dijo mientras terminaba de bajar una camiseta blanca por sus abdominales bien trabajados.
Le hice caso y me acurruqué dentro de la cama poniéndome las sábanas por encima. Él hizo lo propio y me acerqué a su rostro antes de dejar un besito en su nariz.
— Sabía que ibas a hacer eso —comentó.
— ¿Cómo es que lo sabías?
— Siempre sueles arrugar un poco tu propia nariz cuando vas a darme un beso en ella.
— Vaya... sí que pareces haberte dado cuenta de muchas cosas —reí apoyando mi cabeza en la almohada.
— Así es... Me he dado cuenta de lo muchísimo que me gusta cuando te sonrojas como lo harás ahora...
Casi como si mis instintos respondiesen a sus órdenes mis mejillas se tornaron del más intenso carmesí.
—... y cuando te sonrojas siempre estás tan nerviosa que me insultas de alguna forma como "bobo", "tonto" o algo así que he querido pensar que es tu manera de darme las gracias —continuó mientras dibujaba la forma de mi mejilla con uno de sus dedos simplemente como si disfrutase al sentir el ardor de mi piel bajo la suya.
Estaba sorprendida de lo mucho que se había fijado en esos pequeños detalles y en cómo parecían encantarle cada uno de ellos a medida que los enumeraba. Mi corazón empezó a latir con dificultad y yo misma tuve que contener el deseo que crecía en mi interior.
Sin embargo, él tenía otros planes y con uno de sus brazos me acercó a su cuerpo para que durmiese contra él como había hecho en otras ocasiones. Finalmente, nuestros rostros estaban tan cerca que podía notar su aliento contra mis labios entreabiertos e imaginaba que a él le pasaba lo mismo.
Tragó en grueso. Pude verlo y escucharlo entre el galope de los latidos de mi propio corazón y terminé besando sus labios apoyando mi mano sobre su mejilla perdiéndome de esa forma en el deseo que se iba incrementando a medida que él no cesaba en corresponderlos.
La pasión comenzó a envolvernos. El anhelo estaba preso de cada parte de mi ser. Quería más, deseaba más, pero sabía que si lo hacía todo sería muy diferente y eso me asustaba. Enredé mis dedos en su cabello y poco a poco su cuerpo se puso sobre el mío antes de indicarme con un ligero movimiento de sus caderas con el que tan solo quería ubicarse en la mejor posición, que él también estaba sufriendo los efectos de aquel beso endemoniado.
Me separé de sus labios tan solo para quitarle la camiseta y me deleité con la forma en que sus tersos músculos dibujaban sus formas bajo mis palmas que buscaban acariciarle en su totalidad. Él tampoco tardó demasiado en quitarme la parte de arriba de mi pijama descubriendo que no había ningún tipo de sujetador que le hiciese de obstáculo con mis pechos desnudos.
Me abracé a su cuello y mientras nos deshacíamos entre besos toda la ropa restante desapareció. Gustav, con mucha lentitud, empezó a bajar sus besos por mi cuerpo y esperé a que se parase antes de llegar a las marcas producidas por la subida y bajada de peso que había tenido durante tantos años, pero él comenzó a besarlas con tanta dulzura, con tanto deseo y pasión que ni tan siquiera pensé en otra cosa, simplemente en disfrutar de sus atenciones. Quise que no besase la parte interna de mis muslos, y él accedió a ello, se limitó a recorrerme a besos tan solo donde me resultase tolerable.
Finalmente regresó a mis labios y la comparación con mi primera vez fue más que inevitable. Dos hombres y dos formas de entregarse tan diferentes.
Su dureza entró poco a poco en mi interior logrando que sintiese deseos de gemir, era cuidadoso, pero se había despertado un apetito en mi cuerpo desconocido antes. Él tenía el control, pero la dulzura y el trato apasionado de sus manos recorriéndome lograba una gran vorágine de emociones.
Podía sentir cada milímetro entrar y salir, arqueé mi espalda y grité un poco tan solo por la forma en que él me había tomado entregándome un placer inusitado que me llevó a un orgasmo casi tan placentero como agotador.
No tardé demasiado tiempo en quedarme dormida entre sus brazos. No había algo más de lo que hablar, no por el momento, ya habría tiempo al día siguiente.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Non-FictionKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...