Capítulo 122

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Me refugié en la cocina. Existen momentos de deleite, de disfrute y otros en los que una sola persona puede necesitar desaparecer del mundo. Muchos de esos instantes lograba, en lo posible, huir. Sabía que en mi cara se leía todo con gran facilidad. El asco, el enfado, la forma irrefrenable en la que rodaba los ojos cuando escuchaba algo que rozaba los límites de la estupidez más profunda. Intentaba ser tolerante, con todos, pero había ocasiones en las que era demasiado complicado.

La cocina no había cambiado casi nada. Tenía aún esos azulejos con la cenefa de teteras y utensilios que normalmente se usaban en la cocina. Había un frigorífico nuevo. Era evidente que aquel que dejé cuando me marché de mi hogar estaba en tan pésimas condiciones que suplicaba ser cambiado y pasar a mejor vida. ¿Por qué lo sabía? Porque enfriar, su objetivo y único trabajo había dejado de ser una prioridad para él.

Había otra vitrocerámica. Estaba tan bien cuidada que no me sorprendía que mi madre no le hubiese dejado a mi padre limpiarla ni una sola vez. Recordaba que la anterior había tenido tantos arañazos por la fuerza innecesaria ejercida por mi padre al limpiarla que parecía tener muchísimos años de uso antes de tiempo.

Sobre la encimera estaba toda la comida que aún no habíamos consumido y que probablemente no lo hiciésemos. Mi familia comía bastante, pero en todos los cumpleaños habían restos y esos eran para los anfitriones de la velada.

Me sorprendía la facilidad para pasar de un tema a otro que tenían en el salón. Si yo me enfadaba solía quedarme encasquillada con ese tema al menos unos cinco minutos hasta que lograba pensar en otra cosa antes de haber mandado, internamente, al demonio a todos aquellos que me habían hecho sentir ridícula. Sí, la rabia, el mal humor, era algo que prácticamente había aprendido como método de defensa frente a todo. Eso sí. Con lo que a menudo conllevaba todas emociones tan fuertes.

Hola, Kyra.

Son las fiestas de Navidad, aunque imagino que ya lo sabes. Sé que lo más probable es que estés ocupada y que no reciba contestación tuya de ninguna clase hasta pasadas estas vacaciones, sin embargo, necesitaba escribirte.

¿Es normal sentirse como un pez fuera del agua en tu propia familia? Llevo estas fiestas aún preguntándome qué hago aquí, porqué les obligo a pasarlas conmigo cuando es obvio que no les interesa hacerlo. Me aislo en el ordenador e intento buscar mi propio placer para no saltar a la mínima de cambio. ¿Sabes qué es esconderse? Yo lo hago aislándome en mi propia burbuja y aunque me vean, no se acercan a mí, no importa lo mucho o poco que haya cambiado, para ellos sigo siendo ese animal salvaje que puede morder en cualquier momento. ¿Eso cambia?

Sentirse a gusto no es parte de mi dinámica común. Creo que sobro en cada lugar en el que me permito estar. Es como si hubiese un muro imposible de escalar entre ambos y que todos pareciésemos haber perdido las ganas o el interés en intentar ir al otro lado.

No me siento comprendida. Creo que cada comentario es igual que un intento por no preguntarme qué hago, qué haré, qué podré intentar lograr en un futuro. ¿Tiene sentido creer que has dejado de importarles a las personas que deberían quererte más?

Siento que todo es una invitación a una pelea y no dejo de tener esa pesadilla en la que voy discutiendo con un miembro de la familia tras otro. Empieza por tonterías, pero va a ascendiendo en la escala de la crueldad. Tengo a todo el mundo en contra y me llega a preocupar el nivel de ira que se dispara en mis venas. Temo que si llego a esos niveles fuera de la pesadilla termine al final arrancando cabezas.

Tengo miedo, tengo miedo de mi propio odio. Creo que en cualquier momento esa fiera que los demás creen que está dormida terminará saliendo y seré agresiva, más aún de lo que soy ahora. Y ya no sé cómo calmarme. Siento que no sirve de nada todo mi autocontrol o el que intento demostrar la mayor parte del tiempo. Todo son indirectas o rechazo sin pronunciar una sola palabra. A veces, el silencio, puede resultar tan hiriente como un insulto dicho en el momento propicio.

El dolor ha sido mi mejor amigo durante mucho tiempo y ahora, no tengo ni idea de cómo evitarlo. Tengo la sensación de que yo misma lo busco. Es como si retorciese todo de forma que tuviese que ser una puñalada directa a mi corazón. ¿Son los demás tan malos? ¿Soy yo tan sensible? ¿Soy tan odiable? ¿Qué es lo que ocurre en mi cabeza? ¿Puede alguien volverse adicto a esa sensación de malestar?

Es una retroalimentación de mi propio odio. Cada palabra, cada sentido que le doy a lo que me dicen es igual que experimentar todos los dolores de mi vida juntos. En mi cabeza se van desencadenando, odio a quienes me hicieron daño, odios a quienes no lo impidieron, odio, odio y odio. ¿Dejaré de hacerlo? ¿Podré sentir más cosas que dolor?

Ojalá mi correo no te destroce las vacaciones, pero estoy intentando, de la forma que sea, encontrar algún motivo para ser feliz, para celebrar algo que no me gustó nunca salvo por los regalos y creo que jamás lograré aceptar cierto placer en las reuniones familiares, precisamente porque eso es lo que simbolizan. Una reunión familiar para todo el mundo, menos para mí, quien permanezco aislada como si fuese una leprosa, como si hubiese hecho daño a todos aquellos cuando me dejaron marchar de su círculo antes de que tuviese verdadera consciencia de lo que estaba haciendo.

Nunca fui la graciosa. Nunca fui la inteligente. Nunca fui nada más que esa chica que se sentaba enterrando rencor en su interior para terminar expulsándolo en ráfagas de palabrotas porque me daban la posible mínima salida a cantidades pequeñas de toda esa rabia que no sabía cómo expresar.

Ahora que termina el año siempre se piensa en que el anterior será mejor, yo, hace tiempo que espero que al menos no sea tan horrible como el anterior.

Cuando terminé de leer las palabras de Livia un intenso dolor apareció en mi pecho sabiendo que eran exactamente las mismas frases que yo había escrito años atrás y no demasiados. Cerré mis ojos jadeante intentando controlar las lágrimas porque era verdaderamente intenso. Era una imagen casi perfectamente copiada de mí misma y tenía que ayudarla fuese como fuese. Al menos, ella merecía poder seguir adelante sin caer en la desesperación y aprendiendo a apreciar la vida tal y como yo había dejado hacía tiempo de verle ese color maravilloso, esa luz y esa fuerza.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora