Belfast me recibió al día siguiente. El viaje no había sido largo, pero había tenido que realizar las últimas tareas a contrarreloj. Aún estaba a mi nombre la casa y no sabía si en un futuro la iba a vender. Para venderla o alquilarla tenía que ir llevándome poco a poco mis cosas y siendo sincera no me veía cargando muebles por el aeropuerto ni sabía cómo hacer una mudanza de un país a otro. Lo usual era llevarse lo imprescindible y ya. ¿No? No podía ni tan siquiera pensar en la mudanza que había hecho de Moscú a Evesham porque entonces tenía cuatro prendas de ropa y dos cosas que podía llevarme además de una enorme maleta cargada con libros, pero en mis dos años de vida en Evesham había conseguido llenar poco a poco mi casa hasta convertirla en un hogar. Ahora tenía que empezar en otro sitio por lo que conteniendo mi respiración sin darme cuenta entré en mi nueva casa.
El piso era lo suficientemente grande para ambos, pero todo estaba decorado de una forma más bien minimalista. No había calidez en el lugar, aunque tanto en limpieza como en lo demás estaba para ser fotografiada para cualquier revista de decoración.
— Vaya...
— ¿Te gusta? —me preguntó Gustav con una sonrisa.
Asentí mordiendo mi labio inferior llevando conmigo la maleta que mi compañero de piso pronto me quitó de las manos.
— Esta es tu habitación. Puedes decorarla como quieras. Mi anterior compañero la dejó lo mejor posible, pero puedes pintarla y comprar los muebles que quieras —explicó antes de dejar la maleta dentro.
Yo asomé mi cabeza por la puerta. Paredes grises, agujeros que o bien debía tapar o usar para colgar algún cuadro de mi gusto, una cama ni demasiado pequeña, ni demasiado grande, aunque ahora recordaba que una de las cosas que tenía que intentar traerme era mi cama. El somier era regulable en alturas porque mi maravilloso estómago no siempre me permitía dormir tranquila cuando me regalaba un aluvión de jugos gástricos o una fiesta de ardor en la boca de éste.
Pensé además en mi colchón. Me había acostumbrado a él ya. Era tan suave y se ajustaba a mi cuerpo con cada movimiento que hacía. Por lo demás, esperaba que algunos muebles comprados en Ikea o algún sitio en rebajas lograsen que pudiese descansar en una habitación a mi gusto. Algo complicado, pero no imposible.
— Creo que tengo mucho trabajo que hacer —dije soltando una pequeña risa—. Pero así estaré ocupada mientras encuentro algo de trabajo —apoyé mi cabeza en el marco de la puerta antes de que Gustav acariciase mi cabello con sus dedos.
— Lo encontrarás pronto, estoy convencido.
Le miré con una pequeña sonrisa sabiendo que lo más fácil es que no fuese así, pero si dejaba que mi ser autodestructivo floreciese él terminaría detestando cada parte de mí y me mandaría de una patada a Evesham para que no tuviese que seguir molestándole.
Me quedé pensativa y soñadora unos instantes, intentando en lo posible pensar con algo más de claridad, ver un futuro donde normalmente no era capaz de verlo. De algo tenía que haberme servido la carrera que había estudiado.
— ¿Estás bien? —preguntó Gustav sacándome de mi ensimismamiento.
— Sí, es tan solo que... creo que tengo algo que contarte —mordí mi labio inferior temiéndome lo peor. Él sabía algo sobre mí, pero no todo, y siempre que iba a contar a alguien mis problemas temía se alejasen de mí como si tuviese la peste pues de alguna forma en mi cabeza se había terminado instalando una barrera entre ambos mundos, como si fuesen completamente incompatibles, como si fuesen ellos y nosotros.
Razonadamente era capaz de desechar esa idea, pero el mundo seguía estando allí. Uno de mis tantos miedos irracionales que me impulsaban a creer en la peor versión del mundo. Esa versión en la que todos eran jueces dispuestos a reírse de mí como si hubiese cometido el peor de los delitos de la humanidad.
— Gustav ya te comenté sobre mi profesión..
Él asintió y tomó una de mis manos como si comprendiese a la perfección que aquello no era sencillo para mí y que debía darme en lo posible todas las fuerzas necesarias aunque fuese con un apretón. Bajé mi mirada a nuestras manos y comencé a hablar. Lo hice, sin tapadera alguna, contándole todo lo que recordaba y aún me atormentaba, analizando las propias situaciones vividas y también comprendiendo hasta qué punto me hacía mal seguir anclada en muchos momentos del pasado como si temiese avanzar.
Gustav no me interrumpió, se mantuvo callado, escuchándome, acariciando lentamente el dorso de mi mano con su pulgar antes de secar las lágrimas cuando escapaban de mis ojos. No sabía qué estaba pasando por su cabeza y para ser sincera, temía que ahora mismo pensase en echarme de aquel lugar o ver en qué forma podía deshacerse cuanto antes de mí.
Cuando hube terminado, cuando me hube asegurado que no había un solo secreto en mi interior pues pensaba que era conveniente que entendiese a qué se podría tener que enfrentar muchos días, me quedé callada. Durante varios segundos ninguno de los dos habló. Alcé mi mirada hasta encontrarme con sus ojos y él solamente dio un suspiro.
En menos de lo que pensaba sus brazos en lugar de echarme de la casa me apretaron a su pecho y dejaron un beso en mi frente mientras una extraña sensación se debatía en mi pecho para germinar o no, para plantar esa semilla, para darme una palmada en la espalda por haber conseguido confiar en la persona adecuada en esa ocasión, contándole todo desde un punto de vista algo más maduro que antes, pues siempre había usado mis problemas como mi carta de presentación para asustar a todo el mundo y en el fondo, aún esperaba que tuviese el mismo efecto.
Sin embargo, allí, entre los brazos de Gustav comprendí que quizá me estaba equivocando, que quizá no era el nombre y apellidos del diagnóstico que iba conmigo lo que alejaba a la gente, sino que yo misma veía todo a través de un cristal que me lo devolvía como si fuese cada cosa un ataque personal contra mi persona. Y puede, que fuese importante que tomase un tiempo de investigación, de reflexión y de nuevo autoconocimiento porque muchos porqués y mucho de lo estudiado en la carrera no parecía haberlo sintetizado debidamente en mí misma.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Kurgu OlmayanKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...