2002
No quería ir, pero tenía que hacerlo. Lo que me había pasado no tenía sentido alguno. ¿Por qué había tenido que aceptar dejarme llevar por algo semejante? Una muerte. El único chico que se había interesado por mí se había muerto en un accidente de tráfico. Era más que evidente que no podría guardarlo durante mucho tiempo. Y siendo realista, aún no entendía qué había visto en mí, pero como una idiota había terminado aceptando que debía querer a la única persona que me ofrecía su mano para tener una vida a mi lado. Una tontería pensando en mi persona yéndose a Escocia con un desconocido a vivir una vida solamente por la promesa de que él me cuidaría. ¿Quién no se dejaría seducir por algo así?
Mi corazón palpitaba dolorosamente. Llevaba mucho tiempo llorando. Había conseguido librarme del hospital de día, pero ahora tenía que volver de la mano de mi madre quien me había pillado en varias ocasiones a punto de las lágrimas o había terminado durmiendo en la misma cama que yo para intentar calmar a esos demonios odiosos que lo único que hacían era recordarme que nadie me querría.
Sí, debía ser honesta. ¿Era su muerte la que me dolía o el hecho de quedarme teóricamente "sola" en mi pequeño mundo? Me había enamorado de un fantasma, una persona que se conectaba a internet a ratos y con la que no podía terminar casi nunca una conversación. Me preguntaba si no se estaba riendo de mí. ¿Cómo podía aquel chico haberse enamorado de alguien como yo? No era nada, absolutamente nada y él, tenía una vida allí.
Sin embargo, mi locura, mi necesidad de sentir amor y esa dependencia habían crecido exponencialmente. Le había dejado cientos de mensajes, mensajes en los que le había echado en cara no aparecer, buscando la forma posible de hacerle sentir mal por tener su vida fuera y no poder conectarse. ¿Por qué me comportaba así? No lo entendía, pero sí sabía que la ansiedad existía. Era igual que tener un arma apuntándote y sabiendo que en cualquier momento disparará, porque lo hará, no se arrepentirá en el último momento.
Y ahora, se había ido. El arma se había disparado y mis ojos habían derramados más lágrimas egoístas que de pena por su pérdida. Era como si mi propia mente hubiese aceptado que tan solo hay una persona para el otro y que nadie, absolutamente nadie más podría fijarse en alguien como yo. El egoísmo era más que claro. No podía mirar más allá de mi propio mundo. Idealizaba aquel que él me había prometido regalarme y que no podría ver jamás.
Me habían designado a una nueva psicóloga. La había tenido durante mis dos años en el hospital de día, como terapeuta de relaciones sociales e imaginaba que lo más fácil es que estuviese más que nula en esas artes. Lo único que recordaba haber trabajado con ella había sido el intentar recibir halagos, algo que jamás había podido aceptar.
Isobel, la terapeuta, me dedicó una pequeña sonrisa y tras ir a un despacho para poder hablar lo que teníamos que hablar juntas esperó a que empezase a hablar.
De mi boca salió todo lo ocurrido con aquel chico, ese contacto inusual por internet, el extraño accidente tras su marcha a Escocia y cuando pensé que ella lo comprendería como un momento de duelo pude escuchar su voz:
— Y además de eso, Kyra, ¿qué te ocurre?
Me quedé completamente sorprendida. ¿Qué quería que le dijese si eso era lo que había provocado mi recaída? Sin embargo, obligada a pensar en qué estaba pasándome, sintiéndome como en ese examen en que tenía que decir la respuesta correcta o suspendería, me pregunté algo a mí misma. ¿Era eso lo único que me pasaba o había más? Y entonces, fui consciente. Siempre había habido más, pero cosas que me daba miedo reconocerme a mí misma y que sabía que tardarían mucho en salir a la superficie.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Non-FictionKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...