2002
Nuevamente estaba en el Hospital de día. Había tenido que ir allí gracias a mi padre podía llevarme. No sabía realmente qué era lo que le estaba pasando, pero llevaba un tiempo sin ir tan asiduamente al trabajo, no obstante, todo lo que tenía que ver con mi padre casi parecía un secreto de estado, porque mi madre no quería que supiésemos nada de todo aquello, fuese lo que fuese.
Sabía que mis padres habían tenido que hablar sobre lo que le sucedía a mi padre con mis médicos, pero jamás habían pronunciado su diagnóstico. ¿Era algo que se heredaba?
Isobel había tenido que irse a realizar una llamada. La habían llamado en mitad de la terapia, pero las urgencias eran así. Siempre había que intentar aguantar aunque estuvieses a punto de decir lo más importante que hubieses confesado durante tu vida.
Podía escuchar a los compañeros que aún estaban en la terapia comunitaria. Había odiado tanto ese momento durante los dos años que había estado con la terapia más cruda allí que siempre me había puesto nerviosa cuando tenía que bajar a esa gran sala. Aún podía distinguir el sabor de la bilis que se acumulaba cuando querías responder a alguien que te atacaba y no era tu turno. Te dolían los dedos para llamar la atención esperando que no se te olvidase en ningún momento todo lo que querías decir.
Aún podía recordar muchas cosas que habían pasado fuera de las normas allí impuestas. ¿Quién podía pensar que los adolescentes no nos saltásemos las reglas sistemáticamente? Era algo ilógico. Era parte de nuestro ADN. Además, en este mundo parecían indicarnos que las normas estaban para romperlas, que quizá era el único motivo por el que existían. Una lectura demasiado superficial e inexacta, seguramente, pero aquel periodo había sido el único en el que me había permitido saltarme alguna norma y finalmente no había servido para nada, tan solo para ponerme más nerviosa aún, para hacerme sentir que era una criminal. Era una de las sensaciones más horribles del mundo, al menos, a mis ojos y desde mi corta experiencia.
Miré hacia la parte alta de la pared que tenía delante de mí. Una pequeña ventana, estilo como aquellas que se tienen en los sótanos me dejaba ver una parte de los caminos que había alrededor de aquella casa donde tantas mentes torturadas habían pasado intentando buscar una salida a su malestar.
La puerta se abrió e Isobel entró rápidamente dedicándome una pequeña sonrisa.
— Perdona, era una llamada urgente que andaba esperando —comentó mientras volvía a ponerse al otro lado de la mesa, mirándome desde la posición de superioridad que le daba su lugar. Ella era la experta. Yo no era nada más que una sufridora sin saber cómo enfrentarse a las cosas comunes de la vida.
— No te preocupes —negué regalándole una sonrisa que no sentía porque detestaba que cualquier cosa fuese más urgente que yo.
— ¿Qué me estabas diciendo? —preguntó apoyando su espalda en el respaldo del butacón que sin duda sería bastante más cómodo que aquella condenada silla que estaba dura como el metal del que estaba hecho.
— Sobre mi amiga...
— Cierto, Rose, ¿verdad? ¿Qué pasó?
Respiré tan profundamente como pude porque aún no era capaz de creerme todo lo que me había pasado, lo que había leído., lo que había tenido que soportar y asumir.
— Desapareció hace unas semanas y ayer me mandó un correo que me dejó muy sorprendida —expliqué antes de inclinarme hacia delante y deslizar mis dedos por mi frente esperando que ella no se riese de lo que le iba a contar ni pensase que era mentira.
¿Por qué aquello me daba tanta vergüenza? No tenía ni idea, pero igual que desnudar todas mis intimidades delante de alguien y sentirme realmente expuesta.
— ¿Qué te decía en el correo?
— Básicamente que se tenía que separar de mí porque estaba enamorada de mí —resoplé furiosa porque esa justificación me resultaba estúpida y dolorosa. Demasiado dolorosa egoístamente hablando.
— ¿Enamorada de ti? —preguntó Isobel sorprendida.
Asentí esperando que en cualquier momento fuese a echarse a reír y a pedirme que hasta que no fuese seria no volviese a aquella consulta. Una parte de mí rezaba en secreto porque así fuese a pesar de saber que aquello me dolería como un condenado demonio.
— ¿Y qué opinas tú?
Alcé mi mirada para encontrarme con sus ojos. ¿Me estaba pidiendo opinión? ¿Quería que comentase aquello o solamente que le dijese qué me había hecho sentir a mí? Sin embargo, al recordar la pregunta que me había hecho, había sido explícita, pedía mi opinión.
— ¿Sinceramente? Creo que se ha confundido. Hay personas que confunden sus sentimientos de amistad o de gran amistad con los de amor por alguien. Por favor, ¿quién se fijaría en mí? —solté una amarga carcajada cargada de intenso dolor por la forma en que se habían acontecido los hechos.
— ¿No crees que haya podido enamorarse de ti?
— No. Es algo completamente imposible, Isobel. Nadie con un mínimo de gusto podría fijarse en mí.
Permaneció unos segundos mirándome antes de suspirar como si aquello que iba a decir pudiese provocar una mala consecuencia.
— Kyra... en esta vida nadie es menos que nadie para que alguien se enamore de uno. ¿Qué podrías tener tú que te hiciese inválida para que alguien fijase sus ojos en ti? ¿Estás marcada de alguna forma?
Entonces quise decirle que el verdadero problema es que era tóxica, completamente tóxica. Pero no era lo único que veía en mí para señalar y juzgar. Simplemente no valía como ser humano. No obstante, aquellas palabras eran tan duras que no era capaz de pronunciarlas y cayeron como lágrimas esperando que ella pudiese leerlas como si fuese algún tipo de providencia.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Non-FictionKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...