Kamaria es una hábil cazadora de nivel dos, la cual entrena diariamente para devolverle el favor a aquellos que la salvaron. Con este mismo fin, se interna en una misión suicida para salvar a su mejor amigo. Deja su vida con tal de que él pueda esca...
La bestia corría a gran velocidad esquivando cada uno de los árboles que se atravesaban. No detuvo su andar hasta no llegar a aquella colina de la cual nacía la cascada. Como cada noche, me transformaba en la bestia para venir a este lugar y aullarle a la Luna.
El dolor que sentía en mi pecho me torturaba, así como la tristeza de no tener a mi mate a mi lado. Llevaba casi 200 años recorriendo las manadas en su búsqueda, más no había ni rastro de ella. No sabía si la Luna me había castigado arrebatándome a mi mate o si aún no había nacido, pero cada día sentía más su falta. La manada sufría por su ausencia, y aunque intentamos salir adelante, seguía habiendo un lugar vacío en nosotros. Un lugar que sólo ocuparía ella.
Como cada noche, la bestia y yo unimos nuestro dolor para aullarle a la Diosa, rogándole una señal, rogándole por nuestra amada. A pesar de todo nuestros intentos, a pesar de no faltar ni una noche, la Luna nunca respondió. Sin rendirnos, continuamos en nuestro pedido, hasta que una voz resonó por mi mente.
Deja de llorar... por favor. —Su dulce sonido llenó cada rincón de mi cabeza, transmitiendo una completa paz, e impidiendo que sintiera dolor alguno.
Sin perder tiempo, me transforme en humano, esperanzado por haber recibido una respuesta de la Diosa.
— ¿Princesa Luna? —pregunte a la nada misma. Si me había hablado antes, lo haría de nuevo, ¿no? Una gran alegría albergó a mi corazón al pensar en la posibilidad de que, después de tanto tiempo, la luna por fin cumpliera nuestras plegarias.
Pasaron los minutos y, con cada uno de ellos, mi corazón se partía en más pedazos. Nada... no se oía nada. Nadie hablaba, la voz no volvió a hacer acto de presencia.
— Hola. —Voltee rápidamente al escuchar la misma voz, pero a mis espaldas. Una pequeña peliblanca, de grandes ojos grises, me miraba a dos metros de mi cuerpo. Tenía un vestido blanco e iba descalza, mas no parecía molestarle. ¿Cómo se me había podido pasar la presencia de una intrusa?
— ¿Quién eres? ¿Cómo entraste a mi territorio? —gruñí en su dirección, dispuesto a atacar si fuese necesario. La pequeña inclinó la cabeza a un lado, haciéndola ver completamente tierna. ¿Qué pensaba? Agité mi cabeza para borrar esas ideas de mi mente.
— Escuche tu llanto... Ya no quería que llores. —La inocencia en sus ojos y la dulzura en su voz ocasionó que mi cuerpo se relajara, bajando levemente mi guardia. ¿Por qué esa niña se preocupaba por mi?
— ¿De dónde vienes? —cuestione luego de unos segundos, viendo que la pequeña no parecía ser una amenaza. La niña pareció pensarlo unos segundos antes de responderme.
