Lerek miró su reflejo en el espejo y lo rompió en mil pedazos de un puñetazo. Ese no era él, él no tenía esas arrugas, ni esos colmillos desproporcionados, tampoco tenía esos retazos de pelo grisáceo y grasoso, ni esos ojos opacos rodeados de piel rugosa, ni ese cuerpo flaco y frágil. Él era joven y bello, con piel estirada, colmillos apenas visibles sobre sus labios inferiores, ojos rojos brillantes, un cuerpo atlético y hermoso, y, para coronarlo todo, un cabello lacio de color amarillo.
Lerek estaba viendo reflejado en los fragmentos del espejo a un su ser que estaba perdiendo la última Gracia que le quedaba, aquello tan deseado por los Comunes y al mismo tiempo tan repudiado por ellos. Sus últimos rastros de que una vez poseyó Gracia, aquello que evidenciaba que alguna vez había consumido sangre de ganado, se estaban escapando entre sus dedos sin remedio, como el agua de un arroyo que fluye entre las raíces de los árboles.
Lerek se preguntaba por qué le pasaba eso a él, por qué su vida había caído tan bajo. Él había, durante los últimos cincuenta años, gobernado justamente, y solo hizo uso de sus poderes contra aquellos que amenazaban la estabilidad de su reino. Ahora estaba solo, sin contactos, sin poder, era uno más de aquellos que, al no poder mantener el flujo de sangre de Ganado en sus venas, estaba involucionando, volviéndose viejo, decrépito y débil.
Con suerte Lerek podría, pese a su estado lastimero, conseguir un trabajo como bibliotecario, un trabajo silencioso, o como guardián de juramentos, un trabajo de juez menor, o como pensador de alguna de las torres de la ciudad, un trabajo de filósofo menor, de filósofo de las masas. A nada más podría aspirar que a esos trabajos, puesto que los trabajos físicos quedaban fuera de su capacidad y aquellos que ocupaban los Aristócratas fuera de su alcance.
Lerek tampoco podía aspirar a buscarse una esposa entre las masas de los Comunes ya que su debilitado estado, el de un maldito desposeído de su Gracia, era indicativo de una caída en la deshonra y el olvido, nadie querría juntarse con un descastado como él. Cazar, una solución que los antiguos hubieran tomado, era también cosa imposible, los últimos ganados estaban en manos del Emperador, y él disponía del último Gran Ganado con cuidado y con calculadora eficiencia, manteniendo a los reyes, los príncipes y sus respectivas cortes con apenas lo indispensable para que conservaran sus Gracias.
De golpe alguien tocó la puerta, alguien estaba molestando a Lerek.
—¿¡Quién es!? —preguntó el decrépito Lerek, tosiendo secamente luego de decir esas palabras.
—¿¡Cuando va a pagar la renta!? ¡¿Acaso planea irse a dormir eternamente y dejarme en la ruina?! ¡He rechazado otros inquilinos por respeto a tu abominable persona!
Era la voz del dueño del condominio, un hombre rechoncho que disfrutaba demasiado de los placeres del mundo mortal. Claramente comía a montones todo tipo de comida y golosinas, y demandaba dinero a todas horas; él era, sin lugar a dudas, el típico miembro de los Comunes que se ridiculizaba en los teatros de los aristócratas.
—¡Hoy voy a la Torre Escarlata! ¡De seguro tendré el pago para esta noche!
—¡Más le vale!
Los fuertes pasos del dueño del condominio se escucharon alejándose de la puerta, yendo a la siguiente dónde hubiera alguien debiendo un pago. Sin discutir o protestar, sabiendo que no valía casi nada, Lerek se puso su mejor túnica, la única que le quedaba desde que huyó del golpe en Nueva Roma. Ya estaba listo, la Torre Escarlata de Nueva Babilonia le daría un trabajo como filósofo de las masas, de eso estaba seguro, tenía un pasado de estudiar historia, teología, sangremancia y mil y un labores más, todos dignos de un aristócrata respetable.
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Pirámide de Sangre
VampireLerek, un vampiro de la más alta casta aristocrática, ve su corona usurpa por un aristócrata rival, lo cual lo lleva al exilio en Nueva Babilonia. El antiguo rey de Latinum debe ahora acomodarse a su nueva realidad y asumir que es y será un Desgraci...