Me despidieron

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Ebbye

_No sin dar las gracias, retiré las bolsas de las manos de la señora donde las había dejado. Le había escrito a un compañero para que las fuera a buscar, pero al parecer no vio mi mensaje.

Caminé al restaurante con el corazón desbocado. Me tenía pensando ese hombre que había terminado de ver, había algo en él un tanto intrigante. Pero más que eso, tenía nervios, porque solo bastaba un minuto para que Billy me despidiera. Me había desaparecido por un buen rato, pero valió la pena.

De todas maneras me sentía bien, había hecho algo bueno.

Abrí la puerta con mucho cuidado y dejé las bolsas en el mostrador, los demás empleados me estaban viendo con cara de que mi jefe me había estado maldiciendo. Podía apostar que era así.

Robert, uno de los más jóvenes y con quien me había unido mucho en el último mes, me hizo un pitido y me llamó hacia él. Eso significaba advertencia.

—Está enojado contigo, ¿Porqué no me llamaste? Yo te podía cubrir. Está echando humo por la nariz y orejas —Se le veía nervioso.

Me preocupé.

—Estaba muy ocupada ayudando a una niña perdida, no podía dejarla sola. Te envié un mensaje para que buscaras las bolsas donde las dejé —dije en voz baja. No quería gritar mis desgracias.

—Lo sé, pero Billy no me dejó salir. Quería ver hasta donde llegabas. Sabes que hubiese llegado de inmediato para evitarte problemas con él —Limpió unas gotas de sudor de su frente con su pulgar.

Estaba asustada, porque era el único trabajo que tenía y buscar trabajo en esa ciudad era como buscar una aguja en un pajar. Había encontrado ese por pura suerte ya que ese puesto era de alguien más y tuvo un accidente, así que había que reemplazar a esa persona.

—Al fin te dignas a llegar —Esa voz me puso los pelos de punta -a mi oficina —Billy estaba detrás de mí, no necesité mirarlo cuando me volteé, su voz sonaba enojada y autoritaria.

Con suerte ya no habían tantos clientes y así no veían cómo mi jefe me despedía, la vergüenza era mínima. Exhalé todo el aire que no sabía qué tenía retenido.

Lo seguí hasta su cubículo y tomó asiento en su silla, ahí era donde más le gustaba estar. Ahí se sentía rey y era su lugar favorito para contar dinero sin hacer mucho.

—No has trabajado bien en estos últimos seis meses, y hoy hiciste algo que puso el restauranteen desastre, ¿Dónde demonios estabas metida?. Solo te he enviado a comprar algunas cosas y desapareces, ¿tan inútil eres? —Me insultó sin mirarme y sacando un cigarrillo.

Entrecerré los ojos y mantuve la calma. Lo que me dijo era ofensivo, yo no trabajaba mal, él era un mal jefe. Respiré profundamente, en estos casos es mejor quedarse callado. Lo miré, detallando su físico; era regordete y calvo, no estaba en forma. Solo comía, tomaba y fumaba. Qué mal que su físico era igual de feo que su mal genio.

No, no podía quedarme callada.

—¿Qué? —fue mi reacción ante esa estupidez —Ni siquiera tengo días libres, abusa de su poder y me trata como burro. No trabajo mal, solo que usted no es un buen jefe, nosotros hacemos su trabajo- hablé con voz calmada.

Cierto, no debí meter el dedo en la llaga, pero me estaba empezando a sofocar. ¿Que yo no trabajaba bien? Mi pie.

—¿Para qué vas a necesitar días libres?. Tienes que trabajar de más para que tu hermana la enferma no muera de cáncer —gritó, el cólera en su voz hizo que explotara. Ya no me importaba perder el trabajo.

Me importó un carajo todo en ese momento. Necesitaba el trabajo, pero no iba a aguantar la humillación de nadie.

—¿Sabe qué?. Puede irse al diablo usted y su grasa abdominal, solo un cerdo asqueroso que cuenta el dinero que le hacen los demás. Ella está enferma de cáncer, pero usted lo está de la cabeza y espero que todos sus empleados se larguen y lo dejen solo con los pocos centavos que le van a quedar. Yo quité bastantes moscas de los platos a escondidas sin que los clientes se dieran cuenta solo para que no demandaran al restaurante y salvarle su rechoncho trasero. Renuncio y no me importa si no me da dinero, haré una demanda contra la mala higiene de este restaurante -grité furiosa. No lo dejé hablar y me levanté.

Quité mi delantal, se lo lancé en el escritorio y luego salí hecha una furia, no sin antes dedicarle una mirada de muerte a ese idiota.

Robert me observó mientras salía como una bestia furiosa del lugar. Intentó detenerme, pero empecé a correr y me perdí entre las calles.

Caminé y caminé hasta que empezó a llover. Debí tomar un taxi cuando podía, pero no quería llegar tan rápido a casa. Empecé a llorar, empecé a llorar porque no tenía trabajo, si solo era yo, estaba bien, pero éramos dos y tenía que tener dinero para el tratamiento de Beth, mi hermana.

¿En qué momento la vida se me volvió tan complicada?.

Caminé bajo la lluvia, empapada, no pasaba un auto. De repente me reí al pensar que un príncipe azul se detendría a mi lado en un coche despampanante y me salvaría de las gotas agresivas que se deslizaban por mi cabello. Hubiera sido lindo decirles que fue así, pero no. Eso no pasa en la vida real.

Llegué a casa hecha un hielo. La lluvia no había cesado, había encontrado algunos taxis de camino, pero ninguno iba a querer llevarme cuando estaba mojada.

Beth y yo vivíamos en la casa que nos dejó mamá, era pequeña y acogedora y, lo mejor de todo, no teníamos que pagar la renta. Al menos era lo único bueno que nos quedaba.

Beth no estaba en casa, así podía llorar tranquila, había recaído y estaba internada en el hospital. Ahora la vería más seguido ya que no tenía trabajo, pero no en las condiciones que estaba. Si ella me veía así, se ponía triste así que, por un año, desde que se enfermó, aprendí a mostrarle una felicidad falsa. Yo no era feliz, era feliz de tenerla, sí, pero no de la vida que nos tocó. Pero ella tampoco estaba feliz mientras estaba postrada en una cama. Ver su sufrimiento al recibir las quimioterapias, eso volcaba mi corazón.

Entré a mi habitación con los hombros por el suelo.

Me quité la ropa rápidamente para no atrapar un resfriado y me entré en la ducha, la llené de agua caliente.

Estaba desnuda recibiendo el calor del agua en mis poros, intentaba no llorar como cada noche. Y no lo hice.

Escuché algunos mensajes de mí celular que yacía en mi cama, pero los ignoré. No era momento.

Empecé a pasar el jabón por mi cuerpo, de repente recordé a Amy o Lili, como sea que se llamara esa niña. Ella no me hizo perder mi trabajo, no la vayan a odiar, yo decidí perderlo. Pero no me sentía mal, no me arrepiento de haberla llevado a su casa, porque eso hizo que recordara a ese hombre desconocido que empezó a llamar mi atención. Pero tenía que olvidar sus rostros, porque no los volvería a ver. Era lo que yo creía.

Una llamada me hizo sobresaltar. Si era una llamada, entonces significaba urgencia. Me levanté de inmediato y rodeé mi toalla alrededor de mi cuerpo.

Las llamadas no me gustaban, casi siempre eran porque Beth había recaído. No, no podía ser.

Tragué saliva con nerviosismo.

Caminé a paso lento, siguiendo el incesante sonido. No era del hospital. De hecho, era un número desconocido.

Respiré con alivio.

Tomé la llamada y una voz femenina entró en mis oídos, esa voz logró calmarme.

—Hola, soy Lila, soy la madre de Amy. ¿Estoy hablando con Ebbye? —preguntó alegremente, como si acabara de encontrar un tesoro.

Fruncí el ceño, no creí que me llamaría.

—Sí, soy yo —respondí carraspeando.

—Me gustaría hablar contigo en persona, tengo una propuesta que hacerte, ¿Cuándo estaría bien para ti?

Era una broma, ¿Cierto?

HARALD (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora