No mezclar alcohol y malas decisiones.

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Ebbye

_Tuve que quedarme al menos diez minutos parada al lado de un poste de luz. No sabía lo que había pasado allá dentro y no podía entenderlo.

¿Qué carajos fue eso?

Me besó, pero dijo que no me tocaría mientras no estuviera lista. Me miró desnuda y no hizo nada. No sé si era bueno o malo. Obviamente vender mi cuerpo no era algo con lo que me sintiera bien, pero era lo único de lo que dependía en ese momento y, aunque no era algo moralmente correcto, estaba un poco preocupada de que al señor no le gustara tocarme  o algo así.

Después de estar un poco más tranquila, tomé un taxi y llegué a casa. Tomé un baño que me hizo relajarme un poco más y luego bajé a la cocina.

Un mensaje llegó a mi celular que yacía en el sofá y fruncí el ceño. Era un número desconocido.

Soy Katherine, la chica del centro comercial. ¿Podemos vernos hoy?

Al principio dudé, no la conocía ni sabía sus intenciones. Pero en ese momento quería distraerme.

Acordamos vernos en un bar cerca, se estaba haciendo de noche así que me puse un vestido ceñido al cuerpo con una chaqueta por encima. Hacía un poco de frío.

Tomé un taxi y llegué en tan solo unos minutos. En el bar no había tanta gente para ser un viernes en la noche.

Busqué una cabellera con rastas y la divisé en una mesa al fondo.

Estaba mirando su celular muy concentrada. Me senté frente a ella y me sonrió al verme.

—Estás muy linda —Me escaneó de pies a cabeza.

—A mí me gusta tu cabello— Señalé su cabellera.

—Sí, pero creo que voy a cortarlo. Tengo cuatro años con rastas— Se lo tocó, colocándoselo al frente.

—Eso es bastante. Yo siempre los he tenido castaño. Tal vez algún día cambie de look— Dejé mi bolso a mi lado.

Pedimos comida y charlamos de muchas cosas. Katherine era bastante graciosa y me contó mucho sobre ella.

Me dijo que tuvo una relación con Levan, pero que terminaron por motivos que no me dijo. Se quedó fría cuando llegó a esa parte así que cambié el tema. Sé identificar cuando alguien está incómodo.

Estaba terminando la universidad, estudiaba contabilidad. Me dijo que era huérfana y que se había mudado en un pequeño departamento. Al parecer no se llevaba bien con sus padres adoptivos.

Ambas estábamos un poco tomadas y nos reíamos hasta de las moscas que estaban en el aire.

Estaba riendo, yo estaba riendo y había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo había hecho de verdad.

Por primera vez no estaba preocupada y triste. No estaba pensando en Beth, en mamá o en Harald. Me estaba divirtiendo con alguien que había visto dos veces y eso me tenía encantada y sorprendida.

Me levanté para ir al baño. Aún podía caminar y estaba cuerda. Mi vejiga iba a explotar.

Me lavé las manos y salí, me dirigí a la mesa. Pero no contaba con que alguien ya estaba sentado en mi lugar: Harald. ¿Y él qué hacía ahí? ¿Quién lo invitó?

No tenía su traje negro usual. De hecho, estaba muy casual. Podría decir que hasta se veía más joven.

Llegué hasta ellos. Verlo ahí, conversando con Katherine, me había puesto sobria. Sentí una sensación extraña cuando me notó entre la gente y me observó por un largo rato. Amigo, eso es incómodo.

Me senté a su lado y puse mi bolso en mis piernas. Tengo que admitir que me puso un poco nerviosa.

—Señor Benson— Sonreí.

—Señorita Ebbye —Me dedicó una sonrisa ladina.

—¿Qué le trae por aquí?— pregunté y miré a Katherine, que lo miraba encantada.

—Solo pasaba— respondió mirando mi cuello.

Asentí y miré mis pies.

—Yo ya tengo que irme— Katherine se levantó— ya pagué la cuenta— me guiñó un ojo.

—Oh, sí. Creo que yo también— Me levanté. Tambaleando me dio un abrazo y luego se marchó. Me dieron ganas de irme con ella ya que estaba ebria y me preocupaba que se fuera sola. Pero al parecer ella quería dejarnos solos.

Y así era, otra vez estábamos solos.

—Voy a llevarte— Sacó las llaves de su pantalón. En el fondo agradecía que Harald fuera al menos caballeroso.

—¿Qué? No. No es necesario— Moví mis manos en el aire, negando.

—No te pregunté, no está a decisión. No dejaré que te vayas sola en el estado en el que estás— me tomó de la mano y salimos del bar.

Su auto estaba a tan solo unos metros. Abrió la puerta para mí y emprendimos el viaje. Conmigo de guía porque no sabía dónde estaba mi casa.

Llegamos a mi destino, pero me quedé en el auto, junto a él.

—Ya sé que estás esperando que me vaya, pero realmente yo...— me interrumpió. Solo quería asegurarme de que lo que estaba pasando era en serio.

Estaba cerca, muy cerca y no me había percatado de eso. Sus labios tocaron los míos. Esta vez no era tal salvaje. Tenía sus manos en mi cintura y me sentó en sus piernas. Gemí al tocar el bulto en sus pantalones. Pero también gemí porque mi cabeza chocó con el techo, pero no fue grave.

Y volví a gemir cuando atacó mi cuello. Lo hizo con ganas, haciéndome delirar.

—Quiero probarte— susurró, volviendo a mis labios. Yo ya no podía respirar bien. Estaba demasiado excitada.

—Pruébame— Agarré su cara entre mis manos y entré mi mano en su cabello.

—Estás ebria— dijo en medio del beso.

—Estoy bien. Lo recordaré mañana— Sonreí mientras él mordía mi labio inferior.

—Ebbye— Levantó mi vestido.

Sus manos agarraron mi trasero y lo apretaron, haciéndome jadear en sus labios. Siguieron moviéndose, llegando al punto que quería, que rogaba por atención.

Rompió mis bragas y no sé dónde las puso y tampoco me interesaba en ese momento. Estaba lo suficientemente mojada como para no pensar en más. El alcohol mezclado con la tontería y las malas decisiones no es bueno, gente.

Su dedo pulgar se movía en círculos sobre mi zona sensible, haciéndome gemir en voz alta. Ni siquiera estaba enterada del momento en que todo se dio tan rápido.

—Vamos, cariño— Agarró un puñado de mi cabello, haciendo el beso más profundo, jalándome hacia él.

—Quiero que te vengas para mí— Cada vez sus dedos de movían más rápido hasta que llegué al clímax en su auto, en sus piernas, besando sus labios.

Respiré profundo intentando recuperarme, aquello había sido demasiado bueno, sublime.

Sus manos subían y bajaban por mis piernas de forma lenta. Sus ojos no se habían despegado de mí y su mirada, como siempre, no me decía nada.

La vergüenza cayó en mí como balde de agua fría.

—Yo...tengo que irme— Me intenté bajar de él, pero me apretó las piernas, dejándome inmóvil.

—Mírame, ¿Por qué te cubres? ¿A caso cometiste algún pecado?— preguntó, subiendo las manos por mi espalda.

Negué, perdiéndome en sus ojos.

—Ya me voy— Me bajé de sus piernas, arreglé mi vestido y tomé mi bolso.

—Gracias por las bragas— fue lo último que escuché.

HARALD (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora