Incómodo

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Ebbye

_Respiré profundo cuando en mi celular llegó una llamada que nunca quería que llegara: el hospital.

Cerré mis ojos por un momento y me dispuse a contestar. Esas llamadas no me gustaban en lo absoluto.

No me malentiendan, era mi hermana y quería saber de ella. Pero me daba miedo que un día me llamaran para darme una triste noticia.

Yo no estaba preparada mentalmente y, latiendo rápidamente, mi corazón me lo confirmaba.

—Ebbye, soy el doctor de Beth. Hicimos el proceso de análisis y salió lo que más temíamos, lo siento. El cáncer se volvió metástasis y corrió hacia el estómago. Vamos a proceder con la tratamiento. Sé que no es ético decirlo por teléfono, pero no podemos esperar, debemos actuar ya —cada palabra que oía era como tragarme una aguja, me dolía.

Ahí fue cuando supe que haría de todo por Beth, incluyendo vender mi cuerpo para que no le faltara nada.

Estaba parada frente a la mansión del señor Benson, Harald Benson. Tenía un vestido negro que llegaba hasta mis rodillas. Y, como él lo había pedido, no llevaba bragas. ¿Incómodo? No, no lo era, al menos físicamente.

Entré rápidamente porque solo faltaba un minuto. Eran alrededor de las cuatro, justo como él me lo había ordenado.

En la casa no estaba Vicky, pero Harald abrió la puerta.

Estaba en toalla, tenía el cabello mojado y algunas gotas caían desde sus hombros para luego terminar en su zona v, perdiéndose en la orilla de la toalla.

Casi suelto un gemido al notar la manera en la que su cuerpo estaba hecha. Tenía un físico atractivo, demasiado. Sus bíceps, tríceps y su cara daban la bienvenida a un cuerpo bien formado.

Su carraspeo me hizo quitar la mirada de su perfecto abdomen y me hizo ponerla en su cara. Esa que me decía lo mucho que le gustaba que me percatara de que estaba muy bien dotado. Aunque yo aún tenía esa duda.

Tragué saliva bajo su atenta mirada. Me dió escalofríos por todo el cuerpo. Estaba serio, pero  algo en su mirada me hacía pensar que le divertía la situación.

—Hola- saludé aflojando la cola de cabello que llevaba.

—Adelante. Voy a vestirme —cerró la puerta a mi espalda y subió las escaleras, dándome una perfecta vista de su sexy trasero.

Caminé hacia la sala y me senté en el sofá. Mis manos estaban sudando frío, me las puse en la cara y cerré los ojos por unos segundos.

De repente recordé lo que me había dicho la chica desconocida en el centro comercial. Si yo me enamoraría de Harald, cosa que nunca pasaría, no me suicidaría. No me suicidaría por alguien que no lo merece.

Unos pasos cerca me hicieron levantar la mirada. Harald estaba bajando las escaleras. Tenía un pantalón deportivo y una camisa negra. Su cabello no estaba tan mojado y ya no caían gotas por su piel.

Me levanté de inmediato y esperé a que llegara hasta mí.

—Vamos a mi oficina —ordenó sin mirarme. Lo seguí por las escaleras y entramos a su oficina.

Se sentó frente a su escritorio y yo me quedé parada, esperando que me dijera qué hacer.

—Siéntate en silencio en ese sofá y solo has lo que yo te diga —ordenó señalando al sofá color azul marino frente a él.

Caminé hasta allí, dejé mi bolso a un lado y me dispuse a mirarlo. Duró algunos cinco minutos para que hablara nuevamente.

—Quítate el vestido —tragué saliva. Estaba nerviosa, estaba temblando.

Me levanté y lentamente quité los botones que impedían que se me viera todo. Hasta que ya no quedó ninguno.

Lo deslicé por todo mi cuerpo hasta que llegó a mis pies, lo terminé de sacar. Mis pechos eran lo única parte de mi cuerpo que estaba cubierta.

—También eso —señaló mis sujetadores de encaje. Los dejé caer junto al vestido unos segundos después.

—Me gusta —fue lo único que dijo sin quitarme la mirada de encima.

Estaba bastante incómoda, pero me dispuse a pensar en otra cosa.

—Siéntate —obedecí —abre las piernas —a la mierda todo, no podía pensar en otra cosa que no fuera en su mirada puesta en mí.

Estaba paralizada, no podía moverme.

—¿Tengo que hacerlo por ti? —su voz se estaba poniendo dura.

—No.

Recosté mi espalda del sofá y abrí mis piernas, quedando expuesta frente a él.

Sabía que un no estaba preparada. Era muy extraño.

Eché mi cabeza hacia atrás en intenté no sentirme incómoda por su mirada en mi intimidad.

Sentí cómo se levantó y caminó hacia mí. No abrí los ojos ni levanté mi cabeza.

—Mírame —su voz estaba ronca.

No quería.

—Mírame —repitió aún más cerca. Levanté la cabeza y lo miré —relájate. No voy a tocarte si te sientes incómoda, tienes que dejar de pensar en lo demás o no llegaremos a ningún lado —Cerró mis piernas y se sentó a mi lado.

—Lo siento —me senté a su lado.

Asintió y me miró. Miró mis labios y mi cuello.

—No te averguences, eres linda —Recogió mi vestido y me lo tendió.

Me vestí rápidamente y arreglé mi cabello con él a mi lado.

—Te veo mañana. A la misma hora. Puedes irte. Intenta confiar en mí, o no funcionará. ¿Eres virgen? —negué.

Me miró otra vez con esos ojos que no me decían mucho. Se acercó a mí y agarró mi nuca. No esperó mucho y unió sus labios con los míos.

Salvaje, así fue. Sus labios me atacaban y no me daban tiempo ni de mover mi lengua. Me gustó, no, no, me encantó. No había besado muchos, pero sabía que nadie lo había hecho como él.

—Ahora ve a casa y relájate —se separó de mí, pero no me soltó.

—Lo siento —volví a disculparme —yo... —Colocó un dedo en mis labios.

Tomé mi bolso y me dirigí a la puerta, con unos nervios horribles y aún con el sabor en sus labios en los míos.

—Ebbye —Me detuve. Estaba sentado y pude notar el bulto en sus pantalones —sin bragas.

HARALD (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora