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BRUNO

Camino con rapidez hasta su casa para poder cambiarse la playera que usaba pues estaba un poco manchada con el mismo color que ahora lucia la mitad de la barda entre su casa y la de Ángela. Dejo la cesta de mimbre en la mesa de la cocina para encaminarse a su habitación y tomar una playera nueva para salir a su encargo, una vez delante de la motocicleta abrió una de las alforjas y coloco con sumo cuidado la cesta, se coloco un casco color tinto y partió hasta la comisaría de Los Santos bajo los cálidos rayos de sol.

Pasando entre el trafico, algún percance vehicular y los ruidos de la jungla de asfalto el pelinegro llego hasta el recinto de los maderos de la ciudad, desmonto la motocicleta quitándose el casco para ponerle en el asiento y tratar de peinarse un poco antes de entrar a dejar la comida al chico de cresta.

Se guardo las llaves en el vaquero de mezclilla y comenzó a caminar hacia las escaleras principales de la comisaria para primero verificar si el oficial se encontraba por ahí, pero mucho antes de que su mano pudiera tocar la barandilla roja lo vio, Horacio salía por la puerta principal caminando con rapidez y aparentemente sin motivos de detenerse, Bruno se quedo plantado al pie de la escalera y  cuando el joven detuvo su paso frente a su presencia el no pudo esconder sus gruesas lagrimas, su cara rojiza y su triste mirada Bruno pensó en las consecuencias que quizá le iba a atraer aquello, pero el dolor de un puñetazo sería poco con la angustia que estrujo a su corazón por ver aquellos ojos perder su brillo y lo atrapo entre sus brazos. Al principio Horacio se mantuvo tieso entre los brazos del pelinegro, pero realmente necesitaba que alguien le ayudara a juntar los pedazos de su ya roto corazón de nuevo y se acurruco en el pecho del motociclista mientras hipaba y dejaba correr sus lagrimas.

Bruno no sabía que pasaba con el chico pero iba a dejar que las lagrimas curaran su pena los minutos, horas o lo que Horacio necesitara ahí en silencio mientras el viento cálido le acariciaba y le ofrecía el dulce aroma de quien tenia entre sus brazos, le nació la necesidad de volver a verle sonreír como aquel primer día en que conversaron y bajo aquella timidez por parte del mas joven pudo ver como su sonrisa era fácil de exteriorizar aquella sonrisa que era remplazada por una mueca que dejaba leer su tristeza en el rostro ajeno, el pelinegro agacho un poco su cabeza y le susurro al oído - Me quedaré el tiempo que necesites Horacio... - mientras le acariciaba la espalda con una de sus manos sintiendo como el chico asentía sin despegarse de el mojándole la playera con las lagrimas que soltaba ahora en silencio un poco mas sereno.

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Unos minutos mas tarde los ojos rojos y sin brillo del peliazul se negaron a seguir llorando y empapando la playera ajena, con las palabras del ruso aun retumbándole en la cabeza se despego con suavidad de Bruno dando un paso hacia atrás.
- Gra... gracias Bruno... - Dijo Horacio tratando de enfocar al chico, este por su parte asintió brindándole una pequeña sonrisa ladina.
- Descuida -  Contesto el chico acortando la distancia entre ambos para tomar con sus pulgares los restos de lagrimas en el rostro rojizo del oficial haciendo que el contrario saltara un poco pero sin negarse a que le brindara su toque que dejaba un leve cosquilleo por cada lagrima que Bruno limpiaba.

- Que pena todo esto. - Su mirada viajo al asfalto para proseguir. - Te he de estar quitando tu tiempo... ¿vienes a poner una denuncia? - Pregunto.
¿Pena? pensó Bruno para sus adentros. - No... el motivo de mi presencia aquí eres tu. -
Horacio levanto la mirada algo confundido. -¿Por mi?- Se apunto a si mismo frunciendo el ceño, no entendía. - Si, vine por que Ángela me pido traerte tu comida, la vi muy apurada saliendo de su casa y bueno... ja!- Se rasco la nuca. - Estaba por ahí pintando la barda, entonces heme aquí. - El pelinegro soltó una pequeña risa que pudo contagiar al contrario por escasos segundos.
- Te he de ser sincero, no tengo apetito... - Le confesó el chico recargándose en la barandilla.
- Pero vamos que no vas a poder salvar vidas sin el estomago vacío, al menos échale un ojo a lo que te mando la Doctora. - Bruno trato de convencerlo, pero Horacio recordó la palabras despectivas del comisario " ... yo se hacer mi trabajo sin necesidad de alardear por todos lados lo que no soy..." y su estomago se revolvió.
- Esta bien, no te voy a obligar a comer, pero al menos tómalo, tu sabes y yo se que Ángela se esforzó en hacerlo. - A Horacio le brinco el corazón pues el pelinegro tenia razón.
- Esta bien, lo tomaré... - Bruno asintió pues había tomado la mejor decisión, así que lo condujo hasta donde estaba su motocicleta para entregarle el cesto de mimbre, el de cresta lo tomo entre sus manos y sintió que las palabras del chico tomaban mas sentido.
- Bueno, pues espero que lo pienses y tengas buen provecho. - Se monto en su motocicleta.
- Muchas gracias Bruno... es decir no solo por esto. - alzó un poco el cesto. - Si no también por no dejarme solo, te lo compensaré.- El pelinegro sonrió.
- No me debes nada... Oh bueno ahora que lo dices, podrías pintar la mitad de mi barda, digo... quedo a medias... ¿Qué dices? te ayudaría a despejarte... - Al chico lo tomo por sorpresa, pero quizá por la circunstancia de Ángela ahora estaba un poco en deuda con el pelinegro.
- Me parece bien, ojo por ojo - Bruno sonrió.
- Pues perfecto, ¿tu turno termina en?... - Horacio asintió para responderle. - Termina en 3 horas.
- Bien, a las 5 de la tarde vengo por ti. - El pelinegro se puso el casco y sin dejar que el crestas procesara lo que acababa de decir bajo el visor del casco y salió como una flecha de ahí.
- Pero... - Horacio se quedo mirando la moto hasta que esta giro en una cuadra y la perdió de vista.

Le toca a él...  VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora