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GUSTABO.

Gustabo escucho como las puertas rojas se cerraban tras de el y detuvo el paso, el sabía que le debía una disculpa a Bruno, pero realmente no le sería nada fácil, era Gustabo García y pedir perdón no estaba en su lista de cosas favoritas.
El joven policía soltó un suspiro tratando de aligerar la poca adrenalina que aun sentía arder en sus puños y camino con prisa hasta la entrada del recinto, no le hacia mucha gracia el ir a ver al Barman y pedirle disculpas pero la voz de Ángela lo perseguiría todo el día si no lo intentaba.

Al salir el rubio interpuso su palma contra la luz brillante de el sol que azotaba las nucas de los peatones y con algo de trabajo busco el estacionamiento donde Bruno había aparcado, pero para su temor estaba vacío. Gustabo chasqueo la lengua en señal de disgusto y entró de nuevo en el hospital metiendo sus manos en los bolsillos.

Una vez calmado y con la mente despejada termino su café negro en la cafetería, se deshizo del desechable y emprendió su camino hasta la habitación donde su hermano estaría con la esperanza de verlo despierto.

Gustabo abrió la puerta con fuerza haciendo que esta se azotara con la pared mirando a los presentes en esta y su sonrisa se ensancho al ver al peliazul despierto. - ¡Horacio! - El joven rubio corrió la corta distancia que lo separaba de el ex crestas y lo cubrió entre sus brazos quedando casi por completo arriba de la camilla de hospital por el impulso. - Gus.. - Su hermano intento hablarle pero el lo acallo. - Oh cállate, no digas nada. - El rubio se quedo cubriendo al chico con sus brazos apretándolo como jamás lo había echo, era su hermano de siempre y lo quería, lo quería tanto que a veces era muy duro con el y fue entonces que el eco de la voz de Bruno se hizo presente en su cabeza "Si lo dejaras hablar... y no lo juzgaras tanto quizá podrías entenderle..."  al rubio se le achico el corazón ¿Bruno tenia razón?... se preguntó así mismo pero la voz de Horacio interrumpió su pensamiento sintiendo como los dos adultos se unían al abrazo de ambos.

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VOLKOV.

En el apartamento marcado con el numero 18 todo era calma, solo podía escucharse como el agua de la regadera corría empañando los espejos con su vapor, Viktor Volkov se encontraba bajo el chorro cálido de la ducha dejando que esta golpeara su nuca mientras revivía cada una de las cosas que habían pasado ese día, desde el atraco, hasta el sórdido regreso a la comisaría después de salir casi corriendo de aquella habitación, el resto de su jornada laboral la había pasado tan ausente que Rodríguez lo obligo a salir de servicio argumentando que no estaba en condiciones de seguir ahí y Viktor al no estar atento de pronto se encontró firmando su hoja de salida sin tener mas remedio de salir de ahí.

- ¿Qué cojones está pasando conmigo? - Dijo el ruso haciendo eco en el baño apoyando su frente en el mosaico fresco cerrando los ojos con frustración.
El ruso espero que la vocecilla molesta le respondiese, pero esta vez no fue así.
Su vida siempre había sido monótona, nunca fue de muchos amigos y siempre se esforzaba al máximo en cada cosa importante que tenia su vida, llámese instituto y ahora en su presente trabajo, jamás se había dado el tiempo de convivir de más con sus colegas de trabajo y Conway siempre estaba preocupado por ello y si es que el Viktor del instituto era considerado un rarito por no hablar con nadie al menos que fuese necesario en clases, mas sin embargo había conseguido hacer un pequeño grupo de 3 personas en donde se sentía cómodo a pesar de ser tan introvertido, pero quien diría lo poco que le duraría la dicha de conocer la amistad.

¿La rigidez y disciplina de su padre había forjado su vida desde temprana edad?, la respuesta era si.
 Después de dejar Rusia y adentrarse en el mundo de la policía había trabajo duro para conseguir el puesto donde ahora estaba, los años habían pasado y su corazón se endureció con los sucesos trágicos que marcarían su historia dejando de buscar algún rayo de luz que pudiera sacarlo de sus pesadillas nocturnas donde escuchaba disparos y gritos aberrantes de cada uno de los miembros de su familia, se hizo adicto al vodka y al trabajo sabiendo que si estaba tan ocupado ideando estrategias para capturar a los ladrones o ahogado en alcohol los sueños y su pesadez en el pecho no le achacaban las noches.
Pero desde la primera vez que pudo observar a aquel chico con su peinado extravagante entrar por las puertas de la comisaría algo se había encendido dentro de él y hasta el día de hoy una parte de su cabeza lo había dado por hecho, como si siempre lo hubiera estado tratando de pasar por alto, la vocecilla tenia razón siempre se estaba mintiendo a si mismo.

Le toca a él...  VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora