Capitulo XXXVI: La Verdad (Parte 3)

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"La maldad no es algo sobrehumano, es algo menos que humano"(Aghata Christie).



Ruth se encontraba arrodilla agarrando su pecho, del cual sentía una quemazón sin igual. Su maestro, su segundo padre, aquel a quien más confianza le tenía ahora había matado a su familia, había inculpado a Kaira, ella tan solo, no lo podía creer...

—Ruth Ivanovs, soy la inteligencia artificial de la maquina a la cual te conectaron. Mi maestro me instruyó en que debo hacer contigo. Darte las ordenes necesarias para que lleves las riendas de la humanidad presente —exclamó una voz que provenía de todos los lados en aquella habitación de color blanco, probablemente de su mente o consciente.

Luego para la sorpresa de la dolida chica, su secretario, Oliver, apareció frente a ella. Algo que la dejó inquieta no fue su presencia, si no sus ojos morados los cuales brillaban con intensidad en dirección a ella.

Su secretario y mano derecha en batalla era un joven de veinte años, de cabello largo hasta la frente desordenado, de piel blanca un poco bronceada, flaco y a la vez definido. Ella lo veía extraño y ajeno, pero a la vez un poco feliz, pues él le estaba sonriendo como solía hacerle. Aquel chico además de su maestro se había ganado su confianza, solo que ella no lo quería admitir.

—Mucho gusto, me llamo Alegigigar, la inteligencia artificial a tus servicios. Estamos adentro de tu mente, memorias, recuerdos, sentimientos, emociones, ADN ¡todo se encuentra aquí!, así que decidí tomar la forma de alguien a quien le tienes cariño para hacer más cómoda la experiencia, siento mucho lo de tu maestro por cierto, pero el dolor en cierto punto es necesario para poder ver y asimilar la verdad —le explicó con una sonrisa "Oliver" o "Alegigigar"—. Llámame Oliver si lo deseas.

Ruth le asintió con la cabeza para ponerse de pie. Seguía con el corazón roto por lo sucedido, pero esa era la verdad y ella era fuerte para afrontarla, así que se dispuso a caminar al lado de Oliver para mirar en la dirección en donde el miraba, que en efecto, no había nada, solo blanco y más blanco.

Oliver chasqueó sus dedos para luego aparecer una silla de dos lugares, acolchonada y bastante cómoda en donde los dos se sentaron. Luego el joven cruzó las piernas y cerró los ojos. Ruth colocó sus manos en sus piernas mirándolo con paciencia esperando que él se decidiera a empezar a hablar.

—Fuiste llamada acá, no por alguien, sino porque el destino así lo quiso, entiende eso, el destino es lo que importa, o al menos lo que ustedes llaman destino. Tu destino, el destino de la humanidad, el destino de quienes quieres ahora está en tus manos —terminó de decir Oliver para agarrar la mano de la soldado y dejar una lucecita dorada que pronto se apagó.

Ruth no creía en el destino, las cosas pasaban por pasar, acción reacción, muerte o nacer, creación o destrucción, pero si Oliver así lo decía tendría que encontrarle un sentido al "destino" del que tanto hablaba. Ella le levantó la mano para que continuara y el carraspeó para seguir.

—El destino de la humanidad se encuentra en un punto crítico, debido a la sobrepoblación de la misma. Hace años el mundo era un lugar prospero, donde habían recursos ilimitados para todos los seres vivos. Tu raza se desarrolló perfectamente, pero al pasar los años tu población aumentó en un número exagerado, necesitando así, más recursos y territorios. Eso lleva al conflicto, la guerra, la muerte, el perecer de una raza ambiciosa que solo quiere más y más, hasta que termina por perder la vida misma.

De pronto frente a ella aparecieron familias felices, jugando, comiendo. Luego los niños reunidos en los parques, mujeres y hombres trabajando en edificios, los autos por las autopistas. Oliver vio de reojo como en el rostro de Ruth se formaba una pequeña sonrisa, pues ella le encantaba ver en sus tiempos libres a las familias felices en los parques.

SIN DESTINO: EL INICIO (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora