Capítulo VI: Una Chispa De Esperanza (Parte 2)

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—Mi nombre es Alan y ella es mi mujer Nora, luego está Doller; lo rescatamos ayer mientras buscábamos sobrevivientes de la "masacre" —explicó aquel buen pero raro hombre, haciendo un movimiento extraño con la nariz.

Kaira se detuvo primero para examinarlos a todos, sus rasgos faciales, sus pulsos cardiacos, habilidad que había conseguido años atrás; sus pupilas, su piel, su ropa, todo mientras Norman les daba la mano sonriente y amigable. La chica al final concluyó que, en efecto, tan solo eran civiles que se habían defendido de este maldito experimento.

—Mi nombre es Kaira y él es Norman, es un placer. Nosotros nos encontrábamos en camino para buscar a alguien, gracias por ayudarnos —les respondió la joven con mucha educación, tratando de disimular su acento ruso.

Inevitablemente, Alan se dio cuenta del acento de la chica y sonrió, luego le hizo caso omiso y tomó a Norman y Kaira de los hombros, casi como si fuesen sus hijos perdidos, o unos adolescentes que acababan de romper una ventana y se sentían culpables.

— ¡Vengan! En la bodega hay más sobrevivientes, chicos de su edad; así hacen amigos. Deben estar asustados y cansados —les comentó Alan sonriendo.

Norman sin duda se alegró jalándole del brazo a Kaira, mientras que ella solo suspiró de alivio. No eran los únicos que quedaban vivos, por ahora, claro estaba.

—Chicos, un consejo, cuando vayan por las calles, no disparen ni hagan tanto ruido, con este silencio hasta nosotros escuchamos los disparos y gritos —les dijo el hombre con una mueca, ya que desde afuera aún podían verse las hordas corriendo de acá para allá.

Ambos bajaron la cabeza en señal de vergüenza. Alan tenía razón; habían hecho mucho ruido sin pensárselo dos veces; eso había provocado aquel número de infectados, y de no ser por su buena suerte, habrían muerto en ese mismo instante. Bueno, Norman hubiera muerto y ella huido, pensó la chica.

—Estábamos bajo presión, no volverá a pasar —dijo Kaira entrando a la bodega sin darle más importancia al asunto. Ella era una soldado y agente de elite; eso era su orgullo, pero no volvería a pasar.

Ambos vieron cómo Alan abría una compuerta de hierro, donde de seguro se guardaban medicamentos y mercancías importantes, para luego Kaira agudizar su oído y escuchar algunas voces, siendo efectivamente personas de su edad.

Ahí se encontraba una chica de uno con ochenta centímetros aproximadamente, cabello negro oscuro, con mechones en morado, algo delgada y al mismo tiempo con unas caderas que le daban un toque atractivo, de facciones suaves, con una mirada endurecida por el dolor y la tragedia, o eso le dijo en un susurro Norman a Kaira, quien solo lo miró con una sonrisa mientras le golpeaba el hombro.

En la otra esquina se encontraba un chico aparentemente de la misma edad que ellos y de la misma altura que la gótica, tal vez incluso más alto. Su cabello era rubio y tenía los ojos de un azul muy claro, pero no tanto como los de Kaira. También era fornido y vestían unos vaqueros con una camisa color gris. En sus brazos cargaba a una niña muy parecida a él, de unos once años, con el cabello lacio hasta los hombros.

—Samanta, Franco, ellos son Norman y Kaira, los rescaté de una manada.

Tanto Norman como Kaira voltearon a ver a Alan confundido. Jamás habían escuchado ese término, ni siquiera en las grabaciones de advertencia, puesto que ellos les decían infectados o pequeñas colmenas.

—¿Manada? —preguntó Norman.

A lo que Alan asintió mientras Samanta se ponía de pie, asustando así al muchacho, quien de manera instintiva se colocó detrás de Kaira, abrazándola por el cuello. La chica lo miró y con un leve sonrojo miró hacia otro lado.

SIN DESTINO: EL INICIO (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora