Capitulo XXXIV: La Verdad (Parte 1)

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"El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla". ( Manuel Vicent, 1936-?)



Al norte de Rusia, a unos trescientos cuarenta y cinco kilómetros bajo tierra se encontraba una de las mayores bases de una gran organización secreta para el mundo, la gran Nación Roja. La base era a base de túneles de hierro con tungsteno y con cámaras reforzadas en caso de ataques nucleares.

Pero en esos momentos se hallaba en ataque por uno de sus más grandes miembros, El Espectro Rojo, quien desde una base cercana monitoreaba la batalla en si dirigida por su mejor y más leal soldado, Ruth Ivanovs, aquella a quien todos temían y respetaban por igual.

—Prinesi mne bol'she sviney, chtoby ya mog ikh ubit' (¡Tráiganme más cerdos para que pueda matarlos!) —gritaba la soldado con su típico acento ruso y su característica sonrisa de psicopatía nata, una imagen que aterrorizaba el enemigo.

Los cuatro dirigentes originales de la gran organización de la Nación Roja se encontraban refugiados en la última cámara de las instalaciones del complejo. Aterrados y asustadizos ancianos que controlaban todo desde las sombras, pero eso se acababa hoy, hoy finalizaba su mandato de mano de hierro, solo para remplazarlo por uno peor...

La soldado al ver llegar a su escuadrón dio un impresionante salto cayendo atrás de los pocos soldados enemigos que les presentaban resistencia. De los compartimientos de su traje sacó cuatro navajas siendo tomadas para lanzarlas con inhumana precisión a los cuellos de sus presas, luego alzó los brazos como si hubiera terminado una coreografía de baile.

Sus soldados al ver como su valiente líder acababa con la resistencia sin esfuerzo alguno celebraron en júbilo alzando los brazos y armas. La soldado de ahora manchada y dañada armadura roja desenfundó sus dos largas espaldas de color negro, luego se dispuso a señalar hacia adelante con el sable que tenía en el brazo derecho.

— ¡La victoria es nuestra soldados, adelante, por la verdadera Nación Roja, por El Espectro Rojo, por la libertad! —gritó para luego recibir un alboroto de euforia y el sonar de miles de botas al chocar por los suelos ahora llenos de sangre, balas y partes de cuerpos humanos.

Ruth avanzaba cortando, esquivando y girando por los pasillos acompañada de seis de sus mejores soldados, lo mejor de lo mejor, imparables en todos los sentidos. De repente se chocaron con cuatro de los primeros súper soldados aun restantes de la promoción de Kaira Ivanovs, leales al primer mandato de la Nación Roja.

Ella los veía como gusanos traidores, igual que su hermana a la que decidieron apoyar sin dudar, al igual que esos malditos y sucios ancianos que tanto ella como su líder detestaban. Escoria rebelde, escoria que se oponía a un futuro brillante, uno donde solo los fuertes prevalecerían.

—Alto —ordenó un súper soldado de aproximadamente un metro noventa, de armadura color blanca con placas de hierro negro en hombros, rodillas, pecho, cuello, entre piernas y pies.

— ¿Alto?, ¿Me acabas de ordenar algo?, ¿o bien?, ¡A MI NADIE ME DICE QUE HACER! —vociferó con rabia la mayor de las Ivanovs para indicar que atacaran sus soldados los cuales cambiaron sus fusiles de asaltos por gladios, antiguas espadas de Roma ahora modificadas con nuevos metales, más fuertes, delgadas y resistentes.

— ¡Soldados Aniquílenlos! —ordenó el soldado de armadura blanca apretando los puños para que de estos salieran navajas tan grandes como la espada de Ruth.

De un momento la calma y el silencio que en aquella sala reinaba terminó muriendo, Ruth se encargó de convertirlo en una ensangrentada y tortuosa batalla en la que solo un bando podía salir vencedor.

SIN DESTINO: EL INICIO (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora