Capítulo XVIII: Boleto para salir del Infierno (Parte 2)

84 42 6
                                    

"Cada guerra es una destrucción del espíritu humano". (Henry Miller).


—¡Suban, ya vamos tarde! —gritó Franco mientras veía el medidor de gasolina.

Norman, Kaira, Alicia, Samanta, Miranda, Alan, Nora y Kyle subieron al vehículo en silencio; en la maletera donde iban Alicia, Samanta y Kaira estaban las maletas y bolsas llenas de armas, municiones, comida, botellas de agua y otros recursos para la supervivencia del grupo.

Franco arrancó para tomar la vía que los sacaría de ese maldito pueblo. Las chicas de un momento a otro, incluidas Miranda y Nora, conversaban y reían; Kyle vigilaba por las ventanas nervioso; Alan, en cambio, dormía un rato en el asiento.

Norman era el único que veía con cierta tristeza las calles de su ya destruido hogar. No era un lugar muy grande, así que casi todos los lugares le traían recuerdos. Tampoco era un gran centro turístico, ni tenía muchos centros comerciales o algo extravagante; lo que lo hacía especial era su calidez, una calidez robada que jamás volvería, jamás...

—Irónico, ¿no? Siempre quise salir de este lugar, lo odiaba de niño, recuerdo que siempre me quejaba diciendo que este era un pueblo asqueroso, siempre les decía a mis padres que me marcharía a otro país o estado... Y ahora que voy a hacerlo, ahora que soy expulsado a la fuerza, no quiero irme —expresó Norman como si estuviera a punto de romper en llanto.

—Tal vez sea porque, si nos fuéramos antes, siempre podríamos volver, siempre tendríamos un hogar, una cama a la cual regresar. Ahora nos iremos para siempre y quien sabe qué nos deparará el destino; solo somos un par de muchachos y unos adultos enfrentándose a la muerte —le espetó Franco mirando la luna y la carretera a la vez—. Yo al menos no me arrepiento de nada; puedo seguir y seguir sin parar; por más que una pequeña parte de mí se haya ido para siempre, no me queda opción.

Norman lo miró confundido, alzando una ceja, dejando salir un silencio entre ambos mientras miraban un reconocido, pero ya destruido restaurante, al cual casi todos los de ese pueblo habían ido al menos una vez...

—Quiero decir, conocí a Samanta, a ustedes, a Alan y su esposa. Vivía solo ¿sabes? Mi padre acostumbraba a viajar mucho siendo un hombre de "negocios" y a mi madre nunca la conocí; según papá, era una ramera que trabajaba en un prostíbulo por allá en Caracas —Franco decía cada palabra como si se quitara un gran peso de encima—. Y ahora tengo lo que siempre quise, una hermosa novia, una familia, amigos, apoyo; no estoy solo y sé que con ustedes siempre saldremos adelante. A pesar de haber perdido a mi hermana, estoy feliz de que ella ya no tenga que luchar, que no tenga esa carga que ahora nosotros tenemos.

Norman quedó atónito por la declaración de su amigo. Tenía razón; a pesar de haber perdido a sus padres, su vida ordinaria y sus viejos amigos excepto Eric, había ganado una familia y también una chica especial. Al voltear vio como Kaira reía y él sonrió involuntariamente, comprendiendo a lo que Franco se refería.

—Creo que tienes razón; con bichos que comen humanos o con una empresa malévola que busca el fin de la humanidad, estaremos bien juntos. Ya hemos sobrevivido bastante hasta ahora, siendo unos estudiantes sin muchas habilidades; ni siquiera podía cocinar bien un arroz; supongo que pelear por mi vida se me da mejor. Luego de decir eso, quedaron en silencio por un buen rato hasta que ambos empezaron a reírse con bastante fuerza.

Franco miró a Norman y de un momento a otro su cara optó por una expresión seria. Lejos de su conversación, había recordado todo lo sucedido y lo que tendría que suceder más adelante, así que, con la mente en blanco, decidió preguntarle.

—¿Me cuentas cuál es la famosa operación Fénix que tú y Eric están llevando a cabo? —preguntó mientras observaba al tímido sol escondido entre las nubes y el creciente humo del pueblo.

Norman recordó cómo Eric y él en menos de quince minutos habían armado ese plan. Ya lo tenían listo para un videojuego de zombis, pero dada la casualidad, ¿por qué no ponerlo en práctica?

—En el centro de la ciudad quedaron unas bocinas gigantes; Eric, de seguro con el otro grupo, ya debió armarlas y conectar el sistema de audio; la idea es atraer el mayor número de infectados con el sonido, luego hacerlos explotar con bombonas de gas... Un disparo a una de ellas y crearás una potente explosión; así eliminaremos a una cantidad considerable de infectados y atraeremos a los demás a lo lejos.

—¿Crees que Eric y el grupo salgan de ahí? Si es como dicen, casi todos los infectados se reunirán ahí.

Norman meditó por un momento si su mejor amigo era capaz. Sí, sin duda era capaz. Además, contaban con vehículos y algo que los infectados no, inteligencia. Franco se quedó esperando la respuesta cuando él le sonrió con seguridad, diciéndole.

—Por supuesto, estamos hablando de un militar adicto a la adrenalina; estará bien, confió en él —le aseguró Norman, observando el cielo amarillento; el sol había comenzado a ponerse.

Franco le asintió, relajándose en el asiento, conduciendo a una velocidad moderada. Era extraño que no se hubieran encontrado con los carroñeros a este punto, siquiera con un infectado o persona, lo cual hizo que todos se relajaran por el agradable y no común silencio. Norman, observando al sol ocultarse sin pensarlo, decidió cerrar los ojos para dormir un rato. Un rato, que parecieron horas.

—¡Norman, Norman, mierda, despierta! —le gritaba una voz conocida y muy agradable para él, pero en esos momentos, aquella voz estaba llena de terror y euforia.

Norman abrió los ojos con los sentidos a flor de piel, mientras Kaira le sacudía, respirando exaltada, con los ojos muy abiertos, apuntando hacia atrás con el dedo.

—Maldición, ¿qué mierda está haciendo Eric en la ciudad? —preguntó la chica con las cejas fruncidas.

Norman se negó confundido, agarrándola de la cadera para obligarla a salir de la camioneta, donde se encontraron con los demás de pie en la carretera. Kaira, sin perder tiempo, activó sus habilidades ligeramente para escuchar y ver más de lejos, pero solo percibía llamas y más cosas quemándose.

Todos traían sus armas a la mano y miraban la ciudad. En el suelo se podían notar apenas pequeñas vibraciones. El cielo estaba oscuro, de tonos grises, y el olor a quemado se podía oler con facilidad. No fue después de unos momentos que pequeñas cenizas empezaron a caer del cielo.

—Eso pasa cuando muchos infectados corren —les explicó Alan mirando atónito lo que antes era su hogar.

Norman vio cómo explosiones se formaban en esta. Habían llegado a las afueras de la ciudad y aun así los estallidos podían sentirse y escucharse. El calor que sentían no era normal, incluso para Kaira, quien se encontraba eufórica caminando de un lado a otro como una felina enjaulada sudaba.

—Eric debe venir en camino —espetó Norman, buscando sus armas en el bolso. Kaira ya traía la vieja M16 y una daga militar.

Varios aullidos se escuchaban cerca de donde ellos estaban. Las pequeñas piedras que yacían en el suelo daban pequeños saltitos. De pronto, a lo lejos se vio una horda de infectados. Las criaturas al verlos aceleraron su torpe paso, gruñendo y alzando sus brazos, algunos corriendo en cuatro patas y otros rebasándoles por sus mutaciones.

—¡Mierda, infectados, prepárense! —gritó Norman poniendo una rodilla en el suelo y apuntando la glock como le había enseñado Kaira; a lo lejos se veían al menos unas cien de esas cosas, aunque con sus números y aquellas dos podía ser posible que lo lograran, o tal vez ¿no?

—¡Mierda, infectados, prepárense! —gritó Norman poniendo una rodilla en el suelo y apuntando la glock como le había enseñado Kaira; a lo lejos se veían al menos unas cien de esas cosas, aunque con sus números y aquellas dos podía ser posible que l...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Sin Destino El Inicio (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora