Capitulo XLIV: Lilith, Adán y Eva

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"Negar un hecho es lo más fácil del mundo. Mucha gente lo hace, pero el hecho sigue siendo un hecho". (Isaac Asimov 1920-1992).



Despertó en un jardín con pesar, donde abundaban las flores azules y blancas, las paredes de ladrillos rojos estaban cubiertas por largas enredaderas, el musgo también estaba presente. Ella traía raramente su uniforme de color negro, pero esta vez le hacía ver más alta y fuerte, pues contaba con protecciones de metal y varios logos.

Su cabello le llegaba hasta la cintura, cuando hace unas horas le llegaba si acaso a los hombros, recordatorio para cortárselo, pues a la hora de luchar le molestaba, no sabía cómo demonios hacia Annia. El cielo era de un gris oscuro, todo, como si una gran fogata estuviera cerca de ese lugar, algo macabro a decir verdad.

No supo porque, pero empezó a caminar a través de lo que parecía un hermoso y viejo laberinto, lleno de hermosas flores, arbustos y frutos. A su lado había una manzana que no dudo en agarrar, aunque no tuviera hambre, nunca había probado una en su vida gracias a su "dieta militar de súper soldado", que en resumen era dejarte pasar hambre para que uno se acostumbrara a condiciones inhumanas.

Al seguir caminando sintió algo mojado en sus botas, luego algo frio y así pudo ver como el agua le llegaba a los talones ¿Acaso habría una fuente aquí o un río cercano? No le dio más importancia y siguió ahora derecho. De un momento a otro las paredes cobraban un tono más sombrío, como si se hubieran podrido al igual que las plantas y enredaderas.

Sentía tranquilidad, no había ni un solo ruido, ni un pájaro, todo estaba misteriosamente calmado y en silencio, lo que si le preocupaba era el cielo, tan oscuro como el carbón y por el calor sabía que no era de noche. Luego de caminar un rato sintió un frio que, aun con su traje se le calo en los huesos como una aguja en una vena.

A lo lejos se podía oír un llanto, un llanto de lo que parecía una mujer joven, uno que daba a entender su dolor, conocía ese dolor, traición, perdida, abandono, soledad, todo unido en lágrimas y sollozos. Aun asi tenía miedo, ella no es que fuera creyente de cosas paranormales, pero en la academia le enseñaron que todo era posible. También que entes si existían, viajes en el tiempo, manipular la materia y otras criaturas mitológicas que en realidad eran malformaciones o mutaciones.

Recordando eso prefirió caminar con cuidado y hacerle frente a la dueña de aquellos quejidos acompañados de respiraciones que le hacían temblar, su corazón se sintió pequeño imaginándose que seria.

Se quedó de pie viendo lo que sus ojos no podían creer. Una mujer de largos cabellos negros lacios, los cuales llegaban hasta el suelo. Sus ojos de eran de un color azul brillante como los de ella, justo como los de ella. Su piel sin embargo era color blanco nieve y sus labios de tonos rosados.

Ella estaba sentada en un banco de mármol con grietas y algunas flores azules y moradas. De sus mejillas caían lágrimas como si de una pequeña cascada se tratase, pero al verla a Kaira sus lágrimas pararon por un instante y una sonrisa amarga se asomó por su rostro.

—Oh, Kaira, querida por favor toma asiento —le invitó la mujer con una agradable voz, elevando la mano hacia lo que parecía una silla de madera oscura, realmente hermosa y brillante pero a la vez muy antigua que le recordaba a la mitología nórdica.

Kaira le hizo caso, pues no notó ninguna amenaza por parte de la rara mujer, más bien sintió compasión. Al sentarse y juntar las manos como le enseñaron en la academia, clases de modales para señoritas. Se dedicó a mirar a la mujer quien le sonreía con cariño maternal, pero con una profunda tristeza en su mirada, cosa que no logró entender a profundidad.

SIN DESTINO: EL INICIO (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora