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La noche se te fue entre fustigaciones mentales, lágrimas y vueltas en bucle sobre la cama. Pero, por si no era suficiente con el calvario de no haber dormido una mierda y mordisquearte las uñas hasta alcanzar el punto de no retorno, seguías con el machaque mental. La habías cagado. La habías cagado mucho. Ya no solo por haberte dejado llevar por lo que sentías y autosabotearte al volver a los brazos de Jungkook, sino porque esa acción había traído también daños colaterales muy serios...

Desde la primera vez que la viste, Minji te gustó; era una buena persona y siempre te había tratado bien (cosa que no podías decir muy a menudo de alguien). No querías hacerle daño bajo ningún concepto, pero estabas segura de que habías conseguido justamente eso. Y lo peor es que no solo se lo habías hecho a ella...

Giraste el cuello, apoyado en el reposacabezas del asiento, y observaste a Jimin, que conducía tranquilamente, y que, al notar que le observabas, pasó la mano del pomo del cambio de marchas a tu pierna para dar un apretón. Su sonrisa era preciosa, igual que siempre; el pequeño puente de su nariz se te antojaba una de las cosas más adorables del mundo. Todo él era perfecto. Pero sentías como si, de repente, esa perfección no era algo que tú quisieses realmente.

—Jimin-ah... tengo que contarte algo —declaraste nerviosa, mordisqueándote los labios. El chico emitió un pequeño murmuro mientras giraba levemente el volante—. L-la fiesta... fui con Nam a la fiesta de la empresa.

Cobarde.

—Ah, eso; ya lo sé, Innie. No tienes que darme explicaciones, tonta —comentó sonriente—. Eres demasiado buena...

Sí, un angelito soy.

Dios, te sentías tan miserable que era como si la gravedad quisiera atraer tu cabeza y tu alma directamente hacia el núcleo de la tierra. Casi ni podías alzarla para mirarle. Encima, que Jimin hubiera aparecido en tu apartamento solo para poder verte y se ofreciese además a llevarte al trabajo, era lo peor que podía pasar, porque te hacía sentir todavía más culpable...

Notabas el estómago cerrado. El miedo hacía de las suyas en tu cuerpo, removiendo todo a su paso, porque lo que te asustaba no era otra cosa que contarle a Jimin... eso otro que pasó en la fiesta.

No te gusta hacerle daño a nadie, no te gusta mentir. Te gusta ayudar a los demás, ser responsable, hacer lo correcto...

Y lo correcto es ser sincera con él, Ina. Por mucho que duela.

Jimin aparcó cerca del restaurante, y mientras caminabas junto a él, con su mano enlazada a la tuya, cogiste aire fuertemente y paraste tu paso abruptamente. Según viste una vez levantaste la cabeza lo suficiente, habías tomado una decisión justo a tiempo, porque estabais a menos de dos metros de la puerta de tu trabajo, y si hubieras llegado a entrar... no habrías podido soltarlo; te habrías conformado con darle un beso, decirle que le ibas a echar de menos y fingir hasta que volvieras a verle, y si eso hubiera llegado a pasar, los nervios y la culpabilidad habrían acabado contigo.

—Hay algo... más, Jimin —anunciaste con voz rota; tenías la boca seca y las manos empezaron a temblarte bajo las de Jimin, que te observaba cada vez más preocupado—: en la fiesta... Jungkook.

—Otra vez ese tío —exhaló, echando la vista al cielo—. ¿Qué pasa con él? ¿Te hizo algo?

—Los dos lo hicimos —le corregiste; tu voz sonaba demasiado débil, y hacía que te sintieras patética.

—¿Los dos...? —Asentiste, pero parecía seguir sin pillar nada—. Innie, no lo entiendo: sé más clara.

—Le besé y él me besó a mí, Jimin —confesaste con dificultad.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora