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La tormentosa y casi traumática experiencia de los primeros exámenes finales de la carrera había tocado a su fin. Fue un momento bastante duro eso de examinarte sin estar tan preparada como te hubiera gustado; y aunque no era ni por asomo de las peores cosas que te habían pasado, sí era de las que preferías olvidar antes.

Lo único bueno que habías sacado de esas semanas de nervios, estrés y arrepentimiento por no haber hincado los codos con tiempo era la atención que Jungkook te había estado prestando. Vale que desde que pasó... lo que pasó entre vosotros, el chico había estado pegado cual chicle a tu persona, pero con todo ese tema de que necesitabas ayuda para estudiar, de verdad que no te había dejado ni respirar. Que si repasos, que si cafés, que si un besito como premio por haberte aprendido un par de temas, que si el beso se descontrolaba, que si acababais en la cama sin saber muy bien cómo y vuelta a empezar. Esas partes de las tardes de estudio se habían convertido en tus favoritas, ¿para qué negarlo?

Uno de los asuntos que te tenían más entusiasmada esa mañana era que, ya con los exámenes terminados y la suerte echada (esperabas que para bien), te sentías completamente libre de hacer lo que quisieras; de dejar de presenciar las peroratas interminables, de no tener que soportar las aburridas charlas que parecían no acabarse nunca...

—Innie, ¿estás segura? Mira que no quiero ser pesado, pero es que no sé yo si es buena idea que te vayas tan lejos con el zarrapastroso ese; si tengo que ir a por ti voy a tardar mucho. No me hace gracia la idea de estar a trescientos veinticinco kilómetros del sitio en el que ese tío se pueda aprovechar de ti.

Casi libre, mejor dicho.

—Jin, voy a estar bien, te lo prometo —aseguraste con expresión calmada.

Daba igual lo que dijeses, tu hermano iba a seguir decaído y reticente en cuanto a lo de que fueses con Jungkook a Busan... Porque sí, eso era lo que el moreno te pidió en cuanto terminasteis los exámenes: que le acompañases a su ciudad natal ese verano.

Tampoco eran unas vacaciones en el sentido estricto de la palabra, porque, según te contó Jungkook, tenía que echarle una mano a su madre (ya que su padre seguía convaleciente) para arreglar la casa en la medida de lo posible. La verdad es que te hacía tanta ilusión ir a cualquier parte con él que te daba igual tener que pintar paredes, arreglar techos o cambiar ventanas; es más, te habías comprado un peto vaquero para llevar a cabo todas esas tareas y estar monísima al mismo tiempo. Peto que tu queridísimo amigo Nam había dicho que te hacía parecer un granjero texano que ronda la cincuentena. No ibas a dejar que ese tío alto y maligno te quitase la ilusión por tu nueva compra, aunque ya no estuvieses tan segura de ella como antes.

—¿Os pensáis venir a la piscina o qué? ¡El agua está buenísima! —declaró Hobi, ya equipado con su bañador, al momento que entró en la que era tu antigua habitación.

Habías ido a la casa de tus padres para hacerte con un par de maletas que necesitabas llevarte a Busan, y Jin había aprovechado para ir contigo y quedarse ese finde en tu casa, trayéndose de paso a sus amigos, como no podía ser de otra forma.

Cerraste la maleta ya llena, teniendo la precaución de asegurar los elásticos para que tu ropa no se convirtiese en un amasijo de tela arrugada al momento que la dejases en posición vertical, y la situaste a un lado de la puerta de entrada a tu habitación, justamente donde Namjoon acababa de aparecer.

—Ya voy... qué pesados con la piscina, como si en vuestra casa no tuvierais o algo —mascó tu hermano, todavía de morros, caminando pesadamente hacia su habitación para hacerse con su bañador.

En cuanto Jin desapareció de escena, Namjoon entró a tu cuarto mientras que Hobi le daba una palmada en la espalda y salía disparado nuevamente a la piscina.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora