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Con una idea muy clara en mente —una que no se te iba de la cabeza y que, siendo sincera, te asustaba—, aprovechaste que se hacía tarde para ponerte la sudadera y salir del apartamento. Jin llegaría en una hora, así que si querías hacerlo mejor ser rápida y... no pensárselo más.

Podrías haber cogido el autobús, pero preferiste ir andando; en parte, porque deseabas con toda tu alma que el tiempo que ibas a tardar en llegar fuese más que de sobra para poder arrepentirte y evaporar esa idea de tu mente. Pero en el fondo sabías que eso no era posible. Solo querías olvidar... solo querías cerrar tus heridas; resultaba imposible de lograr, porque antes de que tal solo una de ellas pudiera sanar... otra se abría, y otra, y otra... No podías cicatrizar si las sentías tan abiertas; tan recientes y dolorosas. Así que, sin tener idea de cómo poder curarlas, apretaste el paso, escondiendo tus manos en los bolsillos de la prenda.

Tras un buen trecho que se pasó demasiado rápido, metida en tus peores pensamientos, tu móvil vibró en el bolsillo trasero de tu pantalón, y al mirarlo, viste que era Nam quien te llamaba. Por un fugaz momento, tu pulgar recorrió el pequeño tramo que le separaba del botón verde, pero un impulso extraño se apoderó de ti, haciendo que lo apartases. Comprendiste que, de seguro, el mayor debía haber llegado a tu casa un poco antes que tu hermano (quizás incluso para vigilarte por petición de él), y al no verte allí, se había alarmado y había decidido llamarte.

Menos mal que me he ido a tiempo.

Sin ánimos para contestar, y sin valor para rechazar la llamada, esperaste parada en medio de la calle a que tu móvil dejase de vibrar... y lo hizo, pero segundos después volvió a su tarea; esta vez, con el nombre de tu hermano en pantalla.

Meditaste largo y tendido, con cada vibración, si realmente ibas a hacerlo... si te ibas a atrever finalmente... El miedo te inundó cuando presionaste el botón lateral que apagaba tu móvil, aunque nadie que te hubiera mirado en ese instante podría haberlo dicho, porque tu expresión seguía siendo completamente neutra. El destello final de la pantalla acabó apagándose y eso provocó que pudieras verte reflejada en la pantalla negra, sobre el cristal resquebrajado... Era una manera perfecta de representar el que iba a ser el final de tus sentimientos; tú sola te habías encargado de maltratar ese aparato hasta dejarlo irreconocible tras los golpes. Lo habías roto... tal y como había pasado con tu ser. Tal y como había pasado con tu corazón.

La decisión estaba tomada, para bien o para mal, por lo que no dudaste en arrojar el móvil a una papelera antes de seguir donde fuera que te llevase ese camino.

¿Era solo tu impresión o hacía mucho frío? Te calaba hasta los huesos...

¿Estabas obrando bien con todo aquello?

Si te empezabas a preguntar si toda esa idea estaba bien o mal, ¿por qué seguías andando?

Si estabas muerta de miedo... ¿por qué seguías adelante?

Tu camino te llevó a través de un parque descuidado y lleno de gente de tu edad, cuyo mayor entretenimiento parecía ser beber en grupo, sentados en los maltrechos bancos y escaleras que se repartían por el espacio. Al salir de los terrenos del parque, internamente esperabas que la cosa mejorase un poco en ese barrio, pero no hubo suerte.

Te pusiste la capucha de la sudadera cuando notaste las miradas de un grupo de chicos sentados en un muro de piedra, sin parar en tu desconocida marcha por el alejado vecindario. Te habías criado entre algodones, aunque nunca lo hubieras creído realmente; pero ahora, viendo la gente que ocupaba las calles, viendo los edificios antiguos y desconchados, supiste que, sin lugar a dudas, habías tenido mucha suerte; al menos en ese aspecto... porque realmente no te sentías afortunada en nada que no fueran las comodidades de tu antigua vida.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora