//48. II//

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Apunte importante antes de empezar: este capítulo es inmediatamente anterior al 48. Sucede antes de los que nos encontramos en ese, por si queréis darle una revisión rápida antes de leer este. Os dejo con el capitulillo y nos vemos en el siguiente, amores.

Py<3

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Aún si tratabas de recordar el camino que habías hecho desde la universidad al edificio Yonseng, eras incapaz de hacerlo.

No supiste en qué momento comenzaste a caminar, ni en qué momento de esa mañana alcanzaste las puertas de la enorme construcción de oficinas. Y en ese instante, en que pasaste la entrada, lo hacías sin saber nada de lo que habías hecho, ni lo que te disponías a hacer.

Recordabas vagamente una mañana soleada, un camino en coche, unos besos. Pero la mañana se había tornado gris; el camino, solitario, y el frío ocupaba cada rincón de tu rostro.

Ya no quedaba nada. No había nada más dentro de ti.

Su despacho estaba vacío cuando entraste. Durante todo el trayecto, nadie te había preguntado quién eras tú, dónde ibas o qué pretendías hacer, y algún resquicio de razón dentro de tu cabeza lo agradecía, porque hubieras sido incapaz de contestar.

Pasaste cincuenta minutos exactos en silencio, esperando que llegase sin pensar en nada que no fuera verla.

Ya no tenías el deseo infantil de estar equivocada, de que todo fuera un malentendido; lo habías sentido... tal y como siempre habías hecho con ella. Jiwoo podía ser muchas cosas, podía haberte mentido mil y una veces, pero eras capaz de reconocer sus verdades. Esa era la verdad más grande que jamás te hubiera dicho, y por más que intentases desconfiar, eras incapaz de hacerlo: no quedaba más de lo que dudar.

Escuchaste sus pasos por el pasillo; sus tacones repiqueteaban de forma sutil entre el sonido de más pies. De todos aquellos que la seguían allá donde fuera. ¿Habría sido Jiwoo una de ellos? ¿Habrá paseado tu antigua mejor amiga por ese mismo edificio? ¿Se habría quedado frente a su escritorio alguna vez tal y como tú hacías en ese momento?

Cuando la puerta se abrió, los pasos continuaron su marcha hasta que pararon a tu espalda.

—¿Ina? ¿Qué haces aquí, cariño?

Al girarte, tu expresión hizo que el semblante de tu madre se ensombreciera de súbito.

—¿Te acuerdas de la charla que querías tener conmigo, mamá? —susurraste sin tinte que pudiera relatar cómo te sentías—. Ahora es buen momento para ella.

—Ina... —La mujer dio un rápido vistazo a su espalda, tras la que los ejecutivos te miraban intrigados—. Espera un momento aquí, ¿quieres? Tengo que... —Su frase se cortó cuando negaste una sola vez con la cabeza.

—No te quedan más momentos, mamá. Conmigo solo tienes este.

Esa frase, el vacío que ocupaba tus ojos... hicieron que la mujer dejase caer un poco de esa fachada perfecta e inquebrantable. Tragó saliva de forma notoria, agachó la cabeza y asintió antes de volver a mirarte. Un segundo después giró hacia los hombres que os acompañaban y se despidió de ellos con tirantez; entró en el despacho, cerró la puerta y se dirigió a su posición. Aunque, antes de sentarse, se sirvió una copa.

Con un suave gesto de su mano invitó a que te situaras en la silla frente a su posición. Sin embargo, rodeaste el escritorio y te hiciste con un vaso igual al suyo, en el que te serviste lo mismo que ella bebía. Volviste a tu anterior posición y diste un largo trago mientras la mirabas fijamente. La mujer no dijo nada, se dedicó a mirarte con atención y gesto tenso.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora