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El silencio sepulcral que te llevaba acompañando desde que entraste en ese edificio te tenía todavía más de los nervios que lo que habías ido a hacer ahí.

—Tae, venga... Ya te he dicho que lo siento —murmuraste, intentando que tu cara expresase lo mucho que te arrepentías.

El castaño, cruzado de brazos y sentado en el sillón a tu izquierda, solo dio un pequeño bufido antes de mirar en la dirección contraria a la tuya.

—Pues a lo mejor si me dices por qué me dejaste tirado me lo pienso.

Joder, Tae...

Entendías a tu amigo, porque tú también te habrías mosqueado si te hubiera dejado plantada sin explicación alguna cuando habíais quedado para ir a la biblioteca. Y luego, encima, no te hubiera contestado a los mensajes ni a las llamadas que le hacías; pero claro, lo que Tae no tenía en cuenta (más que nada porque no lo sabía) era que estabas un... poquitín ocupada como para contestar.

Suspiraste ante la atenta mirada del chico, que se había puesto a observarte con gesto de: "venga, te escucho", y volviste a mirar a la puerta del ascensor a la espera de que la persona a la que habías ido a buscar apareciese.

No podías decirle a Tae que habías faltado a vuestra cita en la biblioteca porque estabas haciendo cosas de lo más inmorales con el cajero. Bueno, sí que podías, pero no querías oír lo que tuviera que decir al respecto...

—Un amigo no deja tirado a otro sin dar explicación. Menos si ese otro amigo casi se muere al correr detrás de un autobús que llegó seis minutos adelantado a la parada...

Para colmo (como si no estuvieras lo suficientemente incómoda por tener a Tae mirándote de reojo todo el rato y soltándote esas perlas), los de seguridad no paraban de vigilaros. ¿Qué se creían?

Los nervios no te daban tregua, y nada parecía ayudar a que pudieras calmarte antes de que apareciese... Por lo que, cuando las puertas del ascensor se abrieron por decimoséptima vez en el rato que llevabas ahí y la persona a la que esperabas salía de ellas finalmente, no estabas tan preparada como te hubiera gustado para abordarla. Aún así, te levantaste a toda prisa del mullido sillón de diseño y caminaste a paso rápido hacia ella.

—Eso, ahora te entra la prisa —murmuró tu amigo de morritos—, hubiera estado bien esa prisa para no dejarme tirado...

Como no paraba con el tema, antes de alejarte lo suficiente de él, tuviste que soltarlo:

—No fui a la biblioteca porque me estaba acostando con Jungkook.

No pudiste ver la reacción de tu amigo a esa frase, pero te la podías llegar a imaginar...

Tus pasos sonaron más apagados de lo normal cuando pasaste de caminar sobre el mármol del lobby a hacerlo sobre la mullida alfombra granate que daba al ascensor. Y ni te extrañó que, cuando casi alcanzabas al grupo de personas que acababan de salir del montacargas, los de seguridad fueran hacia ti como alma que lleva el diablo.

—Señorita, usted no puede estar aquí —te avisó uno de ellos, de lo más serio.

—No debería, pero sí que puedo —te defendiste, intentando mirar por encima del hombre que se te había puesto delante—. Soy Kim Ina.

Pudiste ver la confusión de los de seguridad reflejada en las miradas que se echaban unos a otros. Les acababas de poner en un aprieto, eras consciente, porque, si te pedían la identificación y, en efecto, eras quien decías ser, habían dudado de ti, y sabían tan poco como tú la manera en que tu madre reaccionaría a eso... Así que, para librarles de una posible bronca y acelerar un poco tu cometido en esa empresa, diste pequeños saltos para captar la atención del grupo que caminaba hacia las salas de la izquierda.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora