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Llevabas tooooodo el día sin mirar el reloj. Bueno... llevabas veintidós minutos sin mirar el reloj, que era prácticamente como una eternidad para ti.

El turno estaba siendo de lo más tedioso y, encima, estabas como aturdida, así que tardabas mil veces más en reaccionar cuando tenías que fregar o limpiar algo. Los demás camareros y pinches no se atrevían a meterte prisa, porque la única vez que alguien dejó entrever que estabas un poco ida ese día, Jin casi le arranca la cabeza de cuajo.

Había algo que notabas también (a parte de lo lento que corría el tiempo ese sábado en particular) y era que el verano se acercaba lento pero inexorable. Estabas pasando un calor de mil demonios metida en la cocina, y, por si no fuera suficiente con la temperatura natural del ambiente, Jin estaba pegado a tu espalda, dándote todavía más calor. Tampoco podías enfadarte con él o decirle que te dejase en paz de una vez, porque te habías enterado que gracias a tu hermano seguías conservando el puesto a pesar de haberte largado el viernes pasado sin dar explicación alguna. Jin había intercedido por ti, explicándole a la dueña que no te encontrabas bien y pidiendo un día de asuntos propios para quedarse a cuidarte... Por eso mismo pudo atosigarte todo el día anterior en vuestro apartamento.

Te costaba reconocer a tu hermano, y no sabías si preferías que te ignorase como siempre antes de tenerle pegado como si fuera una extensión más de tu propio cuerpo, pero suponías que era su manera de preocuparse por ti, así que te prometiste tener toda la paciencia que pudieras con él.

—Ina, ya es hora de sacar la basura —te dijo de pasada un compañero—, ¿quieres que la saque yo o...?

—No, tranquilo, yo puedo —murmuraste confusa por la amabilidad del chico. Aunque entendiste que no se debía a una muestra sin precedentes de altruismo, sino a que Jin le fulminaba con la mirada desde los fogones.

Rodaste los ojos, suspirando y pensando al mismo tiempo que eso de tener paciencia con tu hermano te iba a costar mucho más de lo que parecía. Arrastraste la cuba con la misma dificultad de siempre por los azulejos de la cocina, dejando un reguero negro proveniente de la goma de las ruedas que más tarde tendrías que fregar, y saliste finalmente al exterior, recibiendo una llamarada solar en plena cara.

A falta de dos meses exactos para que llegase el verano, empezabas a plantearte lo horrible que iba a ser tener que pasar los fines de semana encerrada en ese local. Aunque desde que empezase la primavera tu horario se viera reducido de la mañana al mediodía, eso seguía dejándote sin posibilidad de hacer alguna escapadita a la playa en cuanto los exámenes acabasen.

Podrías aprovechar tus vacaciones para eso, ¿no?

Si tuviera dinero para pagármelo, pues claro...

¿Por qué tenías que ser tan realista? Con lo bien que te había sentado imaginarte a ti misma, aunque fuera por un instante, bañada por el sol de las playas de Jeju... Sin embargo, la realidad te esperaba en forma de un cubo enorme de basura que te costaba toda tu fuerza mover. Y cuando te peleabas con las ruedas, que se habían quedado atascadas en un adoquín torcido (y de seguro malvado) del suelo, unas manos aparecieron de la nada a ambos lados del asa que tu misma agarrabas.

Un gritito apagado salió sin permiso de tu garganta, y a la que te diste la vuelta para mirar esas manos desconocidas (o que creías desconocidas, más bien), una cara de proporciones perfectas y sonrisa torcida apareció delante tuya.

Aunque la cara de Jungkook te dejase igual de muerta en vida que siempre, eso no era lo peor... porque, si tu vista no te engañaba, llevaba puesto... El Traje.

—Hola, cebolleta, ¿te echo una manita?

—Donde quieras —murmuraste embobada, haciéndole reír al momento—. N-no hace falta, digo... Puedo yo... llevarlo bien la cuba grande y...

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora