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Sus párpados y sus labios siempre estaban muy hinchados cuando se despertaba, así que, mientras se relamía estos últimos, se llevaba las manos hacia los ojos para frotarlos mientras se iba ubicando. Además, siempre soltaba un ruido (parecido a un gruñidito molesto), al tiempo que estiraba la espalda.

Lo primero que vería al despertarse tras eso sería la cama vacía.

Te lo imaginabas como si pudieras verle en ese mismo momento, haciendo cada cosa de su pequeño ritual mañanero, pero lo único que veías realmente era la puerta de embarque, por mucho que te imaginases sus ojos abriéndose forzosamente para leer la carta (escrita torpemente en un post it del hotel), en la que le explicabas que te habías ido sola de vuelta a Seúl y en la que le agradecías que te hubiera acogido en su casa. No habías incluido cuestiones como que no querías que te llamase o se acercase remotamente a ti... supusiste que su propio sentido común le avisaría de eso.

Ahora tenías que seguir adelante, porque la corriente había acabado por arrastrarte al abismo, y debías escalar desde las profundidades para volver, poco a poco, simplemente a... ser otra vez. ¿Cómo? No tenías la más remota idea. Lo único claro es que sería completamente sola.

Atascada en tu cerebro, llevaste el dedo al botón para apagar el móvil de manera rutinaria y la llamada a tu vuelo te avisó de que era la hora de despegar.

Todo ese viaje había sido con la idea de ayudarle, ¿verdad? ¿Y qué habías conseguido realmente?

¿Para qué habías ido ahí?

Sus padres seguían teniendo problemas, tú seguías enamorada y Jungkook seguía sin poder devolver el más leve rastro de ese amor. Te habías dejado guiar por lo que sentías, queriendo, desde lo más profundo de tu corazón, ayudarle y comprenderle... Quizás ese viaje había valido para entender un poco más su manera de ser, sus motivos y el dolor que arrastraba bajo esa fachada, pero... nada más.

¿Y de qué te servía conocerle mejor cuando ya casi no podías hacerlo contigo misma?

Te sentías completamente vacía; como si hubieran alejado de ti cualquier sentimiento humano, sustituyéndolo así por simples actos mecánicos que realizabas por inercia: respirar, parpadear, caminar...

Una vez pisaste Seúl, te diste cuenta de que tu promesa a ti misma había fallado estrepitosamente: seguías sin haber tomado ninguna decisión firme sobre nada; aunque, tal vez sí que habías tomado una... Encendiste el móvil y, sin pensar ni esperar un segundo, bloqueaste el contacto de Jungkook. Era algo ridículo y nimio comparado con todo lo que te quedaba por hacer para borrarle de tu vida, pero era un paso.

Arrastraste la maleta sin gana alguna por la interminable estación, caminando a un paso rápido que, en realidad, no te llevaba a ninguna parte; tenías que ir a casa: a la de tus padres, porque tu hermano te había avisado de que estaría allí mientras pintaban vuestro apartamento, así que tenías un destino al que ir, que ya era algo.

El aeropuerto estaba a reventar, era de lo más agobiante, aunque útil, porque seguías la marea de personas que te señalaba dónde estaba la salida sin que tuvieses que molestarte en mirar los carteles. Las puertas de las terminales quedaron atrás y, a parte de un interminable número de caras desconocidas, maletas, carteles y cafeterías, te encontraste con algo más.

Tardaste poco más de un minuto en ubicar ese paquete rosa y ese café humeante que llevaba tu nombre escrito con rotulador negro, pero una vez lo conseguiste, entendiste que esos objetos inanimados debían ser sujetados por alguien. Y sí, viste unas manos. Esas manos, a su vez, subían por unos largos brazos enfundados en una camisa blanca, y estos desembocaban en unos hombros, un cuello delgado, una mandíbula fina y marcada, unos labios pomposos y sonrientes...

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora