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Los nudillos me arden mientras aprieto el volante, como si ese gesto inútil me permitiera ir más rápido; llegar más pronto de lo que temo llegar. Solo un poco antes... Lo justo para dar con ella antes de perderla para siempre.

Por favor, no desaparezcas... No así.

Dicen que, antes de morir, toda tu vida pasa en una sucesión de flashes cortos ante tus ojos, y eso me pasa ahora. Con ella. Como si mi memoria pudiera ver al milímetro la que es nuestra muerte.

El que será nuestro final.

Veo a Ina entrando por la puerta del súper. La veo poniéndose en la cola, cargada con esa triste compra. La veo mirando a su alrededor con ojos inocentes, demasiado abiertos; gigantes y brillantes. Veo el terror reflejado en ellos, pero también veo la duda, el agradecimiento, el alivio. Veo a una chica completamente sola y confusa en un sitio que no reconoce, y veo lo que esa chica podría llegar a ser... Lo tuve claro esa primera vez, pero el sentimiento se repitió en el restaurante, en clase; cada una de esas veces que el destino me la ponía delante. Supe que Ina tenía algo especial. Algo que necesitaba ser cuidado.

El recuerdo de verla llorando en la biblioteca es lo siguiente que se me presenta. Si no la hubiera encontrado así, con esa loca delante intimidándola, quizás jamás le habría pedido ayuda. Ina era la primera de la clase, sí, pero era fácil intuir su inocencia, y no sabía si podría aprovecharme de su ayuda de la manera en que acostumbraba a hacerlo. Sin embargo, por culpa de Jiwoo —o gracias a ella—, la elegí. No sé por qué lo hice, solo sé que su fragilidad me llamó.

Verla sola, perdida, herida, me condujo a su lado.

Al principio pensaba que lo que veía en ella era una presa; alguien frágil: la perfecta captura de la que sacar ventaja a mi antojo. Y, aunque podría haberlo sido así, no logro entender por qué fui incapaz de aprovecharme de eso. No sé cuándo todo empezó a cambiar.

Ese primer día en mi casa... El primer beso que le di. Ahí empecé a notar que la cosa se torcía, pero seguí adelante. Aunque no me atreví a volver a besarla; no quería arriesgarme de esa manera. ¿Arriesgarme a qué?

Quizás fue por lo mismo de siempre; por lo mismo que me llamó a seguirla precisamente en esa estúpida fiesta de Halloween en la que buscaba una chica con la que reemplazar su ayuda. Ya me había salido del plan previsto al besarla en mi apartamento, tenía que pararlo antes de arriesgarme a volver a hacer algo que no pudiera controlar. Pero una vez más, contra todo pronóstico, algo me llamó a seguirla; aparté a Jiwoo, y la seguí... Sin ningún plan. Sin ninguna intención más que sentirla un poco más.

Su inocencia iba a ser su tumba y la mía, porque ni siquiera se dio cuenta del peligro que suponía acudir a mí cuando se fue de su casa, de todo lo que podría haberle hecho si hubiera querido; vino a mí sin ver ningún peligro. Me vio como un aliado, un refugio. Y, pese a todo, yo la acepté. Incluso cuando me di cuenta que lo que más miedo me daba de imaginarla en mi casa era pensar si estaría cómoda, si podría comer algo, si se sentiría mal estando sola el resto de la tarde...

Recuerdo que, cuando salí con Minji por primera vez, estaba nervioso: ella me ponía nervioso. Y eso debía ser bueno, ¿verdad? Eso quería decir que todo era como debía ser... Pero una parte de mí se preguntaba si lo hacía para demostrarme que todo seguía igual. Esa misma parte que le dijo a Ina que besase a otro esa misma noche, porque no podía haberme puesto tan furioso solo por verla hablar con ese amigo de su hermano; no podía creer que alguien fuera a aprovechar esa inocencia; esa luz. No podía permitir que nadie lo hiciera... Ni siquiera yo mismo. Y si pude aguantarlo fue precisamente por eso. Si la arrastré a clase esa mañana fue para demostrarle a Jiwoo que Ina seguía conmigo, que no pensaba arruinarla como ella quería que hiciera. Para que, con algo de suerte, dejase de perseguirme y aceptase que no pensaba unirme a sus planes.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora