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La. Vibración. Del. Puto. Móvil.

Justo antes de darte cuenta de ese pequeño hecho, te habías despertado por otra cosa bien distinta: un sueño. Uno en el que caías, y que te había sobresaltado al nivel de despertarte de sopetón. Lo malo es que si todavía tenías alguna oportunidad de volver a pegar los ojos tras eso, el aparatito se había encargado de mandarlas a hacer puñetas.

Porque tu móvil no paraba... de verdad que no paraba...

Aunque fueran las doce del mediodía tenías derecho a seguir durmiendo, ¿no? Era tu vida la que malgastabas, no la de nadie más.

Tras un buen rato intentando ignorar el irritante zumbido y volver a tu estado de coma inducido, comprobaste que quien fuera que te llamaba no se iba a dar por vencido tan fácilmente, por lo que, resignada y de mal humor, te hiciste con el móvil con intención de cortar el insufrible vibrar.

—¿Qué coño basa? —preguntaste adormilada y con los ojos tan hinchados que no podías ni abrirlos.

—Kim Ina, ¿esa es manera de hablarle a tu madre?

Sí que podías abrir los ojos, de par en par además.

—C-coño, mamá, lo siento... No me he dado cuenta.

—¿Y lo sueltas otra vez? ¿Pero qué clase de maneras son esas, Ina?

—Mamá, estoy muerta de sueño, así que dime lo que sea, que no tengo la cabeza para pensar ahora mismo. —La mujer suspiró al otro lado de la línea.

—Vístete que en un rato me paso a recogerte para que salgamos a comer las dos solas.

—¿Cómo?

—¿Qué parte no entiendes?

—Pues... —Ninguna, mamá, no entiendo nada.

—En una hora estoy allí, así que date prisa por adecentarte un poco. Y, por cierto, ¿tienes allí el vestido color champán? No quiero que salgas a comer con uno de los harapos que te pones últimamente.

Probablemente fuera porque estabas de mal humor, con sueño, apática y recién levantada forzosamente, también podía ser porque las paredes de tu habitación podían tener amianto o algo así y estabas intoxicada... El caso es que no te apetecía nada de nada ir a ninguna parte con tu madre; peor aún: no sentiste el más mínimo impulso que te frenase de hacerle saber lo que pensabas acerca de su plan.

—No, mamá —contestaste sencillamente; creíste escuchar a la mujer reír, como si tuviera humor por primera vez en la vida—. Espero que no te rías porque crees que me estoy marcando un farol, porque no me voy a mover a ningún sitio contigo para que me eches la bronca con alguna mierda y me hagas sentir como el culo.

—¿Perdona?

—Que no voy, mamá —reiteraste seriamente—. Estoy hasta las narices de todo el mundo y no voy a pasar ni una más. Que disfrutes de la comida. Buenas noches.

Y colgaste, teniendo cuidado de poner el móvil en silencio.

Esa pequeña charlita te había quitado lo poco de sueño que te quedaba tras el sobresalto de la caída falsa. Ahora ya no estabas nada somnolienta, lo que sí que estabas (y bastante) era cabreada, así que cuando la puerta de tu habitación se abrió, te dispusiste a tirarle el móvil a la cabeza a tu hermano; de todas formas, la pantalla no podía quedarse peor de lo que estaba.

—Me ha parecido oír tu angelical voz desde el salón, Innie —bromeó Nam, entrando a tu cuarto para sentarse en tu cama de inmediato.

—Pírate —espetaste, tapándote hasta la coronilla con la manta.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora