//38.II//

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Un repiqueteo constante y, en cierta forma, relajante, sonaba perpetuamente contra el cristal; la lluvia corriente de primavera se había ido para dejar una verdadera tormenta a su paso. En el exterior, el tiempo se mantenía salvaje, con fuertes rachas de viento, momentos de lluvia más pesada... Y mientras todo eso ocurría en lo que parecía el sitio más lejano del mundo, tú continuabas acostada sobre tu cama. Siempre te había gustado dormir cuando había temporales al otro lado de la ventana, pero, siguiendo en tu línea, ni siquiera eras capaz de apreciarlo en ese instante.

El viento fuerte que azotaba el cristal lo hacía de igual forma con los árboles que rodeaban el terreno, y el aullido de las ramas y el silbido del agua te tenía inquieta. No habías conseguido pegar ojo en todo ese tiempo que pasaste tumbada entre las finas sábanas que vestían tu cama.

Estabas insensibilizada de una forma que te empezaba a asustar. Bien podía ser un mecanismo de defensa, que trataba de proteger los últimos resquicios que quedaban intactos de tu conciencia y corazón, tan maltratados a esas alturas.

Tu mente vagó por los recuerdos borrosos y entremezclados de ese día... Ni te acordabas del camino que tomaste, ni de cuándo habías entrado a ese parque; no recordabas más que a Yeonjun, a Minji, a Jungkook... Todo lo demás se había ido. No obstante, algo prevalecía en tu interior: por un momento, te habías sentido fuerte. No había tenido nada que ver con las pastillas, el peligro, o ver a Jungkook, había sido cuando, contra todo pronóstico, saliste en ayuda del grito de socorro del pequeño.

¿Por qué sentías siempre ese irrefrenable impulso de ayudar a los demás cuando nunca recibías tal cosa de vuelta?

Podría decirle a mi padre que me haga un escáner, a ver qué falla en mi cerebro.

De repente, una duda surgió en tu interior: "¿había algo que pudieras hacer para cambiarlo?". El simple planteamiento de intentar dejar de ser así provocó que te encontrases incómoda.

No hay nada que puedas hacer para cambiarlo, porque esa eres tú. Tú de verdad.

Un poco menos fría, un poco más en calma, te acurrucaste contra la almohada que mantenías encerrada entre tus brazos gracias a ese pensamiento. Casi creías que esa era tu oportunidad de oro para dormir al fin, pero la tormenta no quería ponerte las cosas fáciles; debías haber dejado la ventana mal cerrada sin darte cuenta, porque cuando una racha de viento especialmente potente chocó de frente contra el cristal, esta se abrió de par en par, haciendo que tus cortinas blancas bailoteasen de forma grotesca.

Te levantaste de un salto, asustada por el ruido del choque y el aullido del viento, y agarraste la manilla del marco que rodeaba el cristal para volver a tapar el hueco de la ventana. El ruido te había dejado el corazón en un puño, las cortinas habían conseguido darte escalofríos, pero nada era comparable a lo que sentiste cuando, al acercarte a la ventana, viste una figura completamente negra parada en la lejanía de la calle a tus pies.

Te estremeciste tanto que, por puro instinto, incluso te agachaste un poco, aún con la manilla de la ventana entre tus manos. Pero trataste de mantener la calma y, con cuidado, volver a erguirte levemente para mirar al exterior. Ahí, bajo el tejadillo que coronaba el muro colindante a tu casa, seguía la figura; sin embargo, no era ninguna criatura de pesadilla. No era una sombra o un demonio: era una persona. Tu curiosidad creció, sustituyendo a tu miedo a un ritmo asombroso, y te encontraste sacando la mitad superior de tu cuerpo por la ventana para poder fijarte mejor. La lluvia se mostró implacable contigo, mojando tu cabeza al instante que te atreviste a dejarla a la intemperie para observar esa figura. Pero te diste cuenta y... el agua helada corriendo por tu pelo pareció perder relevancia.

¿Sigue ahí? ¿Qué hace?

Mucho más rápido de lo que hubieras esperado reaccionar, agarraste la fina bata de satén que colgaba tras tu puerta para tapar el camisón corto de tirantes y bajaste a hurtadillas por las escaleras. En el salón te encontraste con una escena que te apretó el corazón por un segundo: tus padres yacían dormidos en el sofá, frente a la chimenea encendida, abrazados. Por mucho que te gustase verles de esa forma tan tierna, tu cometido en ese instante era otro, así que, tras apagar la alarma de la entrada, te hiciste con un paraguas del soporte metálico y saliste sin pensarlo. Casi no te dio tiempo de abrirlo antes de llegar a la puerta del muro, y, sin remedio, te mojaste bastante más de lo que te hubiera gustado.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora