//28//

9.5K 619 2.1K
                                    

Te había costado cuatro días enteros, con sus noches y todo, notar que era primavera. Con un vistazo al calendario hubiera bastado, pero el sentido de que te dieses cuenta de algo tan obvio justo en ese instante se encontraba en el almendro de tu jardín; estaba en flor y era precioso. Te habías quedado mirándolo de repente, en medio de tu lectura, y ahora no podías apartar los ojos de él. Extrañamente te relajaba ver sus ramas nudosas escalando hacia el cielo; el contraste de la madera y el azul templado... Una visión preciosa, sí, sin duda.

Cerraste el libro apoyado en tu regazo, queriendo concentrarte solo en el árbol, en el olor a flores que se esparcía por todo el jardín, en el calorcito que el sol arrojaba contra tu cara. Jin decía que llevabas unos días muy pálida, seguro que un poco de sol te venía bien.

Era un gusto sentir que volvías a respirar, aunque no lo hicieras del todo bien —al menos, no como siempre—, porque, de vez en cuando, sentías una racha extraña en el pecho. Un latido más fuerte que los demás o un pinchazo que te hacía daño. Pero en ese instante, respirando en completa calma, no podías sentir nada que no fuera paz... Ya tendrías tiempo para la guerra una vez el momento pasase...

En realidad, bastante guerra habías tenido durante el transcurso de esos cuatro días... Guerra como para un año entero. Que la compañía que habías tenido no estaba mal, pero... a Tae estabas acostumbrada, a Jimin... pues bueno, más o menos igual, pero a Yoongi era imposible acostumbrarse. Porque sí, por extraño que pareciese, Min había estado pasándose por tu casa esos cuatro días, a ratos (seguramente para tener una excusa que le permitiese salir de su casa). Pero su compañía —a pesar de ser rara— no había estado mal del todo.

Al final, después de ciento ocho horas exactas, casi casi habías conseguido dejar de pensar por más de dos minutos enteros en él... No querías pensar en nada, en realidad. Habías descubierto que el vacío podía ser reconfortante de vez en cuando, y ahora, únicamente concentrada en mirar el almendro, el hueco en blanco no era desagradable del todo.

Te levantaste de la silla, dejando el libro atrás, para acercarte al árbol. Y ahí, en medio de una tranquilidad que tu corazón te pedía desde hace meses, sentiste algo chocando contra tu cabeza.

Ay.

Mientras te rascabas la zona del impacto miraste en todas las direcciones posibles, encontrándote con que, desde una esquina del jardín, sobre el muro de piedra, se estaba colando el de siempre.

No tenías ni idea de por qué se metía así en tu casa. Podía pasar perfectamente por la puerta principal, pero tenía esa costumbre desde pequeño. Colarse por la valla del jardín, por algún motivo, le fascinaba.

—¿Qué me has tirado? —mascaste, mirándole con rencor.

—Una bellota; me la he encontrado de camino —anunció sonriente, pasando del muro al terreno donde tú misma te encontrabas—, he cogido más, pero había unas ardillas correteando por los árboles y les he dejado todo el cargamento en el suelo. Tenía que guardarme una para tirártela, claro.

—Claro.

Namjoon se acercó, sacudiéndose las manos tras la pequeña escalada improvisada de allanamiento a tu casa, y se te puso al lado, mirando el mismo árbol que observabas embelesada hasta el ataque de la bellota.

—¿Qué buscabas en el árbol?

—No buscaba nada —negaste con la boca pequeña, chasqueando la lengua con molestia cuando el chico te revolvió el pelo sin siquiera mirarte—. ¡Para ya! Siempre con lo mismo...

—Está bonito así en flor, ¿verdad?

—Sí —mascaste, intentando volver tu pelo a su cauce.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora