Simpleza

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El acuario de Kioto, que se encontraba en el parque Umekoji, no era muy grande, pero era un sitio bonito para visitar. El edificio consistía en dos pisos que, a su vez, se dividían en zonas distintas con diversos temas. Lo que a Rin más le interesaba era ir a la sección en que los ríos y el clima de éstos, al menos los que se hallaban en Kioto, eran replicados a la perfección, pues ahí se encontraba una salamandra gigante. ¿Qué tan grande sería?

Pagaron por la entrada y se adentraron al recinto que se encontraba con bastantes visitantes admirando los tanques de agua que brillaban y exhibían a los maravillosos animales acuáticos. Comenzaron a pasearse por ahí, asombrándose con los peces y demás que llegaban a ver detrás de los cristales. Había criaturas que nunca habían llegado a conocer y que despertaban genuina curiosidad e interés por saber de ellos un poco más. Yukio tenía que evitar que su hermano se pegara como sanguijuela a los vidrios de los tanques, pues asustaría a los animales al otro lado y, además, ensuciaría el material con la grasa de su piel y su respiración.

Luego de un rato, comenzó a impacientarse y no pudieron hacer nada más que ir a ver la bendita salamandra que lo tenía con el alma en un hilo. El animalillo era bastante largo, quizás menos de lo que esperaba, pero debía sobrepasar por poco el metro desde la cabeza hasta la cola. Su piel era moteada de color café y negro. No pudo encontrar sus ojos hasta después de un largo rato, pues eran realmente pequeños y le resultaban curiosos. Tenía una cabeza plana de manera horizontal mientras que su cola era aplanada de manera vertical. No era bonita, pero sí peculiar y era eso lo que le interesaba al muchacho de cabellos negros.

—Es horrible— decía con cierta diversión —. Me encanta.

—Qué malos gustos tienes, Okumura-kun.

—Es verdad que no tiene un aspecto muy agradable— comentó Miwa—, pero es interesante. Cuando se sienten amenazadas excretan un fuerte olor como a pimiento japones.

—Es por eso por lo que se le conoce como pez pimiento gigante comúnmente — Ryuji acotó.

—Qué desagradable— Izumo dijo, aunque no había mucha expresión en su rostro.

Prosiguieron con su recorrido y, cuando estaban a punto de marcharse de ahí, Rin sintió la imperiosa necesidad de dirigirse al baño por lo que el resto decidió esperarlo en la entrada mientras él se encargaba de sus necesidades. Ryuji, a su vez, anunció que igualmente debía ir, aunque no era una situación urgente como parecía ser la del pelinegro. Fue así como ambos partieron en busca de los baños públicos; el más bajo iba un par de pasos adelante del contrario, pues realmente sentía que si no se apuraba se orinaría ahí donde estaba.

El baño estaba vacío cuando entraron. A Rin no le importó aquello y fue directo a uno de los urinales libres que, por suerte, estaban en condiciones decentes. Bon imitó sus acciones unos instantes después, procurando dejar distancia entre ambos para mayor privacidad y comodidad. Tras vaciar sus vejigas y ordenarse los pantalones, se acomodaron frente al lavamanos que, aunque se encontraba húmedo, no estaba sucio, o al menos no de manera notable por el color gris del mueble. Okumura terminó de lavar sus manos y fue a secárselas a la maquina de papel que dispensaba pañuelos para esta función, por otro lado, Suguro apenas estaba enjuagándose cuando, sin previo aviso, la puerta se abrió y un joven, quizás en sus 20, entró con pasos apresurados y poco cuidadosos; estaba dando tumbos con el rostro sonrojado, la piel comenzando a ser cubierta por gotitas de sudor y un aire pesado alrededor suyo.

Bon le miró a la vez que se sacudía las manos para retirar el exceso de agua y notó, velozmente, qué era lo que al recién llegado le aquejaba. Sin embargo, Okumura no logró el mismo resultado y, tras desechar el papel usado en un bote de basura, se aproximó un poco al joven.

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