Navidad adelantada

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Samael apareció en el dormitorio, junto a Ukobach, justo en el momento que el mayor de los gemelos se comenzaba a arremangar las mangas del suéter claro para poder cocinar.

—Buenas noches, jóvenes— saludó el de cabello purpura, haciendo un gesto con la mano que iba dirigido a su sirviente—. No te preocupes, Rin-kun, la cena estará lista.

El hombre caminó hasta sentarse en una de las sillas alrededor de la mesa del comedor mientras que Ukobach se dirigía a la cocina. Los dos pares de ojos azules miraron la espalda del sirviente y luego a su segundo medio hermano que les observaba con expectación.

—Siéntense— Samael les invitó como si fuera su casa, pero ninguno obedeció. Ante la reticencia, suspiró, recargando los codos sobre la mesa y la barbilla en las manos—. ¿Qué tal les fue con hermano mayor?

El muchacho de cabellos negros entrecerró los ojos todavía más, de ser posible, y alzó parte del labio superior en una mueca de enfado y asco. Como si no notara esto, el adulto le inspeccionó inocentemente y su atención cayó, irremediablemente, en la gargantilla.

—Parece que no muy bien.

—¿Lo sabías? — Rin le gruñó, impaciente.

—¿Yo?

—Dijiste que mantendríamos en secreto el incidente.

—Eso hice. Expulsé al joven Tanaka y sus padres acordaron conmigo que no se tocaría el tema nunca más, como si no hubiera pasado. Hablé con el médico que te atendió y, obviamente, él se mostró firme a la regla de confidencialidad entre médico y paciente. Incluso si Lucifer es tu tutor, no puede acceder a información que tú desees mantener en privacidad. Bueno, eso va para ambos— miró a Yukio un instante antes de devolverse a Rin—. Homare es bastante hábil en su trabajo. No importa cuan precavido sea, eventualmente logra su cometido.

—Entonces es verdad— musitó el de lentes—. Lucifer es nuestro tutor.

—Sí—Samael asintió, mirando a la cocina de donde provenía el ruido de utensilios chocando y moviéndose—. Es quien tiene la última palabra con ustedes. También con padre.

—¡Yo no quiero casarme! — Rin espetó, dando un manotazo a la mesa—. ¡Ninguno de los dos queremos casarnos! ¡Todo esto es jodidamente absurdo!

—Yo no puedo hacer nada. Lo saben, ¿no es cierto? — se recargó en el respaldar de la silla y sus manos se entrelazaron sobre la madera del mueble, mostrando un aire más severo.

Aunque ambos eran personas sumamente poderosas, llenos de contactos y capacidades, el hombre de cabello rubio estaba, ligeramente, por encima del de cabellos purpuras.

Samael podría intentar convencer a los Grigori de cancelar el compromiso, pero lo más probable era que rechazaran su propuesta; un matrimonio entre ambos grupos sería una alianza asegurada y beneficiosa, evitando confrontaciones graves entre ambos así como posibles traiciones o similar.

Para que aceptaran, debería ofrecerles algo mucho mejor que una unión a través de lazos de familia y, eventualmente, de sangre, pero, sinceramente, no se le ocurría nada. O al menos no en ese momento.

Ukobach, que no era más alto que Miwa, se acercó hasta depositar sobre la mesa un par de platos con comida; uno contenía habas de soja verde acompañadas con sal y el otro con tofu frito. Eran entradas para que el par no sufriera de hambre mientras preparaba las gyozas de carne y makis de pulpo. Rin profirió un agradecimiento entre dientes, tratando de no ser grosero con el hombre quien, conociéndolo, le instó a sentarse y comer antes de devolverse a la cocina; de haber sido en meses pasados, ya estuvieran peleando entre sí, pero se habían acostumbrado al otro y se agradaban.

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