Invasión

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Aunque estaba suspendido, eso no le impedía estar cerca de la escuela, por lo que, al final de la jornada escolar, fue hacia ésta. En el camino hacia el gimnasio se topó con Takami y Tsubaki, quienes pronto mostraron interés por su estado. Confesaron que los rumores habían volado rápidamente y ya para la mañana del día anterior toda la escuela estaba al tanto de que ciertos superiores se habían peleado con Alfas de primero B. Explicó una vez más la situación y agradeció su preocupación, pero él y Ryuji se encontraban bien. Las muchachas, ante la anécdota, pensaron lo mismo, sin embargo, lo hicieron en tonos distintos; Okumura era increíble. La rubia lo hizo de manera ligeramente triste, sabiendo que sus superiores congeniaban bastante bien y ambos parecían hechos para el otro, a diferencia de la pelinegra que lo hizo con admiración.

Se despidió del par con una sonrisa y se marchó finalmente para poder ver a Suguro. Al llegar al gimnasio vio a los jóvenes pertenecientes del club de baloncesto jugando en la cancha, haciendo rechinar sus zapatos contra el suelo lustroso de madera. La mánager estaba parada al borde, sosteniendo su tabla con hojas donde escribía las jugadas y las ideas de entrenamiento, a la par que el castaño estaba plantado junto a ella, hablando. Entró y caminó hacia él con tranquilidad, llamando su atención cuando llegó a su lado.

—Hola, senpai— hizo una reverencia a la joven de tercero que sonrió e imitó el gesto.

—¿Qué haces aquí? — Suguro preguntó.

—Vine a verte, duh. Vengo de ver a Mephisto.

—¿Te dio los resultados el doctor?

—Así es. Aunque no entiendo la mayoría de las cosas que dice, pero, según él, todo está bien. ¿Quieres verlos? — los ojos cafés miraron el sobre de color amarillo que el más bajo extendía—. Tómalo.

Obedeció. El papel crujía por el movimiento de sus dedos sobre él mientras sacaba el par de hojas impresas. Conforme empezaba a leer el encabezado del reporte médico, los jóvenes continuaron jugando baloncesto hasta que, sin querer, el balón anaranjado salió disparado en dirección hacia ellos.

En un acto reflejo, Rin extendió el brazo y tomó con la mano la pelota antes de que ésta impactara contra Ryuji quien, únicamente, logró dar un paso hacia atrás.

—Lo siento— habló el joven a quien se le había ido el objeto.

—Tengan más cuidado— la mánager pidió.

—Lo tendremos— aseguró el capitán del equipo con una sonrisa y el aire entrecortado, quien recibió el balón de Okumura—. Gracias. ¿Quieres jugar? Es un partido de práctica nada más.

—¿Puedo?

—Seguro. Estarías con ellos— señaló a los que usaban el chaleco de tela ligeramente traslucida de color naranja mientras rebotaba la pelota distraídamente.

—¡Claro!

Corrió para unírseles, dejando que Suguro retomara su lectura luego de mirarle con profundidad. Okumura siempre decía que él era impresionante, pero el castaño pensaba que, simplemente, no era capaz de ver su propia genialidad. A veces hacía cosas que al más alto lo dejaban anonadado y ligeramente emocionado. Ugh, le hacía pensar en una colegiala enamorada representada exageradamente en mangas, animes y demás.

Le restó importancia, viendo la cantidad de hormonas, glóbulos, etcétera, que describían el estado de salud del más bajo. Él entendía un poco más que Rin, sin embargo, supo que todo estaba bien cuando leyó la conclusión al final de la segunda hoja. Eso le provocaba tranquilidad.

Tras guardar todo nuevamente en el sobre, volvió a charlar con la mánager, retomando lo que había estado haciendo antes de que el mayor de los gemelos llegara.

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