Se disculparon con la mujer en yukata que trabajaba ahí y que había respondido al llamado de Ryuji para limpiar el charquito de agua que Rin formó descuidadamente sobre el piso. La mujer, de cabellos azabaches sujetos en un moño, le restó importancia y les indicó que podían retirarse sin problema alguna, que ella se encargaría de todo.
Después de hacer una suave reverencia y agradecer, se marcharon por el pasillo sin intermediar palabras entre sí. El silencio era tremendamente incómodo y resultaba pesado sobre el par que seguían demasiado nerviosos y avergonzados por la situación de hace unos minutos atrás. ¿Cómo sacaban a flote lo que había pasado? Ninguno tenía la respuesta a esta pregunta. Avanzaron un poco sin mirarse tampoco y, cuando el muchacho más alto se atrevió a hablar, abriendo la boca, Shima apareció, colgándose de los hombros de ambos con los brazos y sonriéndoles consecutivamente mientras indagaba si ya iban a la cena, a lo que el más bajo, con un rugido de su barriga, anunció que sí, pues el hambre al fin había hecho acto de presencia.
En el comedor repleto de jóvenes se sentaron frente a mesitas bajas de madera barnizada recibiendo, poco después, los alimentos preparados por las trabajadoras del onsen. Charlaron, comieron y rieron, pero Bon estaba extremadamente ansioso de cerrar el tema con Rin que, igualmente, deseaba abordar lo del beso. El castaño sentía ligero enfado con su amigo pelirosado por haber interrumpido en tan importante momento, pero tampoco podía reclamarle porque se pondría de chismoso y no tenía ganas de relatarle nada cuando ni él mismo comprendía bien lo que sucedió.
Para cuando la cena terminó, cada uno de los estudiantes regresó a la habitación que se les había asignado mientras los profesores alegaban que el toque de queda estaba próximo. Rin ordenó su futón sobre el tatami del cuarto y, al igual que el resto de los Omegas varones, se tumbó para dormir. Las luces estaban completamente apagadas en el sitio; esperó pacientemente un par de minutos hasta estar seguro de que el resto de los presentes estaban ya en el séptimo sueño. Se incorporó silenciosamente y observó alrededor, notando a todos los jóvenes acostados sobre sus respectivos futones. Un suave maullido de Kuro llegó a sus oídos y él se apuró a mirarlo con el dedo sobre los labios, indicándole que no hiciera ruido.
Los orbes felinos, que parecían brillar como dos luciérnagas, se clavaron en él con duda y expectación, como si estuvieran preguntándole qué hacía y esperaba que se acomodara nuevamente junto suyo.
—Ahora vuelvo— le susurró al minino que ronroneó ante las caricias propiciadas en su cabecita negra.
Kuro le vio levantarse de su lecho para luego caminar hacia el exterior del cuarto de manera meticulosa. Sin producir sonido alguno o despertar a alguien, salió de la habitación y se escabulló por los pasillos, tratando casi de fundirse con las sombras para pasar desapercibido por los profesores que, ya para ese punto, debían estar haciendo rondines para asegurarse de que nadie estuviera fuera de su cuarto. Maldijo el hecho de que la habitación de los Alfas estaba casi al otro lado del recinto donde se hospedaban.
Cuando llegó a su destino, tocó la puerta con firmeza mientras esperaba que nadie, que no fueran los de dentro, lo escucharan. Esperó pocos segundos hasta que alguien le abrió.
—Yukio-kun— era un Alfa de la clase de su hermano que se giró a éste—. Rin-kun está aquí.
El menor encontró su mirada con la del mayor; uno se mostraba confuso mientras el otro sonreía inocentemente, saludando con una mano que agitaba en el aire.
—¿Qué? — indagó Yukio, con el futón a medio acomodar.
—Ehm...—la cabeza del pelinegro se asomaba por el marco de la puerta, ocultando el resto del cuerpo en el exterior—. En realidad, vengo a ver a Suguro.
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Alfa y Omega
FanfictionAsí como las personalidades de los habitantes del planeta siempre salen de una u otra forma del promedio, los sexos y las condiciones de salud de una persona pueden variar sin necesidad de padecer alguna enfermedad. Un Omega que apenas emite feromon...