Reacción al estro

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Su último día en Kioto comenzó a temprana hora de la mañana. Guardaron sus pertenencias, todas las necesarias, en sus maletas y se alistaron para partir de vuelta a la Academia de la Cruz Verdadera. Se encontraban en la puerta principal, despidiéndose de todos los presentes que les deseaban un buen viaje y que volvieran en cuanto pudieran. Torako reprendía y amenazaba a su hijo para que se comportara bien, estudiara y no provocara problemas para Shima y Konekomaru, además de a sus nuevos amigos.

El pelirosa le restó importancia a su partida al recalcar que volverían para la boda de su hermano, hermano que, riendo, le dijo que esperaba con ansias verlo en ese momento entonces. El padre de Renzo comentó que esperaba que para ese día ya no tuviera el cabello de color rosa, pero el muchacho no respondió de ninguna forma, metiéndose las manos en los bolsillos y frunciendo ligeramente los labios.

Tatsuma, luego de despedirse de los demás, se acercó a Rin y Ryuji, a quienes les colocó ambas manos sobre los hombros, y, sonriendo, les pidió que se cuidaran mutuamente. El más alto chasqueó la lengua, pero asintió en acuerdo. En cambio, el pelinegro, riendo con un deje de nerviosismo, afirmó que lo harían. Con eso, terminando las despedidas, se retiraron finalmente de la posada para dirigirse al tren que los regresaría a la escuela.

...

Se levantó pesadamente de la cama a la misma hora que sus dos compañeros de cuarto y amigos despertaban para ir a la escuela. Shima estaba sentado al borde de su litera con el cabello revuelto, los ojos entrecerrados y la playera blanca que usaba de pijama estaba un poco fuera de lugar. Mientras el pelirosado estaba espabilando lentamente, Miwa se fajaba la camisa dentro del pantalón negro del uniforme.

Ryuji cruzó miradas con el joven de lentes unos instantes antes de dirigirse al armario que era de su pertenencia. Abrió la puerta de madera y comenzó a rebuscar entre sus cosas de manera pausada y descuidada, hasta dar con una caja de pastillas en el interior de uno de los cajones.

—¿Estás en estro? — preguntó el más bajito del trío.

Suguro se dio la vuelta hacia él a la par que asentía. Se dirigió hacia su escritorio en donde descansaba una botella medio vacía de agua la cual utilizó para tomarse los supresores que, aunque no le quitarían por completo el malestar, sí lo controlaría. Su situación aun no era de gravedad, cosa que resultaba un alivio.

Tomó un largo trago de cristalina agua junto a la pastilla antes de depositar en el bote de basura la botella plástica. Luego, se metió de vuelta en la cama y solo cubrió la mitad de su cuerpo con las mantas, pues comenzaba a sentir un calor bastante desagradable. Se giró sobre sí mismo hasta quedar de frente a la pared y cerró los ojos, esperando dormir para ignorar el estro.

—Uhm...— musitó Shima, al fin poniéndose en pie con intensiones de vestirse—. Estás comenzando a apestar.

—Una disculpa— vociferó entre dientes.

—No te preocupes, Bon— Miwa intervino—. Es algo natural. En un rato Shima se acostumbrará, como siempre.

—Sí. Tampoco es la gran cosa.

—Quédate aquí. Te traeremos comida y agua al final de las clases. Tomaré todas las notas de estos días.

—Muchas gracias.

—No hay de qué.

Los escuchó ordenar sus pertenencias dentro de sus bolsos escolares, colocándose el calzado y saliéndose de la habitación con una despedida suave hacia él. La puerta se cerró quedamente y él se sumió en un silencio absoluto. Se aplastó contra la almohada, exhalando con fuerza.

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