Artificial

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Se incorporó en el futón; sus ojos estaban cansados y un poco hinchados por la falta de sueño, pues toda la noche fue incapaz de conciliarlo, dándole demasiadas vueltas, para su gusto, a la idea de los destinados. Frotó sus parpados con los nudillos antes de levantarse de su sitio, bufando de manera pesada.

Poco a poco, el alumnado comenzó a despertar de sus dulces sueños para comenzar a ordenar sus respectivas pertenencias, pues ese día partirían de vuelta a la academia. Se agradeció al personal del sitio con aguas termales por permitirles estar ahí durante ese tiempo. Fuera del edificio, se volvieron a contar a los jóvenes para asegurarse que todos subían al autobús, que no dejaban a nadie, y, cuando todos estuvieron en el vehículo, se marcharon. Los camiones iban en fila, uno detrás de otro a una distancia prudente por si había necesidad de frenar de improviso. Bon podía oír el parloteo de algunos, o los ruidos que provenían de los aparatos electrónicos que usaban para entretenerse, e incluso percibía los ronquidos de otros más que habían caído flácidos en sus asientos. Él, que iba sentado junto a Miwa, no supo en que momento empezó a cabecear con cansancio ni cuando fue que cayó rendido al sueño, recargado contra la ventana del automóvil. Konekomaru le había mirado antes de sonreír divertido para tomar la maleta de su amigo, que estaba en su regazo, para evitar que se resbalara y el contenido dentro se golpeara con el suelo del vehículo.

Por el resto del viaje, Konekomaru se sumió en un libro de literatura japonesa clásica en completo silencio, solo prestando atención a su amigo cuando éste amenazaba con irse de frente por el movimiento. Sí, seguramente Bon no querría despertar por un golpe en la cara propinado por el asiento de enfrente; se pondría de mal humor.

Al llegar a la entrada de la academia, el muchacho de lentes movió gentilmente al más grande hasta que éste comenzó a espabilar. Suguro estaba desorientado, mirando alrededor con ojos entrecerrados mientras se tallaba uno de los ojos.

—Ya estamos de vuelta— anunció Konekomaru mientras extendía la maleta al castaño que la miró un instante como si fuera un objeto desconocido antes de tomarla—. Tenemos que bajar.

Se acomodó su propio equipaje en los hombros gracias a las correas y esperó a que Suguro reaccionara finalmente. Mientras soltaba un quejido, se sostuvo del respaldo del asiento frente suyo y se puso en pie cuan largo era. Desinteresado debido a aun estar somnoliento, siguió al más bajo por el pasillo hasta bajar del autobús donde se aglomeraban el resto de los estudiantes y los maestros. Tomaron lista una ultima vez durante un rato, tiempo suficiente para que Bon pudiera ser totalmente consciente de quién era y dónde estaba.

Luego de que uno de los maestros indicara que podían volver a sus dormitorios, sin olvidar mencionar que al lunes siguiente tendrían clases como un día cualquiera, los jóvenes se empezaron a dispersar sin mayor demora entre un barullo de ruidos sin armonía entre sí.

—Ugh— dijo el muchacho de cabellos rosados, y estiró sus brazos por sobre su cabeza—. No me gustan los viajes. Me dejan tenso.

—Fue un recorrido corto, Shima— Miwa acotó.

El aludido no respondió, simplemente haciendo los hombros hacia atrás hasta conseguir que los huesos tronaran de manera satisfactoria.

—Estuvo bien— Shiemi comentó; su rostro parecía estar fresco y una sonrisa contenta se dibujaba en sus labios—. Fue como una enorme pijamada. Y las aguas termales se sentían muy bien.

—Las chicas de mi cuarto no dejaban dormir bien. Hablaban hasta altas horas de la noche de cosas tan estúpidas— los ojos de Kamiki rodaron con fastidio —. Necesito una siesta antes de hacer tarea.

—¿Tenemos tarea? — Rin preguntó con mirada sorprendida.

—Sí. De Química, Okumura.

—¿Me la pasas?

Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora