Citas

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Como una forma de devolver el regalo dado el 14 de febrero que Ryuji le había dado, concordaron que tendría que "aguantarse" el pasar casi todo el día con él en una cita. Cita que el castaño ya había sugerido anteriormente.

Rin estaba batallando para despertar a pesar de que era medio día y en una hora pasaría el más alto por él. Yukio estaba avanzando con la tarea que le habían dejado, pues tendría que salir después, sentado frente a su escritorio, e ignoraba por completo que el mayor seguía en pijama, con el cabello revuelto, una mancha de saliva seca en la barbilla y los ojos perdidos en la puerta del armario.

Solo reaccionó cuando Kuro maulló a sus pies. Se rascó la cabeza mientras se levantaba de la cama y procedía a ir al armario donde tomó ropa limpia. Luego, se aseó, vistió y llenó su estómago con una manzana, pues tenía entendido que irían después a comer algo. Obviamente salió del dormitorio un par de minutos después de la 1, pero Ryuji no le dijo nada al respecto por haberlo esperado por más tiempo del acordado.

—Es muy temprano— se quejó el muchacho de cabellos negros, entrelazando su brazo con el del otro.

—Ya es más de medio día, holgazán.

—Eso no me quita el sueño.

—Anda. Camina.

Avanzaron por el campus hasta salir a través de la entrada principal donde se encontraban los porteros llevando un conteo de los visitantes, el correo y los alumnos que iban y venían. Ryuji miró de reojo el brazo aun enrollado al propio por un instante antes de mirar al frente nuevamente, esperando que nadie los viera como para correr a contarle a Lucifer. Los amigos también se llevaban así, ¿cierto? Deseaba que nadie estuviera de chismoso y, por precaución, estaba consciente de que debían mantener un perfil lo más bajo posible. Debían se discretos en cuanto a las demostraciones de afecto.

Ryuji prefería prevenir que lamentar, si era honesto.

Tomaron un tren que los dejó en su destino; el centro de la ciudad estaba repleto de locales diversos y, además, de gente. El primer sitio al que se dirigieron fue al cine, donde compraron boletos para una película de acción y romance, a petición del ojiazul que parecía interesado en el poster. Como la hora de la función era en un rato más, optaron por ir a matar el tiempo a un arcade cercano. Ahí se pusieron competitivos, jugando los videojuegos.

Jugaron a uno donde, básicamente, disparaban a zombis mientras cumplían misiones, luego uno de carreras y uno de medir su fuerza, siendo que utilizaban los puntajes obtenidos para compararse y designar un absoluto ganador, aunque la verdad es que estaban empatados.

Rin quería ganar una figura de un anime que le gustaba y que se encontraba en la garra mecánica, a lo que Ryuji le había sugerido mejor no hacerlo, pues esas cosas eran únicamente una estafa. Sin embargo, el pelinegro hizo caso omiso y depositó el dinero suficiente en la máquina, permitiéndole mover la garra que provocaba un ruido metálico. El más alto veía desinteresado el artefacto, cruzado de brazos, a diferencia del más bajo que maniobraba concentrado. Cuando la garra descendió hasta el objeto deseado, Suguro inmediatamente pensó que no iba a ser capaz de sujetarlo, mas su punto fue refutado ante las pruebas.

Mientras Rin exclamaba con emoción y la figura en su caja caía a la abertura, su acompañante cambió el semblante serio a uno de ameno asombro.

—¿Decías? — interrogó el pelinegro con una amplia sonrisa de victoria en el rostro y su premio en manos—. Nunca dudes de mis habilidades.

—Eres un viciado. Seguro te llegaste a gastar cientos de yenes para conseguir práctica.

—¿Y? Fue una inversión.

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